“Queridos hijos, también hoy os invito a la oración. Que vuestra relación con la oración sea cotidiana. La oración hace milagros en vosotros y a través de vosotros, por eso, hijos míos, que la oración sea alegría para vosotros. Entonces, vuestra relación con la vida será más profunda y más abierta, y comprenderéis que la vida es un don para cada uno de vosotros. ¡Gracias por haber respondido a mi llamada!”
“Después de despedirlas subió al monte para orar a solas” (Lc. 14, 23). Sin oración no hay vida cristiana, lo sabemos. El poder de la oración es inmenso. Como la novia tiene necesidad del ser amado, como el novio tiene necesidad de buscar a la amada, como ambos necesitan sentir el amor, “oh Dios, Tú eres mi Dios, desde la aurora te busco; mi alma está sedienta de ti, mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua” (Ps. 63, 2). De la misma manera necesitamos nosotros al Señor. Tenemos que hablar con Él pensando que se encuentra presente, que el que amamos está ahí, pues lo está. La oración no solo obra milagros, nos ayuda a ser felices en Cristo, la alegría que nunca nadie jamás nos podrá robar, “se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar” (Jn. 16, 22). Nuestra oración debe estar enraizada en una fe profunda, humilde y agradecida. “Se ha de poseer la fe con mucho agradecimiento, como cosa no heredada de carne y sangre, sino dada por merced de Dios y a persona indigna. Se ha de poseer con gran temblor, acompañándola con buenas obras para que no permita el Señor que la perdamos, queriéndonos contentar con ella sola. Se ha de poseer con mucha humildad, no engriéndose quien la tiene contra quien no la tiene… ni contra quien viene de quien no la tiene” (San Juan de Ávila, OC. VI, 117). La fe es ciertamente un don de Dios que nosotros debemos fundamentar al menos en tres rocas: 1.- Una fe que debe, por tanto, estar fundamentada intelectualmente aunque supere el intelecto, “dar razón de la esperanza que tenemos” (1Pe, 3, 15). Hay que estudiar, leer, meditar para dar respuestas a los que no creen, a los que son débiles en su fe o a los que creen otras cosas. Hemos de “luchar en el noble combate de la fe y ganar la vida eterna” (1Tm.6, 12). 2.- La fe es un Corazón que busca otro corazón, “Nuestro corazón es tan pequeño, que no caben en él dos amores; y habiendo sido creado solo para el divino, no puede tener descanso cuando se halla con otro” (Santa Margarita Maria de Alacoque). Nuestro corazón se aproxima al de Jesús en la medida que oramos, que vivimos la Eucaristía, que nos confesamos, que nos llenamos de su Palabra…3.- Y es, por fin, una fe bien viva y práctica, “de qué sirve, hermanos míos, que alguien diga: «Tengo fe», si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarle la fe? Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario, y alguno de vosotros les dice: «Idos en paz, calentaos y hartaos», pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así también la fe, si no tiene obras, está realmente muerta. Y al contrario, alguno podrá decir: «¿Tú tienes fe?; pues yo tengo obras. Pruébame tu fe sin obras y yo te probaré por las obras mi fe. ¿Tú crees que hay un solo Dios? Haces bien. También los demonios lo creen y tiemblan. ¿Quieres saber tú, insensato, que la fe sin obras es estéril? Abraham nuestro padre ¿no alcanzó la justificación por las obras cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿Ves cómo la fe cooperaba con sus obras y, por las obras, la fe alcanzó su perfección? Y alcanzó pleno cumplimiento la Escritura que dice: Creyó Abrahán en Dios y le fue reputado como justicia y fue llamado amigo de Dios.» Ya veis cómo el hombre es justificado por las obras y no por la fe solamente” (Jm. 2,14-24). Insisto en que la fe es un don que debemos pedir en la oración y un don que está siempre en crecimiento. Como el amado va conociendo a la amada a lo largo del tiempo, nosotros vamos conociendo a Dios en nuestra vida. “El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y solo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar: «La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador» (GS 19,1). (CEC. 27).
La llamada de la Virgen a la oración es continua, persistente. En la oración encontramos la paz, la alegría y el amor verdadero. No podemos desoír esa seria llamada: Rosario con el corazón, Eucaristía, lectura de la Biblia, Ayuno y Confesión. ¡Que la Gospa nos ayude!
P. Ferran J. Carbonell