Mensaje de María Reina de la Paz en Medjugorje del 25 de abril de 2009
“¡Queridos hijos! Hoy os invito a todos a orar por la paz y a testimoniarla en vuestras familias, a fin de que la paz se convierta en el tesoro más grande en este mundo sin paz. Yo soy vuestra Reina de la Paz y vuestra Madre. Deseo conduciros por el camino de la paz que solamente proviene de Dios. Por eso, orad, orad, orad. ¡Gracias por haber respondido a mi llamada!”
El hombre, como imagen de Dios, necesita y busca la paz. Si intentáramos sin Dios definir la paz, no lo conseguiríamos. La paz fuera de Dios y del hombre es una idea vacía. Cuando el Señor Resucitado da su paz a sus discípulos, ellos, como todos los demás, lo reconocen en sus propios corazones, pensamientos y sentimientos. El hombre lleno de paz en todo, reconoce a Dios y su belleza. Está atento de sus palabras, vela sobre sus deseos y los controla eficazmente.
El hombre lleno de paz tiene calma, un don para todos con los que trabaja, vive y habla.
El hombre que tiene paz tiene la sonrisa que tanta falta hace a este mundo, tiene esperanza que irradia en toda su vida. Las familias y los individuos que tienen paz, no tienen la necesidad de usar palabras que pesan ni acciones dudosas. Todo a su alrededor y en su interior está en una profunda armonía.
El hombre que tiene paz, guarda como el arca el rostro de Dios entre los hombres, vive la bondad y la calma. Es un hombre rico y feliz del que no nos olvidamos, que nunca nos pesa ni nos resulta vacío, aburrido, etc.
El deseo de la Virgen es que la paz llegue a ser nuestra mayor riqueza. ¿Somos acaso conscientes de lo que eso significa? Como generación, poseemos la técnica sofisticada, pero no tenemos paz. Como generación, tenemos grandes riquezas, pero no tenemos la paz. Tenemos la ciencia muy desarrollada y todo tipo de protección, pero no tenemos la paz. ¿Qué le sirve al hombre pasar de un continente al otro en un solo día, si no lleva la paz, si no tiene paz? Demos gracias a la Gospa porque nos enseña que ese don de Dios es nuestro mayor tesoro. Sin él, no estamos seguros y somos pobres.
Cuando el Salvador deja su cuerpo y su sangre, en la Eucaristía, la Iglesia sabe qué hacer con ese don inconmensurable. Lo celebra y vive de él. Cuando el Salvador deja su Palabra, la Iglesia sabe qué y cómo con ella. La anuncia haciéndola viva y viviéndola. Vive de ella. El Salvador Resucitado deja su paz que es nuestra naturaleza y nuestra necesidad. Y como cristianos y la Iglesia, ¿qué es lo que somos obligados a hacer por la paz? ¿¡Cómo guardarla, construirla y mediarla a los demás!? No es fácil responder a ello. A veces nos parece que la paz es un valor y categoría que pertenece a la razón. Que la paz es un valor intelectual. Hay que comprender que la paz es un don de Dios. El hombre necesita tener las condiciones para recibir ese don y vivirlo. Poner su voluntad en armonía con la voluntad de Dios es la primera condición. Eso significa que debo renunciar a mí mismo, a mi YO, a mi naturaleza soberbia y comenzar finalmente a imitar a Jesús y a los santos. Eso no es un suplemento a nuestra vida, sino su esencia. Es lo que no renunciamos ni en las desgracias, ni en las persecuciones. Es una gracia que nos da alegría, fortaleza y seguridad en nuestro camino. Desde el corazón que tiene paz fluye una oración maravillosa como el agua de la fuente. El alma que lleva paz en todas las situaciones, orara con esperanza, como Jesús: “Padre, que sea tu voluntad”.
Igual que podemos perder los dones terrenos, del mismo modo podemos perder los espirituales. Es decir, podemos perder la paz. Nuestro pecado mortal, nuestro odio, nuestro deseo de venganza y todo nuestro deseo desordenado, es la peste que desarraiga la paz. Nos convierte en el desierto. La paz en nosotros, en nuestra familia, la paz en nuestra Iglesia, la paz en el mundo y entre los pueblos, es un don por el que la Iglesia ora desde los mismos comienzos hasta el día de hoy. Desgraciadamente, muchas de nuestras familias han perdido toda la paz y toda armonía. ¿Por qué? Con el cese de la oración en familia, desaparece la paz. Con el cese de la oración, desaparece la Misa, desaparece el domingo. Cuan espantoso es escuchar a algunos políticos y hombres de negocios, tanto como a los hombres de los medios de comunicación, a los que les da pena porque el domingo, el día del Señor, es un día legalmente no laborable, un día de descanso, un día de familia, un día de oración, un día de encuentro con Dios. Les parece que el país pierde mucho porque festeja el domingo. Ese pensamiento y postura son fruto de la infidelidad. Es la postura del hombre que no ora. Ese hombre vive como si no necesitara a Dios. ¿Cómo puede tener paz un corazón que le roba y le quita a Dios lo que es divino? ¿Cómo puede tener paz aquel que piensa que la paz es un valor que se adquiere con dinero? La gracia de la paz no depende del dinero. Con dinero podemos comprar un traje, pero no la paz. Con dinero podemos comprar la casa y el coche, pero no la paz. Por ello nos advierte la Reina de la Paz, cómo es nuestro deber de testimoniar y demostrar la riqueza de la paz a nuestra familia. La Iglesia está llamada y enviada a enseñar a todos dónde está la paz y cómo encontrarla, cómo mantenerla y hacerla fructífera.
La paz es la mayor riqueza y no pertenece sólo a algunos, como las riquezas terrenas, sino a cada hombre, a cada corazón, a cada familia. Los valores que Dios da al hombre no se pueden comprar, son sencillamente el don de Dios a cada hombre. Por ello, cada uno de nosotros es responsable de esas gracias.
“Yo soy vuestra Reina de la Paz y vuestra madre”. Esa palabra es tan necesaria y maternalmente cálida y cercana a todos, y especialmente a aquellos que han perjudicado su paz, que juzgan a los demás porque la han perdido, que ya no saben cómo llegar a ella… Nuestra Reina de la Paz ha inspirado a todas las razas, ha despertado y movido a los hombres de todos los continentes y de todos los pueblos para que vayan a ella. Ella conoce el camino hacia la paz. Ella sabe qué es lo que necesitamos. Ella sabe sin qué se ha quedado nuestro corazón, y por qué se ha vuelto tan inquieto, sin calma, vengativo, maldito.
Yo soy la Reina de la Paz y vuestra madre. Sí, ella tiene la paz y ella, como madre, educa a sus hijos para la paz. “Deseo guiaros por el camino de la paz…”. Sí, esa es ella. La madre tiene un fuerte deseo de llevarnos al camino de la paz. Es el camino de Dios por el que camina el pacificador. Los que trabajan por la paz, los buscadores de la paz, son los hijos de Dios, dijo Jesús en el Monte de las Bienaventuranzas.
Sí, únicamente la madre educa a los hijos en ese ambiente de los principios de Dios que son la garantía de la paz. Tantas veces se nos han ofrecido falsos guías en nuestros caminos de la vida, falsos maestros, falsos programas, falsos fines… Por eso los caminos humanos, muy a menudo, nos desesperan. Pero el camino de Ella, el camino de Dios, es nuestra paz, felicidad y toda bendición. Y ¿Cómo compaginar todo esto? Sólo con la oración. Perseverante y entregada. La oración es el camino hacia la paz. La oración tiene sus frutos. Uno de los más grandes es la paz y la calma. La paz no es solamente la ausencia de la guerra, de las armas, de la enfermedad, de la pobreza, etc. Aunque a veces pensemos así. La paz es el don por el que podemos orar. La paz es la gracia que podemos fortalecer a través de la oración. Repitiendo esa triple llamada poderosa a la oración, la Reina de la Paz quiere acentuar: Este es el camino y no hay otro. Nuestra querida Madre, ¡Te hemos comprendido y Te obedeceremos!
Este mes pediremos por las siguientes intenciones:
1. Por todos los miembros de nuestra gran familia – la Visitación –, que se reunirá en su encuentro anual. Que esos sean nuestros Pentecostés, una nueva fuerza para la futura vida de la fidelidad a la Reina de la Paz. Viviendo sus mensajes cambiamos a nosotros mismos, a la Iglesia y a todo el mundo.
2. Por los videntes, los parroquianos, los sacerdotes, tanto como por todos aquellos con los que cuenta la Virgen, que sean fieles y perseverantes. Que, como apóstoles, vivamos abandonados a la voluntad de Dios y llevemos la paz, testimoniemos la paz en este mundo sin paz.
3. Por todos los peregrinos que en este tiempo saldrán al encuentro con la Madre, que encuentren la gracia necesitada. Que los enfermos sanen, que los pecadores se confiesen y conviertan al camino de la fe. En este año de San Pablo, San Francisco y San Domingo oremos por las vocaciones espirituales y sacerdotales. Que la Iglesia tenga siempre, y especialmente en estos tiempos, unos pastores santos y fieles.
¡Mis queridos hermanos y hermanas! Perseverad en vuestra vocación. No os olvidéis que prometimos vivir los mensajes y testimoniarlos con la vida. Hoy es tan importante y actual el apostolado de la Iglesia. No permitáis que os confundan las pruebas y desgracias. Al contrario, con aun más fuerza y fervor adhirámonos a la Madre. Este es nuestro tiempo, el tiempo de los que confían y aman a su Jesús y a su Madre. Oro por todos vosotros y os encomiendo a la bondad de Dios.
En Siroki Brijeg, al 29 de abril de 2009.
fra. Jozo Zovko o.f.m