La Virgen vino con el Niño Jesús en brazos y no dio ningún mensaje, pero el Niño Jesús comenzó hablar y dijo: “Yo soy vuestra paz, vivid mis mandamientos”. Con la señal de la Cruz, la Virgen y el Niño Jesús, juntos, nos bendijeron.
“Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz” (Ef. 6, 12-15). Sin decir nada se puede decir mucho. No dice nada la madre que vela por su hijo enfermo y, en cambio, lo dice todo. No dicen nada los padres que lloran a su hijo metido en drogas y, en cambio, lo dicen todo. No se dice nada una pareja que se ama y, en cambio, su mirada, lo dice todo. Tal vez nos pueda parecer que la Gospa no dice nada, pero lo dice todo. Podemos pensar que Jesús nos dice poco pero nos lo dice todo. Vivir la paz y los mandamientos. El primer punto hace referencia a nuestro interior, el segundo a nuestro comportamiento. Vivir la paz que Él regala a nuestros corazones. Una paz que es profunda, verdadera, sencilla. Todo depende de nuestro grado de unión a Jesucristo. Si estamos lejos, estaremos en guerra continua. Nuestro corazón permanecerá inquieto y agitado. Si permanecemos cerca, la tranquilidad dominará todas nuestras acciones. Nuestro corazón estará confiado “como el niño en el regazo de su madre” (Ps. 131, 2). Una vez leí un cuento que expresa lo que es la paz para el cristiano: “Había una vez un Rey que ofreció un gran premio a aquel artista que pudiera captar en una pintura la paz perfecta. Muchos artistas lo intentaron. El rey observó y admiró todas las pinturas, pero solamente hubo dos que realmente le gustaron y tuvo que escoger entre ellas. La primera era un lago muy tranquilo. Este lago era un espejo perfecto en el que se reflejaban unas plácidas montañas que lo rodeaban. Sobre estas se encontraba un cielo muy azul con tenues nubes blancas. Todos los que miraron esta pintura pensaron que reflejaba la paz perfecta. La segunda pintura también tenía montañas, pero eran escabrosas y descubiertas. Sobre ellas había un cielo furioso del cual caía un impetuoso aguacero con rayos y truenos. Montaña abajo parecía retumbar un espumoso torrente de agua. Todo esto no revelaba para nada lo pacífico. Pero cuando el Rey observó cuidadosamente, miró tras la cascada un delicado arbusto creciendo en una grieta de la roca. En este arbusto se encontraba un nido. Allí, en medio del rugir de la violenta caída de agua, estaba sentado plácidamente un pajarito en medio de su nido… Paz perfecta. El Rey escogió la segunda. Explicaba el Rey, “Paz no significa estar en un lugar sin ruidos, sin problemas, sin trabajo duro o sin dolor. Paz significa que, a pesar de estar en medio de todas estas cosas, permanezcamos calmados dentro de nuestro corazón. Este es el verdadero significado de la palabra paz”. En ese sentido Jesús es nuestra paz, no la de los cementerios, la paz que da vida. Debemos armarnos con la ‘armadura del combate’ para conseguir esa paz. “Consérvate primero tú mismo en paz y luego podrás llevar la paz a los otros” (Kempis). El punto siguiente es vivir los mandamientos. Vivir realmente el amor. Eso no es fácil en el mundo en el que estamos. No cuesta nada buscar excusas para no cumplirlo. Solo con Cristo, con su asistencia, podemos cumplir los mandamientos, por tanto la paz y cumplir los mandamientos van unidos.
Acabo como otras Navidades, mi reflexión con un poema. El Romance del Nacimiento de san Juan de la Cruz. Que este poema nos sirva de oración:
Ya que era llegado el tiempo
en que de nacer había,
así como desposado
de su tálamo salía,
abrazado con su esposa,
que en sus brazos la traía,
al cual la graciosa Madre
en su pesebre ponía,
entre unos animales
que a la sazón allí había,
los hombres decían cantares,
los ángeles melodía,
festejando el desposorio
que entre tales dos había,
pero Dios en el pesebre
allí lloraba y gemía,
que eran joyas que la esposa
al desposorio traía,
y la Madre estaba en pasmo
de que tal trueque veía:
el llanto del hombre en Dios,
y en el hombre la alegría,
lo cual del uno y del otro
tan ajeno ser solía.
P. Ferran J. Carbonell.