“¡Queridos hijos! También hoy los invito a orar. Oren, hijitos, de manera especial por todos aquellos que no han conocido el amor de Dios. Oren para que sus corazones se abran y se acerquen a mi Corazón y al Corazón de mi Hijo Jesús, a fin de que podamos transformarlos en hombres de paz y de amor. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!”
Nuestra Madre Celestial, la Reina de la Paz, dirige su palabra celestial a todos nosotros, incasable y pacientemente con un amor que exige. El amor de la Madre María no nos deja pasivos, sino que nos quiere impulsar a hacer algo bueno y hermoso por Dios en el prójimo. Unicamente podemos ser movidos si hemos permitido que Dios nos toque y aliente. Solamente aquel que ha sabido y experimentado cuánto Dios lo ama, podrá también dar a los demás lo que él mismo ha recibido. No podemos dar lo que no tenemos, y no podemos tener si no pedimos a Dios, quien no da poco sino en abundancia.
Nadie puede decir: “Amo a Dios a más no poder”. Siempre podemos aún más y con mayor fuerza.
La Madre María desea que comprendamos cuánto Dios nos ama. El amor de Dios es tan tierno que nunca se nos impone. Dios nunca turba el alma, sino que preferiblemente la atrae y la llena con su amor. Y Dios no puede colmar algo que ya está lleno con otra cosa. Es necesario vaciarse a fin de que El nos pueda llenar. Jesús nos enseña: “Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios” (Mt 5,8). Unicamente un corazón puro ve a Dios y en el prójimo reconoce a alguien del cual él es también responsable. Todos somos responsables los unos de los otros y estamos unidos unos a otros mediante lazos espirituales invisibles. Todos irradiamos en torno de nosotros el bien o el mal. El bien del otro es también mi bien.
También hoy, Dios a través de María necesita nuestras manos, nuestra voz, nuestros pies, a fin de que a través de nosotros pueda amar a este mundo. Dios no espera de nosotros obras grandes y sensacionales, sino que busca que pongamos amor en todo lo que hagamos. No podemos ni debemos retener para sí el amor de Dios. El objetivo de nuestros intentos, nuestras oraciones y obras no consisten en que nos acerquemos solos a Dios y permanezcamos con El, sino que procuremos llevar a El a toda la gente, a quienes El nos puso en el camino. Fundamentalmente, que El a través de nosotros los atraiga a Sí, les done la salud, la paz, la libertad.
Como dice la Beata Madre Teresa: “El verdadero amor siempre trae sufrimiento. Es siempre padecimiento.” El dolor y el padecimiento siempre van juntos. Eso Cristo lo demostró. Nos amó también en el dolor. Nos amó no porque le fue agradable. Llegó hasta la muerte en la cruz. Jesús nos enseña diciéndonos: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando.” (Jn 15,13-14)
Hoy el mundo está hambriento de amor, no de cosas, ni de dinero. Hemos sido creados para el amor. Si no tenemos amor, entonces procuraremos llenar ese vacío con cosas y placeres ilusorios, pero no podemos engañar nuestro corazón y nuestra alma porque ella busca la fuente de la cual fue creada. La mayor necesidad del hombre es la de amar y de ser amado. Nos enfermamos cuando no amamos ni experimentamos que Dios nos ama. Por eso, en este mensaje, la Madre María nos invita: “Oren”. Y la oración no es una necesidad psicológica sino que es la exigencia del amor hacia Dios. El amor es oración. Si no oramos, no podremos amar, y si no amamos, no tendremos fuerza para morir a sí mismos y a nuestro egoísmo que nos hiere a nosotros y a quienes nos rodean.
No nos cansemos de ir por el camino al cual la Madre nos llama y en el que Ella está con nosotros para conducirnos a la fuente de la vida – a Dios.
Fr. Ljubo Kurtovic
Medjugorje 26.1.2004