“¡Queridos hijos! Los invito nuevamente: sean abiertos a mis mensajes. Hijitos, deseo acercarlos a todos ustedes a mi Hijo Jesús. Por eso, oren y ayunen. Los invito especialmente a orar por mis intenciones, para poder presentarlos a mi Hijo Jesús, y El transforme y abra sus corazones al amor. Cuando tengan amor en el corazón, reinará la paz en ustedes. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!”
El corazón de María siente y padece cuando nosotros sufrimos. Ella solidariza con nosotros y se apena cuando estamos cerrados y no nos importa lo que Ella quiere decirnos. Tal como una madre en una familia padece con sus hijos cuando ellos padecen, sufre cuando ellos sufren, así también María. A medida que el corazón es más puro y el amor es más grande, el dolor es más grande por el mal, el pecado y todo lo que destruye la vida.
La madre María nos llama a preparar el lugar al que Jesús podrá llegar. Sin nuestra preparación y apertura, el mismo Jesús queda imposibilitado en su acción. Vemos a Jesús en los Evangelios como no tuvo éxito, no pudo ayudar a la gente que no estaba preparada a escucharlo, a creerle y coger del tesoro de Su vida. Solamente los simples y los humildes descubren la fuerza de la simplicidad de Dios y María. Las palabras del mensaje de la Virgen son tan simples. Visto desde fuera, las palabras son comunes, humanas. Tal como nuestro Dios en Jesús se vistió de simplicidad, pequeñez y humanidad. Miramos a Jesús cada día en nuestros altares, en la Santas Misas vestido en la sencillez y la simplicidad del pan, y puede suceder que no lo reconozcamos y no lo encontremos. Puede ser que comulguemos, tomemos la hostia consagrada pero no encontremos al Jesús vivo, resucitado, que la fuerza de su Resurrección y de su amor nos dejó en la simplicidad del pan. Todo lo que necesitamos: el amor, la paz, el sentido de la vida, la alegría, Jesús nos las dejó en la Santa Misa.
De alguna forma, la presencia de la madre María está escondida en palabras simples, comunes, humanas en las cuales con fe y entrega descubrimos la fuerza que nos atrae y conduce a Jesús y al encuentro con El. Como Jesús de una manera simple se convirtió en hombre y se nos acercó, así también María habla simple y comprensiblemente. Detrás de esa simplicidad miremos con fe y con el corazón a Ella, a la Santísima y a la Inmaculada, anhelo de nuestro corazón. Nosotros somos hijos de María, y cada hijo necesita a su madre, no puede estar sin ella.
El deseo de María es acercarnos a Jesús. Ella desea que en nuestro corazón también surja el deseo de conocer y encontrar a Jesús. Sin ese deseo, Ella está imposibilitada de ayudarnos. Es necesario que nuestro corazón se mueva hacia el encuentro y el conocimiento de Dios. María es la que mejor conoce a su Hijo y también conoce el camino por el que se llega a El. Estamos en manos seguras si nos dirigimos a Ella en busca de consejo y ayuda.
Orar por las intenciones de María significa orar para que se realicen sus deseos maternales para nosotros y no nuestros deseos. Ella sabe lo que es mejor para nosotros porque nos ama más de lo que podemos y sabemos amarnos. Su deseo es presentarnos, darnos a Jesús. Tal como Ella presentó a Jesús en el templo al Padre Celestial, así también quiere presentarnos a su Hijo Jesús. El es fuente de paz y de amor. Lo necesitamos a fin de que en nuestras familias y en nuestras relaciones humanas reine su paz que no es la paz de este mundo, sino la paz que proviene de su corazón traspasado en la cruz.
Fr. Ljubo Kurtovic
Medjugorje, 26.7.2004