“Queridos hijos! También hoy os traigo mi bendición y os bendigo a todos, y os invito a crecer en este camino que Dios comenzó, a través de mí, para vuestra salvación. Orad, ayunad y testimoniad alegremente vuestra fe, hijitos, y que vuestro corazón esté siempre colmado con la oración. ¡Gracias por haber respondido a mi llamada!”
Bendecir es mucho más que decir bien. La bendición va de lo profundo del corazón a lo hondo del alma. La Bendición Maternal es la búsqueda de la fuente espiritual del hombre para que brote de ella el agua de Dios. Para ello necesitamos, libremente, responder a esa llamada de María a estar con su Hijo. ¿Cuántas veces nos bloquean nuestras ansías de tener? ¿Cuántas veces tenemos el corazón cogido por nuestros intereses? El pecado, no sólo nos aleja de Dios, nos ata y nos deja inmóviles, sin reacción. El peligro del pecado está, sin duda, en que no seamos capaces de levantarnos y regresar junto a Dios. Sin responder afirmativamente a la llamada de nuestra Madre no podemos librarnos de nuestras ataduras. No somos lo suficientemente fuertes, no podemos. Necesitamos ayuda. Reconocer eso es empezar a dejar que la gracia actúe en nosotros. Nuestro orgullo, nuestro egoísmo, el pensar en las cosas materiales nos puede llevar al abismo. Como nos dice san Pablo: “Efectivamente, los que viven según la carne, desean lo carnal; mas los que viven según el espíritu lo espiritual. Pues las tendencias de la carne son muerte; más las del espíritu vida y paz, ya que las tendencias de la carne llevan al odio de Dios: no se someten a la ley de Dios, ni siquiera pueden; así los que viven según la carne, no pueden agradar a Dios. Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros” (Rom. 8, 5-9). ¿Cómo vivimos nosotros: según la carne o según el Espíritu? Dios desea que nosotros espiritualicemos el mundo.
La llena de Gracia, María, en ella empieza todo. Por eso nosotros hemos de mirar su pequeñez, su humildad. Dejar que la gracia de Dios transforme nuestros corazones. Vienen tiempos de esperanza. El adviento. Tiempo de seguir con expectación el ritmo de María. Su ilusión radiante ante el nacimiento de Dios, su confianza en la fuerza del Espíritu Santo, su esperanza extrema… María no es sólo digna de nuestra veneración de hijos, tenemos que imitarla en todo. Ella empezó un camino de luz que lleva hasta el Cielo. ¿Puede haber mujer más importante en la historia? En su entrega nos dio a Jesús y Él nos enseña el camino hacia el Cielo. “Bendita sois entre todas las mujeres, vos que disteis a luz al que es nuestra vida. La Madre del género humano causó la desgracia en el mundo; la Madre de nuestro Señor nos dio la salvación. Eva fue causa del pecado, María del mérito, Eva hiere, María cura; Eva mata, María vivifica. La obediencia de María ha reparado los males causados por la desobediencia de Eva” (san Agustín, Sermón 35, de Sancttis). No podemos dejar que los afanes de mundo nos hagan olvidar que nuestra patria definitiva está con María en el Cielo.
Ser testimonios de fe significa dejar que Dios cambie mi vida, significa que en mi vida soy feliz haciendo felices a los demás, significa que quiero vivir, como María, mi vida fiel hasta la Cruz. Es verdad que la vida nos trae contrariedades, peleas, dolores, pérdidas. Pero también nos trae alegría, encuentros, victorias, nacimientos. Todo eso vivimos nosotros y todo es para mayor gloria de Dios. ¿Somos conscientes que todo forma parte del camino que Dios nos tiene preparado para el Cielo? Todo lo que pasa en nuestra vida es una preparación para encontrarnos con Dios. ¡No podemos dudarlo!
¡Qué la Gospa nos ayude a todos a sembrar el amor de Dios en nuestro mundo! ¡Qué la oración y el ayuno nos hagan fieles testimonios del Evangelio de Cristo!
P. Ferran J. Carbonell