Mensaje de María Reina de la Paz en Medjugorje del 25 de marzo de 2009
“¡Queridos hijos! En este tiempo de primavera, cuando todo se despierta del sueño invernal, despertad también vuestras almas con la oración para que estéis dispuestos a recibir la luz de Jesús resucitado. Que Él, hijitos, os acerque a su Corazón para que podáis estar abiertos a la vida eterna. Rezo por vosotros e intercedo ante el Altísimo por vuestra sincera conversión. ¡Gracias por haber respondido a mi llamada!”
¡Mis queridos hermanos y hermanas!
Queridos miembros de nuestra gran familia de oración. Estamos muy profundamente en la cuaresma. El programa de la cuaresma es el deseo de la Iglesia que intenta interpretar la llamada de Cristo y la voluntad de conversión, un cambio radical de vida. Hay que morir a sí mismo, hay que salir del hombre viejo. Es la mortificación que día tras día nos dirige hacia el Señor resucitado, para que podamos caminar en la luz y la esperanza que le vamos a reconocer vivo, como los apóstoles, en su Palabra, en los sacramentos, a través de nuestra oración humilde.
La Reina de la Paz, sin miedo, toma la imagen de la naturaleza: la imagen de la primavera. El invierno en la naturaleza ha ahogado el aspecto externo de la vida. El invierno no permite ningún tipo de vegetación. A primera vista, todo esta negro y muerto en invierno. Los árboles deshojados no dan señales de vida. Por fuera no se nota la diferencia entre el árbol vivo y el muerto. Todos son parecidos, casi iguales. Y no es así realmente. Los árboles vivos están vivos también en las condiciones invernales. Esa vida esta escondida a la vista, pero es real. Y eso lo descubre mejor la primavera. Después de los meses de invierno aparece el sol y cada día se queda más en nuestro cielo. Sus rayos, con su calor, despiertan la vida adormecida en cada árbol, en cada semilla. Esa tendencia de girar hacia el sol es una característica de cada semilla viva, incluso de la más pequeña, y de su tierno germen, que lo despierta y dirige para que crezca hacia el sol. Su raíz se queda en la tierra, y el tallo crece hacia el sol.
En nuestros corazones hay un anhelo escondido hacia Dios. En nuestra alma, un deseo intenso hacia Dios vivo. Y como la naturaleza se despierta del sueño y paz invernal, así la Reina de la Paz quiere que nosotros despertemos para una vida nueva.
Jesus – Señor y Dios resucitado – es nuestro sol al que buscamos y anhelamos irresistiblemente. Todos le buscamos y necesitamos. ¿Es posible esperar la pascua y permanecer dormido, con sueño? Sí, puede suceder fácilmente. Y ¿Cómo despertar y volverse hacia sí mismo? Eso es imposible sin una conversión sincera. La conversión no puede suceder sin la oración constante y humilde. Para que en este tiempo sagrado de la Pascua podamos despertar, observemos las imágenes de la primavera. Cada yema es una historia de la vida sin contar. Cada germen, cada flor es un signo maravilloso ante nuestros ojos.
El hombre intenta a menudo, imitando la naturaleza, hacer flores, hojas, frutos, etc. Observando desde lejos estas imitaciones hechas por el hombreo, tienes la impresión de que están vivas. Pero en cuanto lo toques con los dedos y observes de cerca, te darás cuenta de que es una imitación. Está sin vida. Solo Dios crea y da vida. Solo Él la renueva. Por ello, somos responsables de nuestras vidas. Estamos llamados a dar frutos. Y no podemos sin Dios. Es una gracia de Dios ser un cristiano fructífero. Eso no es una imitación de la santidad, del amor, de la bondad, sino un don de Dios dado a cada uno de nosotros. Aprende de las flores. Aprende de las criaturas más pequeñas y te enseñarán. Todo es milagro y todo habla de Él –su Creador. ¿Cómo es posible despertar en este tiempo de primavera, que escrutan la gracia y la luz pascual? Solo con la actividad interior. Empecemos con oración. Preparémonos con oración para la Pascua y el encuentro con Jesús.
Estos días todas las iglesias están llenas. Cada fiel quiere dejar su pecado, porque piensa: nuestro pecado es la verdadera muerte. Verdaderamente es nuestra muerte. Confesarse arrepentido y, como el hijo pródigo, decidir volver al padre. ¿Quien es el hijo prodigo, y quien el padre? El pecador es el hijo prodigo, y el padre es Dios misericordioso que nos espera. Él no duerme. Él nos espera velando. Y siempre le conmueven nuestras lágrimas y es sensible a ellas. A nuestro arrepentimiento, a nuestra decisión de permanecer fiel al Padre.
A través del sacramento de la reconciliación, el Padre bondadoso y misericordioso nos abraza y nos introduce en su banquete. Ese banquete es la Santa Misa. La comunión pascual, que desde al Concilio de Letrán es un mandamiento de la Iglesia, es nuestro deber: alimentarse con la gracia de Dios, el alimento de la inmortalidad. Es la luz que brilla de las fuentes divinas. El cristiano, liberado de la muerte, saciado con la vida eterna e inmortal, recibe la luz de Jesús resucitado. Jesús se ha hecho hombre, ha muerto y resucitado solo para que todos los hombres se salvaran.
Esa verdad de la salvación y nuestra redención, nos lleva hasta su Corazón traspasado, del que lo hemos recibido todo. Tomás, ese apóstol afortunado, poniendo su mano en el Corazón traspasado cayó de rodillas y, con arrepentimiento por toda su incredulidad, confesó: “¡Tú eres mi Dios y mi Señor!”. Y desde ese encuentro empieza su nueva vida.
Eso le sucede a cada uno de nosotros cuando nos arrodillamos en el confesionario y, golpeándonos el pecho, encontramos la gracia y Su salvación. Esa es la luz de la resurrección y Su paz, la verdad que nunca pasa, que nunca pierde valor, porque es divina. Me abro a esa gracia y ella me asegura la vida eterna. Es decir, mi Dios está vivo, resucitó de los muertos y Él es mi paz. Él es mi vida eterna. Ya aquí, Él ha puesto en nuestra alma ese anhelo de la eternidad –de buscar la luz y de que nos giremos hacia ella. Ese no es un vacío deseo nuestro, o una frase de algún predicador poco elocuente, sino la verdad de Su Resurrección.
La Reina de la Paz ora por nosotros y por nuestra conversión, es decir, por la primavera de nuestra fe. ¡Despertemos y sigamos despertando a los demás, y preparémonos para el encuentro con El! Aquí tenemos a las vírgenes sabias como la moraleja. Ellas guardaron tanto las lámparas como el aceite, esperaron despiertas al Esposo y a los invitados. Y entraron con Él en la boda. Y se cerraron las puertas.
Este es el tiempo cuando podemos despertar a los prójimos y ayudarles a echar el aceite en sus lámparas. Volvámonos en este tiempo santo y de gracias hacia el Resucitado y hacia su Madre, y reconozcámoslo en cada hermano nuestro.
En este mes de primavera, abril, pediremos por las siguientes intenciones:
1. Por el exitoso y fructífero encuentro de este año. Para que la Reina de la Paz nos enseñe este año también como responder a su llamada y como vivir sus mensajes de una manera mas fructífera.
2. Por todos los miembros de nuestra hermandad, el grupo de oración Visitación, para que nos despertemos en verdad. Para que nuestro grupo crezca no solo en número sino también en santidad.
3. Por los videntes, los parroquianos, por todos los peregrinos, por los sacerdotes en Medjugorje y por los que acompañan a los peregrinos, que no hagan nada por costumbre, sino que vivan como testigos y prediquen la gracia de las apariciones de la Virgen.
¡Mis queridos hermanos y hermanas! Un mensaje y una llamada más, una oportunidad más, como la primavera, está ante nosotros. Demos gracias a la Virgen por todo. Oro a la Reina de la Paz para que nos enseñe todo, que esté cerca de nosotros y que nadie se aparte de ella.
Oro al Señor resucitado para que salga en nuestros senderos de la vida y en nuestros caminos y nos libere de todo miedo y apariencia. Que nos arraigue en su verdad de la resurrección.
Al final, a todos vosotros os deseo ¡Feliz y bendita Pascua de la Resurrección.
29 de marzo de 2009
Fr. Jozo Zovko o.f.m