“¡Queridos hijos! También hoy los invito a todos a que sus corazones ardan con el amor más intenso posible hacia el Crucificado; y no olviden que por amor a ustedes dio su vida para que ustedes se salvaran. Hijitos, mediten y oren para que su corazón se abra al amor de Dios. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!”
En su último mensaje, la Virgen nos alienta con sus palabras maternales para que sintamos un amor cada vez más grande hacia el Crucificado. Ese amor debe fluir de nuestros corazones puesto que el corazón es el centro del ser humano. Podemos decir muy bien que el hombre es su corazón. En muchas ocasiones, la Virgen nos ha llamado a fin de que nos despertemos, comencemos a sentir amor, porque solamente el amor es fecundo. Solamente las obras hechas por amor, solamente las oraciones que rezamos por amor, llegan directamente al corazón de Dios.
Dios ha hecho todo por nosotros. Él ha enviado a Su Hijo de modo que cada hombre que crea en el nombre del Hijo de Dios, sepa que tiene vida eterna. (cfr. 1 Juan 5,11-13). Dios no desea más que la salvación del hombre. ¿Si Dios lo desea tan ardientemente, qué estamos esperando entonces, por qué nos resistimos, por qué no nos abrimos a El completamente?
En la segunda parte de su mensaje, la Virgen nos invitar a meditar las palabras de Dios de modo que la Palabra de Dios pueda entrar al interior de nuestra alma y la inflame con un anhelo más ardiente de Dios. Cuanto más vivimos la Palabra de Dios, el anhelo aumenta. Ese anhelo sabe que la verdadera felicidad puede provenir únicamente de Dios. La Virgen conoce eso, ya que Ella también guardó las palabras de Dios en su corazón, meditó sobre ellas y las vivió (cfr. Lucas 2, 19 y 51).
La Bienaventurada Virgen María es el modelo de la Iglesia y lo es también por ser Ella la Virgen que ora (Virgo orans), quien con su ejemplo, nos impulsa a una actitud de oración correcta hacia Dios. Ella nos llama a menudo a la oración, lo hace porque somos débiles o porque no sabemos orar de una manera correcta. Algunos oran solamente durante las dificultades, o cuando las cruces, los padecimientos y las aflicciones se hacen muy gravosos. No sólo entonces hay que orar. Hemos sido llamados a orar también cuando nos sentimos bien, cuando en la vida nos va bien. Es entonces cuando debemos ofrecer plegarias de agradecimiento, de modo que Dios nos bendiga aún más y multiplique los regalos que nos ha dado. La oración no es de importancia secundaria, sino la oración es una cuestión de vida o muerte. Tal como un ahogado necesita aire, así también la oración es necesaria para cada creyente, porque a través de ella recibimos la gracia y elevamos nuestros corazones a Dios. Mientras reflexionamos acerca de Maria, Madre de la Palabra encarnada, y Maestra de la vida espiritual, agradezcamos a Ella porque nos educa y enseña en Su escuela de amor.
Fr. Danko Perutina
Medjugorje, 26.09.2007