“¡Queridos hijos! Hoy los invito a unirse a Jesús en la oración. Abridle vuestro corazón y dadle todo lo hay en él: alegría, tristeza y enfermedad. Que este tiempo sea para vosotros, un tiempo de gracia. Orad hijitos, y que cada instante sea de Jesús. Yo estoy con vosotros e intercedo por vosotros. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!”
La Bienaventurada Virgen María, la Reina de la Paz, nos invita a unirnos a Jesús, y el instrumento que pone en nuestras manos, es la oración. Hace mucho tiempo, aprendimos en el catecismo que la oración es un diálogo con Dios. Para poder hablar, hay necesidad de un interlocutor, de una persona. Con algunas personas es posible hablar sin que tal conversación abarque la vida en su profundidad, sino que se quede en la superficie. Hay conversaciones que alientan, enaltecen y sanan. La oración es propiamente una conversación de tal índole, pero no con cualquiera, sino con Dios todopoderoso. El hombre tiene la posibilidad de dialogar con Dios, con Jesús, porque tiene un espíritu como lo tiene Dios. Dado que Dios se hizo hombre en Jesús, podemos hablar humanamente con El, porque tenemos el Espíritu Santo, porque hemos sido bautizados y confirmados, porque hemos recibido esas capacidades, dones por medio de los cuales podemos estar más cerca de Jesús. Al preguntarnos: ¿Dónde está Jesús? Yo preguntaría más bien: ¿En dónde no está? Adónde mires, lo puedes encontrar. Su mirada y sus ojos miran con amor a cada hombre. Es importante estar consciente de este hecho, para poder comenzar a caminar en dirección de El. El está siempre con nosotros, pero nosotros debemos esforzarnos para estar con El.
La Madre nos llama: ábranle vuestro corazón a El y denle todo lo que hay en él. Es más fácil compartir el pan con alguien, o bien, los propios bienes y el propio dinero, que recibir a alguien bajo el propio techo, llevarlo al propio hogar, abrirle el propio corazón. Es mucho más difícil permitir a alguien entrar en las zonas más escondidas de la propia alma. Es mucho más difícil compartir con alguien la parte más profunda de la propia alegría, el propio padecimiento, las heridas y las cruces de la propia existencia. Es posible hacerlo solamente con las personas más cercanas, suponiendo que sea posible hacerlo verdadera y completamente con los hombres. Somos desconocidos y misteriosos para nosotros mismos, y ni siquiera nosotros nos conocemos profunda y completamente, y aún menos nos conocen los demás. Unicamente Aquel, de cuyas manos hemos salido, nos conoce y puede sanarnos, curarnos y colmar el vacío de nuestro corazón y de nuestra alma. Es más fácil, sumar oraciones que abrir el corazón. Es por eso que la oración en sí no puede ayudarnos, porque ésta no ayuda ni repone, sino que será Dios quien nos ayude en la oración. Pero El no puede acudir a la oración que se reza sin corazón, tal como no es posible entrar a una casa en que las puertas estén cerradas.
El más grande sufrimiento del hombre es el provocado por la desconfianza hacia Dios, que lo lleva al miedo, a la angustia y a la preocupación por la propia vida y por el propio futuro. Si tengo miedo de que alguien me pueda robar, asesinar, entonces procuraré defenderme, protegerme, cerraré la puerta con llave. Si en cambio, tengo confianza, me sentiré de manera diferente. Lo mismo se aplica a la relación con Dios. Si tengo confianza en El, si creo que mi vida con El será feliz y plena, si acepto sus palabras como divinas y no humanas, si creo que su palabra sea verdad, que El tiene palabras de vida eterna, entonces podré abrirle las puertas de mi casa y de mi corazón.
La Madre María nos dice que este es un tiempo de gracia. Nos exhorta a no transcurrir las horas y los días sin Jesús. Con Jesús todo se cumple. El problema fundamental del hombre es el de estar lejos de Dios, sin contacto con El. A menudo puede suceder que lo olvidemos, que lo dejemos de lado, o quizás lo invoquemos para recibir una ayuda urgente, cuando nuestra vida se ve afectada por algún problema. Probablemente oramos cinco minutos o media hora, pero luego lo dejamos de lado en vez de continuar nutriéndonos de El. Dios no es un bombero: El quiere ser compañero de viaje, amigo y salvador tuyo y mío.
Tomemos en serio las palabras que surgieron del corazón de la Madre, a fin de que los días no transcurran sin un sentido y sin un objetivo. Permitamos a Jesús que también en esta Pascua resucite en nosotros. Paz y Bien para vosotros.
Fr Ljubo Kurtovic
Medjugorje 26.3.2002