“¡Queridos hijos! Dios me ha enviado entre ustedes por amor, para conducirlos por el camino de la salvación. Muchos de ustedes han abierto sus corazones y han aceptado mis mensajes, pero muchos se han extraviado en este camino y nunca han conocido, con todo el corazón, al Dios del amor. Por eso los invito: sean ustedes amor y luz donde hay tinieblas y pecado. Estoy con ustedes y los bendigo a todos. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!”
Al comienzo de su mensaje, la Virgen nos repite una vez más el objetivo principal de su misión – nuestra salvación. En ningún mensaje, Ella se coloca en el primer lugar. Las palabras que Ella pronunció hace dos mil años en el banquete de las bodas en Caná de Galilea: “Hagan todo lo que El les diga” (Jn 2,5), siguen siendo relevante para nosotros. Hacer lo que Jesús desea, es hacer la voluntad de Dios. Allí está la salvación.
La Virgen, como madre verdadera, desea que todos sus hijos se salven. Por eso, Ella nos llama constantemente, pero también nos advierte, como lo hizo en el mensaje del 25 de noviembre de 1998, cuando dijo: “Hijitos, yo los invito a todos al camino de la salvación y deseo mostrarles el camino hacia el Paraíso.” Hay sólo un camino que conduce a la vida eterna, que conduce al paraíso, y ése es Jesús Cristo. Él dijo de sí mismo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mí.” (Jn 14,6).
La Virgen dice que mucha gente ha abierto sus corazones. Abrir nuestros corazones significa entregarse con todo el propio ser a Dios, que es amor, pero también a los mensajes que nos invitan a esa entrega. El corazón es lo más precioso y hermoso que el hombre posee. El corazón es el símbolo de la vida y del amor, de todas las cosas buenas que los seres humanos poseen. La Virgen ya había pedido de nosotros que nos consagremos nuevamente a Su Corazón y al Corazón de Su Hijo Jesús. En su mensaje del 25 de octubre de 2003, Ella dijo: “No tarden, hijitos, sino digan con todo su corazón: deseo ayudar a Jesús y a María para que muchísimos hermanos y hermanas conozcan el camino de la santidad.” Ella nos recuerda que hay quienes se han extraviado en este camino de entrega, porque nunca entregaron sus corazones a Dios. En el Evangelio, Jesús recordaba a menudo a sus oyentes que tenían sus corazones cerrados, que tenían corazones de piedra. Y aquellos que poseen tales corazones, tienen una escala de valores invertida, en que Dios no se encuentra en el primer lugar, sino por el contrario, una cierta persona, la riqueza, el honor, las consideraciones humanas u otra cosa. Tener un corazón puro, un corazón de carne, un corazón devoto, significa volcarse totalmente en Dios, que nos aguarda en secreto y en silencio.
La Virgen nos anima a que seamos amor y luz. Ser amor significa ser testigo del amor puro de Cristo, que se entregó a nosotros. Ese amor es incondicional, no pide nada, solamente da. Piensa siempre en otros antes que en sí mismo. Aprendemos tal amor de Jesús si nos entregamos a El con todo el corazón, porque El nos llama a amar no solamente a nuestros amigos, sino también a nuestros enemigos. La gente está siempre dispuesta a amar a sus vecinos y odiar sus enemigos (Mt 5:43), porque es más fácil. Jesús ha ido más allá de eso. Su discípulo, el creyente, el cristiano, no puede ser selectivo en su amor. El debe amar a toda la gente, incluyendo a sus enemigos, en el Espíritu de su Señor. Eso significa ser amor. ¿Y qué significa ser luz? Ser luz significa alumbrar a los demás para que no se tropiecen y no deambulen en la oscuridad. Deberíamos ser la luz que Cristo ha encendido, para que la gente pueda ver la verdad y el rostro de su Padre Celestial, en vez de vagar y de tropezar en ideas falsas. Y que en esa luz, ellos puedan reconocer a todos los hombres como sus propios hermanos y hermanas. La Virgen, como madre verdadera, nos acompaña y nos bendice en ese camino.
Fr. Danko Perutina
Medjugorje, 26.10.2007