“¡Queridos hijos! También hoy los invito a acercarse a mi corazón. Unicamente así comprenderán el don de mi presencia aquí entre ustedes. Deseo, hijitos, conducirlos al corazón de mi Hijo Jesús. Pero ustedes se resisten y no quieren abrir sus corazones a la oración. Los llamo nuevamente, hijitos, no sean sordos, únicamente así comprenderán que mi llamado es la salvación para ustedes. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!”
La Madre María también hoy invita a todos sus hijos que tienen oídos a escuchar su llamado. No nos llama mañana, ni ayer, sino hoy, en este momento que es el momento más importante de nuestra vida. No podemos detener la vida, como tampoco el tiempo. Se dirige a su fin, es decir, a un nuevo inicio. Y la Madre desea que comencemos a prepararnos para nuestra eternidad. De nuestra decisión hoy depende también nuestro futuro, nuestra eternidad. “El hoy” divino resuena a través de toda la Biblia, hasta nuestros días, hasta nuestro “hoy” aquí por medio de María. La Madre nos llama a su Corazón inmaculado, santo y materno. Es este el corazón que ha amado a Jesús, que ha creído en Jesús, y con este mismo corazón nos ama a nosotros. Tantas veces, como hoy, nos ha dicho: “Deseo conducirlos al corazón de mi Hijo Jesús.” El camino que conduce a Jesús, y al cual María nos llama, es un camino de fe y de oración. María conoce bien las aspiraciones y los deseos del corazón humano. No podemos engañar nuestro corazón con cosas muertas, con la buena comida y las bebidas, con los placeres y las comodidades. Tenemos necesidad de otros alimentos que Dios nos da. Necesitamos la palabra y el amor de Dios. También hoy el hombre tiene hambre de Dios, está hambriento de un amor verdadero y puro, más que de cosas. Nada menos que Dios podrá satisfacer al hombre, ni colmar su vacío, liberarlo de la inquietud, de la esclavitud, del miedo y del pecado.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña: “El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar: La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador”. (Catecismo 27) No solamente el hombre anhela a Dios sino también Dios hoy, a través de María, y aquí de manera particular, anhela al hombre. Dios quiere hacer que el hombre sea alegre, feliz, pleno, pero no lo hará con la fuerza, con una vara, sino con el amor al cual todos hemos sido llamados a abrir libremente el corazón.
El corazón divino ha sido traspasado. Una espada dolorosa ha traspasado el corazón y el alma de María. Los corazones de Jesús y de María no cesan de sangrar y de sufrir por causa de nuestros pecados: blasfemias, sordera y ceguera, por causa de nuestra resistencia e incomprensión. No obstante eso, Dios llama, porque no puede callar mientras su criatura, el hombre, ha emprendido un camino equivocado. Dios no se ha alejado del hombre, por tanto, no nos alejemos nosotros tampoco de Dios, porque de esta forma nos alienaremos de nosotros mismos y de la vida. Que en nosotros y a través de nosotros, en el mundo, en nuestra familia, pueda realizarse el deseo de María, revelado en uno de sus mensajes: “Deseo que el corazón de Jesús, el mío y el vuestro sean un único corazón de amor.”
Fr. Ljubo Kurtovic
Medjugorje, 26.09.2003