“¡Queridos hijos! Los invito tambien hoy a la oración. Crean, hijitos, que con la oración simple pueden hacerse milagros. A través de su oración ustedes abren su corazón a Dios y El hace milagros en su vida. Mirando los frutos, su corazón se llena de alegría y de agradecimiento hacia Dios por todo lo que hace en su vida y a través de ustedes por los demás. Recen y crean, hijitos. Dios les concede gracias y ustedes no las ven. Recen y las verán. Que su jornada esté llena de oración y de acción de gracia por todo lo que Dios les da. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!”
Este mensaje de la Virgen, como la mayoría de sus mensajes, también comienza con un llamado a la oración. En este momento no hay nada más importante ni necesario que decir. La Madre María desea que lleguemos a estar, como Ella, plenos de alegría y gratitud. La oración nos debería llevar al gozo y a la gratitud. Ella no conoce otra vía, fuera de la que nos ha recomendado con tanto fervor durante todos estos años. Si conociera otro camino, diverso, seguramente no lo habría escondido de nosotros. Ella es la Madre que ama a cada uno de sus hijos, y no puede ni desea engañarnos. Ella no será motivo de desilusión para nosotros si la escuchamos y si en Ella nos refugiamos. Por eso también San Bernardo rezaba: “Acuérdate, oh piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir, que ninguno de los que han acudido a tu protección, implorando tu asistencia, y reclamando tu socorro, haya sido abandonado por ti”. Muchos han experimentado y vivido tangiblemente la fuerza y la eficacia de la oración a Dios. La más poderosa es la oración de agradecimiento, que abre el corazón de Dios, pero sobre todo las puertas de nuestros corazones, a través de las cuales Dios puede y desea entrar.
Lo que la Virgen nos recomienda, pone en nuestras manos y también desea poner en nuestros corazones, es la oración, que a nosotros puede parecernos un instrumento simple y un medio débil en el cual, según la lógica y el intelecto humano, es difícil confiar para obtener algo grande. En verdad solamente las personas simples pueden comprender las palabras de Dios. Y las palabras de la Virgen en este caso son muy simples y no parecen sabias a los ojos del mundo. Por eso San Pablo dice: “¿Acaso Dios no ha demostrado que la sabiduría del mundo es una necedad? En efecto, ya que el mundo, con su sabiduría, no reconoció a Dios en las obras que manifiestan su sabiduría, Dios quiso salvar a los que creen por la locura de la predicación. Porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres.” (1 Cor 1,20b – 21.25). Y Jesús en el Espíritu Santo proclama: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido.” (Lc 10,21) En verdad solamente los pequeños reconocen a Dios, reconocen la presencia materna también aquí en Medjugorje. También hemos aprendido del Evangelio que Jesús no podía ayudar a aquellos que acudía a El llenos de sí, llenos de orgullo. Dios mismo no tenía un espacio en el que se pudiera situar y ofrecer su salvación. Solamente con la oración nosotros creamos un espacio para Dios, y sin ese espacio, El no logrará entrar en nuestras vidas.
Santa Teresa de Avila solía decir: Dios está esperando nuestra decisión, para poder hacer todo en nuestra vida. Dios es paciente, nos espera toda la vida. Nos espera solamente con amor, para dárnoslo y enriquecernos con él. Está esperando cada corazón humano, espera la ocasión en que cada familia lo reciba como un querido huésped y amigo, que le abran las puertas de sus casas, como lo hizo Zaqueo y su vida cambió y se convirtió en una vida plena que llenó su corazón, el cual se transformó en un corazón agradecido, capaz de perdonar y compartir. Podemos hacer muy poco con nuestras fuerzas humanas. Con la fuerza humana es imposible llegar a ser santos, es imposible perdonar, amar, compartir el propio tiempo y el propio corazón con los demás. A menudo, en nuestra vida, el problema no consiste en el perdonar o no perdonar a alguien, sino el problema mayor está en nuestro No al perdón y a la libertad que, por consiguiente, se obtiene. El problema está quizás en el hecho de que no hemos aceptado a Dios y no nos hemos dado cuenta de que El nos ha perdonado.
Permitamos a la Madre María llevarnos a su Hijo Jesús, para poder ser felices y agradecidos para con Dios, para poder ser hombres que ven y reconocen a Dios en su vida, en cada hombre que El nos ha puesto en el camino de nuestra existencia.
Fr Ljubo Kurtovic
Medjugorje, 26.10.2002