“¡Queridos hijos! También hoy los exhorto a consagrarse a mi corazón y al corazón de mi Hijo Jesús. Solamente así serán cada día más míos y se incitarán los unos a los otros cada vez más a la santidad. Así el gozo reinará en sus corazones, y serán portadores de paz y de amor. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!”
La Virgen, Madre y Reina de la Paz, también hoy nos abre su corazón materno y con estas palabras simples nos conduce a la fuente de la vida y nos muestra el camino hacia la fuente.
Nos alienta e invita a consagrarnos a su corazón y al corazón de Jesús. María nos invita a entrar a esos dos corazones que están unidos, a fin de que podamos sentir cuán importantes somos para ellos y lo que están dispuestos a hacer por nosotros. En uno de sus mensajes dice: “Queridos hijos, deseo que comprendan que aquí quiero crear no sólo un lugar de oración sino también de encuentro de corazones. Deseo que mi corazón, el de Jesús y vuestro corazón sean un único corazón de amor y de paz”. Solamente en el encuentro con sus corazones, nuestros corazones pueden ser sanados y liberados.
La Madre María sabe bien cuál es la enfermedad más grande y más grave del mundo contemporáneo. La enfermedad más grave no es el cáncer ni el sida, sino sentirse indeseado, superfluo, no amado y sin nadie que se preocupe de uno. Las enfermedades corporales pueden ser sanadas con la medicina, pero el único medicamento contra la soledad, la desesperación y la falta de esperanza es el amor de Dios. Hay muchos que tienen hambre de pan, pero hay aún muchos más que tienen hambre de amor, de Dios en definitiva. El hombre de hoy es pobre no porque no tenga dinero sino porque no tiene a Dios. Un hombre es pobre porque no tiene amor, y Dios es amor. Esa hambre de Dios se percibe a cada paso. El hombre procura mitigarla con la comida, la bebida, las cosas, el poseer, los placeres, y de esa forma cae cada vez más en una mayor adicción y esclavitud, de la cual únicamente Jesús puede liberarlo. El es él único que nos dice que no somos libres, sino nos hace libres.
A los demás solamente podemos darles lo que tenemos. Antes de todo debemos sentir el amor de Dios en nosotros, y solo entonces podemos darlo a los demás. Por medio de María, Dios en todos estos años nos ha llamado a la santidad, y eso significa que nos ha llamado a la salud, a la libertad y a la paz… si el hombre experimenta y vive todo eso, no puede gozarlo de manera egoísta, sino que todo eso lo empuja hacia los demás a fin de que todos puedan sentir y experimentar lo que Dios en su infinitud desea dar a cada uno. Cuando amemos a Dios de una manera profunda entonces podremos amar también todo lo que El ha creado. Solo entonces uno se convierte en un misionero en su ámbito, en su familia, en el lugar en que Dios nos ha puesto a vivir.
Solamente entregándonos completamente a Dios, podemos sentir seguridad. Y esa entrega puede ser similar a la muerte, al morir a sí mismo, tal como María murió a sí misma y a su voluntad, y se vació a fin de que Dios pudiera vivir en ella y a través de Ella. Jesús en su oración nos enseña ese abandono: “¡Padre, no se haga mi voluntad, sino la tuya!” (Lc 22,42). Renunciar a los propios deseos a fin de que El pueda obrar según Su deseo y voluntad, porque la voluntad de Dios es nuestra paz.
Ayudemos y permitamos a la Madre María que nos conduzca por los senderos del gozo para que nos convirtamos en portadores de Dios, de su paz y de su amor en nuestro ambiente.
Fr. Ljubo Kurtovic
Medjugorje 26.5.2004