Mensaje de Maria Reina de la Paz en Medjugorje del 25 de febrero de 2008
Queridos hijos! En este tiempo de gracia, los invito nuevamente a la oración y a la renuncia. Que su día esté hilvanado de pequeñas y fervientes oraciones por todos aquellos que no han conocido el amor de Dios. ¡Gracias por haber respondido a mi llamada!
Mis queridos hermanos y hermanas,
Hace un mes, Nuestra Señora nos dijo que estábamos comenzando un tiempo de gracia, la Cuaresma. Ese mensaje nos pareció muy cercano a nosotros y muy maternal. La Reina de la Paz nos comparó a la tierra labrada y alimentada en la primavera, lista para recibir la semilla que en el tiempo de cosecha, brindaría frutos abundantes. Ella nos invita a ayunar y a orar en la Cuaresma porque debemos decidirnos por lo que es bueno y noble, la santidad. Reconocemos con nuestro corazón, que la Reina de la Paz se mantiene en el mismo camino durante este tiempo santo. De nuevo le llama a este tiempo por su verdadero nombre: el “tiempo de gracia.” Es por esto que debemos ocuparlo con oraciones y renuncias.
En estos días recuerdo mi infancia y la Cuaresma de mi juventud. Nuestra gente de Herzegovina cambiaban grandemente su estilo de vida durante este tiempo. Escuchar la radio o cualquier otro tipo de música se consideraba inapropiado. La única canción que se escuchaba en nuestros hogares, en los campos, en las carreteras, en los pueblitos y en cualquier lugar de reunión, era “Nuestra Señora de los Dolores.” Las oraciones diarias eran mas largas y mas devotas, porque los versos de la canción nos recordaban la pasión y muerte de Nuestro Señor y Salvador según el Evangelio de San Juan. Brotaban lágrimas de nuestros ojos. La Cuaresma era también un tiempo de nuestro sufrimiento. Sentíamos nuevamente una gran compasión por la Madre y por Jesús, quien fue traicionado, insultado, flagelado y crucificado. Existía un ambiente de grandes sufrimientos, por lo cual nuestras oraciones penetraban aún más nuestros corazones y bendecían nuestro trabajo, inspirándonos a hacer mayores ayunos y sacrificios. La Cuaresma era además ocasión para leer las Sagradas Escrituras. Recuerdo como lloraba cuando leía la Biblia en voz alta a los demás, alumbrado por una pequeña lámpara de aceite. Todos me decían, “Tu puedes ver y leer mejor que nadie. Léenos en voz alta la Palabra.” Yo me sentía muy feliz en este ambiente de Cuaresma.
Todos los viernes y domingos hacíamos las oraciones del Vía Crucis. Las tristes melodías “Santa Madre escucha mi oración, renueva en mi corazón cada herida de mi Salvador crucificado”, llenaban de dolor hasta el corazón mas empedernido, y tranquilizaban a los revoltosos. Un gran esplendor espiritual y un sincero arrepentimiento constituían nuestra Cuaresma. Todas nuestras penitencias de Cuaresma llegaban a la cúspide el Viernes Santo durante la veneración y el beso a la Santa Cruz y a las llagas de Jesús.
Hoy día, entre nosotros, hay personas que no han conocido el amor de Dios. Vienen de familias donde hace mucho tiempo que no se reza. Familias donde se escuchan palabras groseras y discusiones. El alcohol y los domingos sin ir a Misa juntos los ha empobrecido y tratan de sustituir estas deficiencias con un diploma o una carrera política. Nuestro Señor nos dice que estas familias se han construido sobre la arena. Están destinadas a caer. Procrean víctimas del dolor y carentes de frutos. Le damos las gracias a Nuestra Señora porque nunca los acusa a ellos, ni a sus padres—ni tampoco nos acusa a nosotros por nuestras fallas. Por el contrario, nos invita a orar y a renunciar. ¿A qué tenemos que renunciar?
Antes que nada, yo necesito renunciar a mis críticas y acusaciones hacia estos individuos y sus familias. Necesito renunciar a mi complacencia y la convicción de que he hecho todo lo que podía hacer. Necesito renunciar a mi amor propio y a mi egoísmo que me ciegan como al sacerdote y al Levita del Evangelio, para no poder ver al pobre herido en el camino. Ellos lo vieron, pero con astucia lo ignoraron y lo dejaron atrás sin sentir ninguna culpa.
Debo renunciar a pensar que estoy rezando lo suficiente, y que lo que le doy a Dios es bastante. Debo pensar en como le estoy ofreciendo mis cosas a Dios. Nuestra Señora nos pide que hagamos oraciones cortas, y nos alienta a hacerlas fervientemente. Esto significa que lo hagamos con todo el corazón y con toda el alma. Necesito aprender “cómo” dar, no “cuánto” dar. También necesito renunciar a pedir por mi propia familia y mis seres queridos, porque mis vecinos y otras personas desconocidas son los que no han conocido el amor de Dios.
Esta Cuaresma quiero renunciar al ayuno falso. Muchos han renunciado a sus vicios, tales como el cigarrillo, el alcohol, las discotecas o los juegos de azar. Se preocupan de no decir palabras groseras y han renunciado a comer carne o algunos placeres; pero se pasan contando los días para que se terminen estas promesas y estos sacrificios interminables. Después de la Cuaresma regresan a sus vicios, malos hábitos, compañías y pecados. Debemos renunciar a esta clase de ayuno. Debemos eliminar estos sacrificios que no nos inspiran o que no nos preparan para el amor y el sacrificio duradero. El sacrificio no debe ser un tormento para uno, sino un acto de liberación de sí mismo y de su familia. El ayuno es positivo porque nos libera para hacer el bien.
Quiero renunciar al miedo de que estoy perdiendo el tiempo cuando se lo doy a mi Señor, a mi grupo de oración y a la Iglesia los jueves. Debo renunciar a mi pensamiento de que no se logra nada con la oración. Quiero renunciar a mis malos hábitos, profanidades, lenguaje grosero y la difamación. Debo renunciar a mi actitud superficial hacia los mensajes de Medjugorje. Quiero renunciar al impulso de ver los mensajes como si fueran sólo información, y al movimiento de Medjugorje como si fuera meramente un sensacionalismo.
Quiero vivir en servicio a Medjugorje, a la Reina de la Paz, y a Sus proyectos, viviendo los mensajes y cumpliendo con el Apostolado que incluye a cada uno de nosotros y nuestro testimonio con una vida llena de frutos.
Por esta razón, en lo que queda del tiempo de Cuaresma, voy a aprender oraciones pequeñas y fervientes, con las cuales pueda orar en mi trabajo, mientras conduzco mi automóvil, en mi enfermedad y en mis sufrimientos. Recitaré oraciones cortas y fervientes a Nuestra Señora, a Jesús, y a Su Divina Misericordia.
Recordemos a San Francisco de Asís, quien se paró en el medio de su ciudad a rezar. Recordemos a los Santos, quienes hicieron oraciones y jaculatorias por las cuales estaban siempre en presencia de Dios. Cuando llevo con mi corazón la luz a quienes me encuentro diariamente y que viven la fe de una manera distinta, esto provoca a la conversión y reciben la luz de la gracia. Si, verdaderamente quiero ser “la luz del mundo y la sal de la tierra.” Quiero ser verdaderamente la levadura que tiene el poder de elevar y cambiar la “masa” a mi alrededor.
Este mes vamos a orar por las siguientes intenciones:
Por todos los Cristianos, para que en esta Cuaresma puedan nacer de nuevo con la ayuda de los Sacramentos de la Reconciliación y la Eucaristía. Por todos los sacerdotes y confesores, para que puedan mostrar la imagen del Dios Padre bueno y misericordioso a los penitentes.
Por nuestra comunidad de oración, especialmente por aquellos grupos que han comenzado recientemente, para que tengan una guía santa y perseverante—un sacerdote que viva los mensajes de Nuestra Señora, y que la ame.
Por todos los enfermos y necesitados que se acercan a la Reina de la Paz y nos piden oraciones—para que se les escuche y encuentren consolación, salud y paz.
Mis queridos hermanos y hermanas, oro por cada uno de ustedes y de corazón me encomiendo a ustedes en sus oraciones. Los Seminaristas, nuestras reuniones con los peregrinos y nuestro testimonio son un Apostolado importante. La Reina de la Paz desea esto, y les agradezco con todo el corazón por sus oraciones para con nosotros y para que seamos perseverantes. Les envío mis saludos con un corazón de hermano y mis oraciones para que sean perseverantes en el llamado.
Mis más sinceros saludos,
Fr. Jozo Zovko o.f.m. 27.02.08 Srioki Brijeg