Mensaje deMaría Reina de la Paz en Medjugorje del 25 de diciembre de 2008
“¡Queridos hijos! Ustedes corren, trabajan y acumulan, pero sin bendición. ¡Ustedes no oran! Hoy los invito a que se detengan ante el Pesebre y mediten sobre Jesús, a quien también hoy les doy, para que El los bendiga y les ayude a comprender que sin El no tienen futuro. Por eso, hijitos, pongan sus vidas en las manos de Jesús para que El los guíe y proteja de todo mal. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!”
¡Mis queridos hermanos y hermanas, apreciada familia de oración!
Estas palabras las dijo la Reina de la Paz el mismo día de Navidad. ¡Cuanta aflicción, tristeza y dolor irradian!
Aprendimos a vivir los días y las semanas, los meses y los años, como todos los demás PAGANOS O CRISTIANOS RUTINARIOS, que viven como si Dios no existiera.
Sí, Ella observa mi vida cotidiana, el comienzo de mi nuevo día, sea laboral o festivo. Cada uno de esos días es igual con mi entorno, con los demás, en los que no influyo. Y yo, en todo mi correr, tengo mis fines y mis medios de los que me sirvo para realizarlos. Yo no pienso ni cuento con la bendición. Yo no comienzo mi día con la oración y no pido bendición. Yo estoy seguro solo de mi trabajo, de mis resultados, de mis proyectos. En realidad, el correr que ha cogido mi corazón se parece a la disciplina atlética, a la que está sujeto todo competidor: comienzo, medición del tiempo, cumplimiento de las reglas, etc. Mi vida esta condicionada por las reglas de funcionamiento, por las normas del tráfico, por una normativa laboral; mi vida esta condicionada por la moda y la tendencia de los escaparates, de la pantalla del televisor y de distintas pasarelas. Esa postura hacia mi entorno excluye mi fe y esperanza en Dios, excluye toda bendición. No siento que Dios quiere actuar a través de mí y cambiar a los demás. Porque yo soy uno de ellos. Todos nosotros, cuantos nos conocemos, nos parecemos a los huevos de una misma cesta. Ahí cesa el apostolado y las capacidades de ser la sal, la luz y la levadura a esta generación.
Cuando oí como mujeres hablaban sin vergüenza como hombres, y con el cigarrillo en la mano, me quede mudo. ¡Cómo la mentalidad de éste mundo, de todo tipo de consumo y máscaras, ha llegado a marcar la ley de la comunicación y de la falsa apariencia entre la gente!
Todos nosotros estamos escogidos por esa carrera de la que habla la Reina de la Paz. Pero el creyente no tiene tiempo, el sacerdote no tiene tiempo, la mamá no tiene tiempo, el médico no tiene tiempo… nadie tiene tiempo. Todos corren. De tal manera que ni siquiera la misma persona sabe hacia donde ni por qué. Esa extraña enfermedad ha contagiado todas las clases y edades.
El hombre que ni tiene tiempo para el hombre ni lo encuentra, tampoco lo tiene ni lo encuentra para la oración. Observa y estudia a las personas que viven sin tener tiempo para su familia, para sus hijos, para sus amigos. Al final pierden a su familia y a sus amigos. Esas personas no oran. Constantemente dan pruebas de que no tienen tiempo para la oración. Nunca niegan a Dios, pero les gusta decir: “Yo soy creyente, pero no tengo tiempo para poner en practica la fe – no tengo tiempo para la oración”.
Esas personas no tienen éxito en la familia y se sienten frustrados dentro de su sociedad, fracasados en su vocación, sea cual sea. Son personas que, angustiosamente, repiten que no han llegado a acabar este o aquel trabajo. Sienten de alguna manera cómo han llegado hasta el punto cuando casi pueden alcanzar el fin, pero se les escapa en el último momento. Son personas difíciles que comienzan a buscar a los culpables de sus fracasos y empiezan a culpar a todos, comenzando por los más cercanos, en la familia, en el trabajo, etc. Esa carrera ha aumentado como la peste con la expansión de la técnica moderna y de las comunicaciones. El distanciamiento aumenta. Ahora, el hombre no recibe una carta que fue escrita a mano, y la mano esta ligada al corazón, sino un SMS, un mensaje que es pálido y casi vacío.
La carrera nos aleja a unos de los otros, y despedaza nuestra naturaleza: ser con los demás como un ser sociable, vivir, sacrificarse por el otro. Porque el encuentro con el otro me enriquece. Me acerca al otro y estoy seguro de que no estoy solo, ni olvidado. El hombre que corre, se cansa también, y como tal no quiere a los demás ni estar con ellos.
Trabajáis y acumuláis, y todo sin bendición. Palabra fuerte de la Madre. No puedo ignorarla. Una historia difícil de la vida, tanto como la verdad de muchos, atemoriza: “He trabajado sin parar y toda mi vida he cargado y acumulado, pero hoy estoy abandonado y sin bendición. Mi familia, mis hijos no lo reconocen, no ven, me consideran frustrado, etc.”. ¡Qué duro y doloroso es escuchar tantas lamentaciones como éstas. ¿Y por qué sucedió justamente lo que nadie desea? Pues porque nuestra vida y trabajo fue sin bendición. La bendición viene de Dios. Se derrama por medio de la oración sobre nuestra familia y nuestro trabajo. El hombre que corre y tiene prisa no encuentra tiempo para la oración, porque cuando más seguro se siente es mirando los frutos de sus propias manos, de su propio trabajo, de su habilidad y de su carrera.
¡Vosotros no oráis! Esa verdad es la enfermedad de la que ha enfermado nuestra familia moderna. Es el signo de que todavía no hemos creído ni aceptado vivir los mensajes de la Virgen. Uno de los mensajes al que nos invita la Reina de la Paz a vivir diariamente, es la oración del rosario. Orando aprendemos a orar. Orando atraemos a los demás a la oración, porque la oración trae frutos magníficos. Por medio de ella son bendecidas nuestras obras y nuestro trabajo, nuestro día y nuestra semana, nuestros campos y nuestros estudios, nuestra cruz y nuestro sufrimiento. En ningún lugar como en la oración familiar el hombre se siente tan débil y tentado, así que por el motivo más insignificante la prorroga o evita. Renovar la familia, la parroquia y la Iglesia es imposible sin la oración. Renovar la oración significa renovar la familia y la Iglesia. Igual que nuestros místicos dijeron que la oración es la respiración del alma, Ella también repitió esa verdad, esa experiencia de la Iglesia. Por consiguiente, el cuerpo esta vivo mientras respira. Porque está vivo tiene que respirar. Todo lo envenenado y tóxico, se echa fuera del organismo al respirar. Así a nuestra alma, por medio de la oración, se le otorga la frescura divina y su gracia, y se libera de malas costumbres y pecados. La oración transforma así al hombre. La oración siempre es fructífera. Si la oración no nos cambia nuestros a nosotros, entonces nosotros debemos cambiar la oración. La oración debe brotar de un corazón humilde y arrepentido. La oración comienza después de habernos reconciliado con todos y haber perdonado a todos, en el corazón y el alma. Es decir, es un acto de amor y de abandono total en la voluntad de Dios. La oración nos educa en la humildad y en la profunda fe en Dios.
El hombre que ora tiene tiempo y lo encuentra cada vez más para la oración, porque ama, porque sin la oración no puede vivir.
La llamada de la Madre en la Navidad -Hijitos, entregad vuestras vidas en las manos de Jesús para que El os guíe y proteja de todo el mal- es una llamada poderosa y tierna a la vez. Sin Él, todo es vacío, fracaso, esfuerzo vano y carrera inútil. Con Él, todo es bendecido y lleno de éxito. Simplemente protegido de todo el mal. Sin Él, mi vida no está llena de paz y quietud.
La Navidad es la fiesta que me enseña a abandonarme a Él y servirle. Por eso, la Madre invita a que nos detengamos ante la verdad del pesebre, del establo, de las puertas cerradas. Nos invita a que meditemos sobre Jesús, al que nos ofrece para que nos bendiga. Ella, la portadora de Dios a los hombres, como dijo hermosamente Benedicto XVI, ha dado a luz y ha traído a su Hijo para que nos bendiga e ilumine, para que podamos conocer con el corazón que el mundo, tanto como nuestra vida, sin Él no tienen sentido. Él se hizo hombre para redimirnos y salvarnos de toda maldición, y nos de su paz y bendición. Yo necesito su paz y su bendición. No quiero ser un hombre maldito sino feliz y bendito: padre, madre, sacerdote, hijo, trabajador, etc.
Este mes pediremos por las siguientes intenciones:
1. Para que cada uno de nosotros sepa compaginar el principio vital de los mismos santos: Ora et labora! (San Benito). Para que no cojamos el miedo y la fiebre de la “crisis” que anuncian los hombres que han construido, acumulado y corrido sin Dios. Igual que el trabajo pertenece a la dignidad humana, de misma manera le pertenece la oración.
2. Por nuestra familia de oración, para que renueve el fervor por la oración y el amor por el apostolado de la diaria oración del rosario.
3. Por la bendición y la paz en el Año Nuevo 2009 en el mundo, entre las gentes y los pueblos. Para que aprendamos de San Francisco -cuyo 800 aniversario de la fundación de la orden celebra la Iglesia-, a ser portadores de paz y divulgadores del Evangelio. Que de él aprendamos a orar y a glorificar a Dios.
Queridos hermanos y hermanas, este mensaje es una fuerte llamada y un signo para todos nosotros al comienzo de un año. Responde con amor y entusiasmo a esta llamada. Nosotros sentimos la necesidad de responder a la llamada de la Reina de la Paz. Por ello, renueva tu voto y promesa. Por ti ora y se arrodilla tu fiel hermano,
Fray Jozo
En Siroki Brijeg, al 28 de diciembre de 2008