“Queridos hijos: También hoy os invito a la oración. El pecado os atrae hacia las cosas terrenales, yo, por el contrario, he venido a guiaros hacia la santidad y hacia las cosas de Dios; sin embargo, vosotros os resistís y desperdiciáis vuestras energías en la lucha entre el bien y el mal que están dentro de vosotros. Por eso hijos míos, orad, orad, orad hasta que la oración se convierta para vosotros en alegría, así vuestra vida se convertirá en un simple camino hacia Dios. ¡Gracias por haber respondido a mi llamada!”.
“Porque muchos viven, según os dije tantas veces, y ahora os repito con lágrimas en los ojos: Hay muchos que por su estilo de vivir son contrarios a la cruz de Cristo” (Fil. 3, 18). En este tiempo de cuaresma que Dios nos ha regalado tenemos que concentrarnos en la conversión. Lo que ayuda a nuestra conversión es, sin duda, la penitencia y la confesión sacramental de nuestros pecados. Tenemos que acudir al sacerdote y confesarnos. Algunos cristianos (muchos) viven su fe mediocremente porque no ven la necesidad de su conversión y no se confiesan asiduamente. Llevamos un estilo de vida que no es el que Dios quiere. Vivimos contra la cruz de Cristo cuando no lo hacemos con alegría por ser hijos de Dios. Vivimos contra su cruz cuando nos dejamos atraer por las cosas del mundo desmesuradamente. Vivimos contra su cruz cuando anteponemos nuestra voluntad a la de Dios o no sabemos vivir el dolor buscando esa cruz. Vivimos contra la cruz cuando nuestros afectos se desordenan y gobiernan nuestra vida. Vivimos contra la cruz de Cristo cuando nos dejamos ennegrecer por el pecado. La única manera de poder vivir en Dios, en su santidad, es orar, orar sin cesar, orar, rezar continuamente. El hombre sin Dios no puede nada. Debemos estar convencidos de necesitar la gracia y el amor de Dios para vencer. Si nuestro corazón se llena y se convence de esa gran verdad buscaremos la actualización continua del inmenso amor de Dios en nosotros. De esa manera nuestra lucha contra el mal será unirnos a Cristo pero sabiendo que la victoria es nuestra. Cristo en su cruz ha vencido al pecado, tenemos que asociarnos con nuestra oración a su victoria. Ese es el significado profundo de este tiempo de cuaresma que la Iglesia nos invita a vivir. “El Señor nos lo arregla todo, aunque le guste apretar un poquito para que luego le apreciemos más” (Santa Maravillas de Jesús). En el sufrimiento debemos buscar con más fuerza al Señor. Él lo arreglara todo, Dios lo puede todo. Muchos abandonan cuando les sobreviene la prueba o cuando ven el pecado escandaloso de los otros. En estos tiempos, como siempre, parece que nos olvidamos de la doble dimensión de la Iglesia que es santa pues su cabeza lo es, y es pecadora porque estamos nosotros que la ensuciamos con nuestro pecado. En efecto, la cabeza de la Iglesia es Cristo y por eso es santa. El problema siempre somos los hombres que, aún bautizados, no dejamos nuestra vida de pecado. La oración por la Iglesia debe intensificarse en este tiempo para que la fuerza del Espíritu Santo la ilumine con fuerza y salga fortalecida de la prueba. “Dios golpea sin cesar las puertas de nuestro corazón. Siempre está deseoso de entrar. Si no penetra, la culpa es nuestra” (San Ambrosio). ¡Abramos nuestros corazones a Cristo! Si borramos nuestro pecado personal estamos mejorando la Iglesia de Cristo. Nuestro pecado es personal pero afecta a toda la comunidad, nuestra conversión es, también la de la Iglesia. “Amad a esta Iglesia, permaneced en esta Iglesia, sed vosotros esta Iglesia” (San Agustín).
“Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt. 6, 6). El amor a Dios y el amor a nuestro prójimo, son inseparables, la oración brota de un corazón que busca a Dios sobre todo. La oración es como la respiración para el hombre, un hombre sin respirar se muere, un cristiano sin oración ya está muerto. Orar desde el silencio desde lo escondido pero rezar pidiendo, adorando y alabando a nuestro Salvador. “El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. El fruto del servicio es la paz” (Beata Madre Teresa de Calcuta).
¡Qué la Gospa nos ayude en este tiempo a convertirnos llevándonos a Jesús!