Testimonio de Jorgina – La conversión de mi familia

Queridos amigos,

Me gustaría compartir mi historia con todos vosotros. En ella, la protección de la Virgen se ha hecho presente de un modo muy especial y es que las peregrinaciones a Medjugorje están llenas de gracias; las experimentas allí, pero sobre todo las vives cuando regresas, y no sólo la primera semana o el primer mes, sino durante todo el año, pues te van llegando las gracias de la Gospa a manos llenas.

Como bien sabéis algunos de vosotros, arrastro mi enfermedad desde hace más de 10 años. Podéis imaginar muy bien que han sido años de sufrimiento, pero sin perder nunca la paz, paz vivida por la Fe y por conocer el valor del sufrimiento; también por tener a mi lado a un marido, que me cuidó como a una flor; él fue mi apoyo y mi fuerza. Cada día daba gracias a Dios por ese regalo, hasta el punto que pensé moriría, si él no estaba conmigo. Años de dolor, también de dolor moral por no haber tenido hijos, pero dolor sin perder nunca la serenidad.

Tanto se entregó mi marido a mí que cayó en una profunda crisis; no pidió ayuda, y nuestro matrimonio entró en una profunda crisis, llegando a una separación (en principio temporal). La enfermedad empeoró y volví a los tratamientos de quimioterapia.

La separación fue la experiencia más dramática de mi vida; sería muy largo contaros todos los matices de mi sufrimiento.

Desde que nos separamos, hubo algún intento de reconciliación; uno de ellos antes de peregrinar a Medjugorje en verano de 2007.

Yo estaba muy ilusionada y pensé que la Gospa me ayudaría a reencontrarme con mi marido a la vuelta de la peregrinación. Pero la Gospa tenía otros planes para mí.

Recuerdo que en Medjugorje, concretamente en la capilla de la Casa San Giuseppe, pedí por mi matrimonio y la Gospa me decía que no era el momento. Insistía en que mi familia me necesitaba. Yo no quería creer lo que oía, pero todos los días me decía lo mismo; yo insistiendo con mi matrimonio y Ella insistiendo con mi familia. Cuando llegué a Barcelona, lo entendí.

El mismo día de mi regreso de Medjugorje fui a cenar con mi marido; yo, entusiasmada le conté la experiencia vivida y él, negativo, quitó importancia a todo. Me dijo que lo nuestro había terminado y que nos separábamos definitivamente. No daba crédito a lo que oía, todas mis ilusiones se desvanecieron. La alegría dio paso a una pena enorme y a un mar de lágrimas, a sólo dos horas de haber aterrizado.

Quedé absolutamente destrozada y recordé las palabras de Marisa cuando nos dijo que los que rezaban en la capilla de su casa, recibían muchas gracias. Al día siguiente, antes de acostarme, me salió del corazón una oración, y más que oración, una queja desesperada:

“Díos mío, ¿dónde están las gracias, dónde están?”. Cuando me levanté por la mañana, experimenté una gran paz interior, como nunca. LAS GRACIAS HABÍAN LLEGADO.

En verano de 2007, cuando visitamos El Cenáculo de Medjugorje, me di cuenta de que sería un lugar ideal para mi hermano, Adolfo que había tenido problemas con las drogas, y aunque ya lo había dejado, iba muy perdido y tenía otras adicciones: Internet, el juego, etc., siempre estaba muy triste. Yo veía claro que debía entrar en el Cenáculo, pero no se me ocurría cómo hacerlo.

Durante este año procuré ir siempre a la Hora Santa de los primeros sábados de mes a Sant Julià, y a Mirasol a rezar por el Cenáculo.

Uno de esos sábados, después de rezar el Rosario, supe que nos daría su testimonio un joven del Cenáculo de Lourdes. Vi que la ocasión se me ofrecía en bandeja de plata y decidí hablar con Juan, el joven del Cenáculo. Le expliqué el problema de mi hermano y quedamos en que yo llevaría a mi hermano el lunes a Mirasol. Al día siguiente, pensé que sería mejor una entrevista más íntima, así que llamé a Juan y le pedí si podía venir a mi casa; él, comprendiendo la urgencia de mi petición, aceptó, cosa totalmente inusual. Llamé a mi hermano Adolfo para que viniera a comer con Juan y conmigo, le dije que Juan era un amigo, al que sólo debía escuchar. (El agua que le serví a la hora de comer era de Lourdes).

Cuando llegó Juan con un sacerdote, me retiré y les dejé solos. Tenía a todo un batallón de amigos rezando para que funcionara la entrevista. Cuando llamé a mi hermano por la noche, me dijo que estaba dispuesto a probar la experiencia del Cenáculo.

Esa prueba significaba vivir una semana en el Cenáculo de Lourdes, de 9 de la mañana a 5 de la tarde y debía ir acompañado.

Preparamos el viaje a Lourdes, pero el demonio nos puso las cosas difíciles y yo empecé a encontrarme mal, muy mal. No estaba dispuesta a renunciar al viaje, era demasiado lo que me jugaba. Adolfo tenía que entrar en el Cenáculo, eso era lo realmente importante, así que visité a un par de médicos y con mucha medicación y un informe por si me veía obligada a hospitalizarme, alquilamos por fin un apartamento y nos fuimos a Lourdes. Estaba segura de que la Virgen me protegería y no me pasaría nada malo. La experiencia fue un éxito y a las tres semanas, Adolfo entraba en el que iba a ser su nuevo hogar, la Comunidad del Cenáculo.

La semana que entró en el Cenáculo, empezaron a administrarme un tratamiento nuevo de quimioterapia y reaccioné fatal; no me ví con ánimos de acompañarle y se ofreció un matrimonio de Mirasol. A todo eso, mi hermana, que no era creyente y estaba más bien en contra del catolicismo, empezó a cambiar. Se fue transformando paulatinamente, y empezó a rezar. Actualmente, reza todos los días como mínimo un Rosario, incluso dos y hasta tres. Este es el segundo milagro que se ha producido en mi familia, la conversión de mi hermana Clara. Y el tercero, el milagro de mis padres. Mi padre quiere que vaya a Medjugorje para que la Gospa me cure. Eso ya es una forma de creer, ¿no?, y mi madre que actualmente me está cuidando en casa, casi todos los días asiste a Misa, increíble ¿no?.

En mi casa nadie practicaba, excepto yo.

Es ahora, después de esos tres milagros, cuando he comprendido lo que en verano me dijo la Gospa: la familia.

Mi familia ha experimentado una transformación muy grande, en la que se ha visto la mano de Dios; yo he sido únicamente el lápiz, bien afilado, con el que se ha escrito una bella historia.

Tengo muchísimas ganas de volver a Medjugorje para DAR GRACIAS A LA GOSPA. Ha sido un año increíble, un año lleno de sufrimiento físico y moral, pero absolutamente necesario para la conversión de mi familia.

GRATIAS TIBI DEO