“¡Queridos hijos! Abran su corazón a la misericordia de Dios en este tiempo cuaresmal. El Padre Celestial desea liberar a cada uno de ustedes de la esclavitud del pecado. Por eso, hijitos, aprovechen este tiempo y a través del encuentro con Dios en la Confesión, abandonen el pecado y decídanse por la santidad. Hagan eso por amor a Jesús, quien con su sangre ha redimido a todos para que fueran felices y estuvieran en paz. No olviden, hijitos, que vuestra libertad es vuestra debilidad, por eso sigan mis mensajes con seriedad. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!”
Dios no cesa de buscar y atraer al hombre a sí mismo para vivir en él y para que el hombre pueda encontrar en El la plenitud de la beatitud. Su amor misericordioso se nos manifestó cuando envió a su Hijo Jesucristo para redimirnos y salvarnos con su Pasión, Muerte y Resurrección. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en El, no se pierda, mas tenga vida eterna.” (Jn 3,16)
“Abran su corazón a la misericordia de Dios en este tiempo cuaresmal” – nos dice la Virgen María. ¿Dónde si no en la misericordia de Dios, el hombre puede encontrar esperanza y paz? Podemos preguntarnos: ¿Por qué es difícil creer en la misericordia de Dios? Al creer en la misericordia de Dios regresamos a las raíces mismas del pecado. Lo más difícil para el hombre es reconocer los propios pecados. Cuando el hombre no se siente pecador, no siente la necesidad de acudir a la misericordia de Dios. Por otro lado, el mundo y cada hombre anhelan la misericordia, el perdón y el amor.
En la profundidad del corazón de Dios existe el anhelo y el deseo de liberar a su criatura de la esclavitud del pecado. A pesar de que la conciencia del pecado se pierde, éste es una realidad, y sufrimos sus consecuencias diariamente, como individuos y como familias. Lo que el hombre niega y de lo que huye es lo que más lo persigue. Sólo cuando el hombre tiene el valor de enfrentarse con lo que más le produce dolor, le produce vergüenza, sólo entonces comienza el proceso de curación y de liberación. Asimismo es la decisión más difícil de tomar para el hombre. Lo más difícil para un adicto a cualquier vicio: la droga, el juego, o el alcohol, es reconocer la propia adicción. Sólo cuando lo hace, él se convierte en un vencedor que comienza a luchar por su libertad y a ser libre.
La Madre María, quien ya nos había llamado anteriormente a la Confesión, también en este mensaje nos invita a que acudamos a la misericordia de Dios en el Sacramento de la Santa Confesión en el cual Dios no únicamente perdona los pecados, sino también nos da fuerza para que luchemos y persistamos en el camino de la paz, de la libertad y de la conversión.
“Vuestra libertad es vuestra debilidad” – nos dice la Virgen María. Precisamente, es este tiempo cuaresmal que nos advierte que aún no hemos alcanzado nuestro objetivo. La Cuaresma nos quiere decir que todavía estamos en el desierto. En el desierto no estamos seguros de antemano. Siempre existe la posibilidad de caer, de perder la libertad y de venderla por un poco de goce y placer que nos da el pecado. Dios no nos quiere dar un poco sino todo, desea darse a sí mismo. La libertad que Dios nos da es un don, un peso y una responsabilidad. En esa libertad en cada momento somos responsables, y no podemos liberarnos de esa responsabilidad.
En este nuestro camino de vida no estamos solos, abandonados a nosotros mismos. Tomemos con seriedad los que la Madre Celestial nos dice, a fin de que podamos encontrar a Jesús y para que podamos caminar por la vía de la santidad, de la paz y de la libertad.
Fr. Ljubo Kurtovic
Medjugorje, 26.02.2007