Mensaje de Maria Reina de la Paz en Medjugorje del 25 de septiembre de 2008
¡Queridos hijos! Que vuestra vida sea nuevamente una decisión por la paz. Sed portadores alegres de la paz y no olvidéis que vivís en un tiempo de gracia, en el que Dios, a través de mi presencia, os concede grandes gracias. No os cerréis hijitos, más bien aprovechad este tiempo y buscad el don de la paz y del amor para vuestra vida, a fin de que os convirtáis en testigos para los demás. Os bendigo con mi bendición maternal. ¡Gracias por haber respondido a mi llamada!”
¡Queridos hermanos y hermanas!
En el mensaje del 25 de Agosto la Madre nos llamó: “Sean ustedes quienes se conviertan y con su vida amen, perdonen y lleven la alegría del Resucitado a este mundo en que mi Hijo murió.” Con este mensaje Ella nos está invitando: “aprovechad este tiempo y buscad el don de la paz y del amor para vuestra vida a fin de que os convirtáis en testigos para los demás.”
Una decisión a favor de la paz es una decisión por Dios y Su Reino. La paz viene cuando Dios es el centro. La paz entra en nuestros corazones, nuestros corazones humanos, cuando han sido curados de la incredulidad, del odio, de la soberbia que excluye a Dios. La paz no es una idea sino un estado de plenitud de gracia en el que el hombre vive. La paz expresa la plenitud de la relación y el sentimiento de seguridad y protección que el hombre tiene en unidad con su Creador y las otras personas. La paz es un fruto de la acción de Dios. Es el cumplimiento del sueño y plan de Dios para el hombre. El nombre de Cristo Mesías es Príncipe de la Paz. (Is 9, 6). Los ángeles anunciando el nacimiento de Jesús cantaban: “Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres que él ama.” (Lc 2, 14)
Jesús llama a los pacificadores hijos de Dios. Niños de Dios. En la Última Cena prometió dar paz como el mundo ni puede ni sabe dar. (Jn 14, 27) Sólo Dios puede dar este don: paz. Porque la paz es de Dios. La política y las intrigas políticas, promesas de paz y libertad no son nada más que la Torre de Babel, que se desmorona, que no puede sobrevivir sin un fundamento en Dios y con Dios. La paz es un don que proviene de Aquel que la da, Dios. La paz no puede comprarse o venderse. Es un don; es por eso que cada hombre puede y debe tenerla: cada hombre pobre, enfermo, abandonado, sufridor o con miserias.
Este don de Dios pertenece a nuestra naturaleza humana. Cada corazón suspira por él, lo busca y lo necesita. Esto fue maravillosamente expresado por San Agustín: “Nos hiciste para ti, Señor, y nuestros corazones están inquietos hasta que descansen en ti.” Hasta que encuentren a Dios. Jesús Resucitado da la paz a sus discípulos, y ellos la reconocen. Se llenan de una gran alegría. Y esto es una regla para todos los tiempos y todos los corazones: Cuando en medio de nosotros y en nuestra vida reconozcamos al Cristo Resucitado, tendremos paz. Por eso es importante para cada uno de nosotros decidirnos a favor de la paz, y esto significa Dios. Se trata de un pacto con Él y de la lealtad a este pacto. Entonces Dios responde al hombre y “derrama sobre él la paz como un río”. La paz es la felicidad y la seguridad más fuerte en Dios. La paz es una relación armónica entre Dios y el hombre.
La paz es Dios Mismo al cual necesitamos y por el que suspiramos.
En estos veintisiete años y tres meses Nuestra Señora ha reunido y ha dotado de Su paz a millones y millones de corazones. Cada peregrino que ha llegado con un corazón abierto y contrito, que ha hecho la paz con Dios y la Iglesia, consigo mismo y con su familia en el sacramento de la confesión, ha vuelto a casa con el don más grande – la paz. Cada uno de ellos se ha convertido en un alegre, entusiasta portador de paz y amor.
La llamada a no cerrarnos a los mensajes, a la voluntad de Dios y Sus planes, es una importante llamada. Este es un tiempo de gracia y todo el mundo puede alcanzar la tan deseada paz a través de la oración, el ayuno y los sacramentos. Este es un tiempo de gracia, y podemos obtener a través de la oración los dones de la paz y el amor, podemos encontrarlos en la unión con la Iglesia que ora, ayuna, y vela por cada peregrino que está buscando, que ha perdido tan importantes gracias.
Recordemos el Capítulo XV del Evangelio según Lucas: un pastor ha perdido a sus ovejas, una mujer una moneda, un buen padre a su hijo. Todos ellos están descontentos y cada uno ha hecho el mayor esfuerzo para recuperar lo que han perdido. Al final todos ellos han tenido éxito. Y son infinitamente felices. Su estado de ánimo ha cambiado. El padre llama a reunirnos y organiza una fiesta con música. Tiene una buena razón para ello: “… porque este hijo mío estaba muerto y ha resucitado, estaba perdido y lo hemos recuperado.” Nuestra Señora como una buena Madre ayuda a Sus hijos a encontrar lo que han perdido, a ir hacia lo que ellos están anhelando y esperando – paz y amor. No hay hombre que no tienda hacia estos grandes dones de Dios. Buscar y recibir estos dones es de hecho una gran gracia.
Ser testigos con otros es nuestra misión fundamental, nuestra deuda con este mundo que no conoce la paz, ni tampoco la tiene. Esta puede darse y otorgarse sólo por quien la tiene. Un testigo de amor y paz es siempre un signo de la presencia de Dios entre la gente – que está buscando, que tiene carencias, que ha tomado el camino equivocado – para encontrar estos dones. Cuando vemos a los adictos a las drogas, al alcohol, a los juegos, a la moda, a las cosas, a los placeres – tenemos un deseo y pensamiento irresistible: ser testigos con esas personas. Una luz puede tomarse de una vela ya encendida. Paz y amor no son teorías acerca de alguien o algo, sino los dones que pertenecen a la naturaleza humana que puede ser completa, en armonía y paz con Dios y consigo misma. Hoy la gente ha elegido el camino erróneo para alcanzar la paz, para hallar su paz y alegría en el pecado. Nadie ha tenido suerte o éxito con eso. El pecado siempre genera la muerte, que es tristeza y decepción.
Nuestro apostolado consiste en orar por la conversión de nuestros hermanos y hermanas, y, cuando se dé la ocasión, en demostrar, con palabras y ejemplo, el camino a Dios, que es la única fuente de paz y nuestra única paz.
Nuestra Señora nos llama a ser testigos, lo que significa que primero he de poseer esas gracias y dones, a fin de ser capaz de transmitirlos y explicarlos a los demás.
Las estructuras políticas, con todos sus aparatos organizados: la policía, los castigos, los reglamentos y las leyes no son capaces de dar o garantizar la paz. La paz no es ausencia de guerra y conflictos, sino un don querido por la gente amable, las personas de buena voluntad, las personas que nunca se cansan de buscar y seguir a Dios.
Cuántos de aquellos poseídos por el demonio fueron recuperados en el verano que acaba de pasar, todos ellos habían perdido la paz y el amor, y, en consecuencia, su apariencia humana. Tanto amor paternal por parte de sacerdotes y miembros de la familia que presencié, tantas oraciones y sacrificios, que las personas en cuestión pudieron salir del infierno del odio y del mal. Simplemente, por encontrar la paz. Cuántas lágrimas de alegría cuando el Señor trabaja en ello y da la paz a esa persona de nuevo. Estas fueron las escenas y acontecimientos más bonitos para mí en ese mes que la Madre había preparado para sus hijos.
En Međugorje la Madre se presentó a Ella misma: “Yo soy la Reina de la Paz”. Por tanto, más y más personas que están buscando lo que han perdido, saben cada vez mejor y más ciertamente dónde encontrarlo – en Međugorje. Por tanto, cada día trae nuevos peregrinos y buscadores de paz y amor.
Este mes vamos a orar por las siguientes intenciones:
1. Por todos los peregrinos que están rotos con los errores y el vicio, para que puedan encontrar la deseada paz y el amor.
2. Por todos los jóvenes, para que puedan ver a su vez a Dios, su único Maestro y Paz. Por todos los adictos a las drogas, para que los milagros de desengancharse de las drogas se produzcan continuamente. Por los adictos de todo tipo, para que puedan sacar coraje para buscar y hallar en Međugorje.
3. Por nuestra familia de oración, para que ore y vele por todos los peregrinos, para que el encuentro con la confesión y el sacramento de la Eucaristía pueda plenamente revivirlos y hacer de ellos un nuevo signo en este tiempo.
¡Queridos hermanos y hermanas! Somos responsables de todos aquellos que están buscando, que están interesados, pero no pueden manejarse por ellos mismos. Veo a nuestra comunidad de oración en la maravillosa imagen del buen Samaritano que tuvo el corazón y el tiempo para llevar al hombre herido a la plena recuperación. Es difícil hoy en día ser un apóstol de los necesitados, una señal para los extraviados. Rezo por cada uno de ustedes, para que puedan perseverar y ver la creciente necesidad de nuestro apostolado. Estoy de rodillas rezando por cada uno de ustedes.
Con un fraternal saludo,
Fra Jozo