“¡Queridos hijos! Vosotros corréis, trabajáis y acumuláis, pero sin bendición. ¡Vosotros no oráis! Hoy os invito a deteneros ante el Pesebre y meditéis sobre Jesús, a quien también hoy os doy, para que Él os bendiga y os ayude a comprender que sin Él no tenéis futuro. Por eso, hijitos, poned vuestras vidas en las manos de Jesús para que Él os guíe y proteja de todo mal. ¡Gracias por haber respondido a mi llamada!”
¡Cuánta razón! Sobre todo en estas fechas se corre y se trabaja por cosas que no valen la pena. Acumulamos cosas, creemos que la vida consiste en tener desenfrenadamente. Poseer cosas materiales que se estropean y caducan. Por el contrario, aquello que dura para siempre, aquello que realmente llena, se convierte en algo oculto para nosotros. ¡Cuánta pobreza tiene nuestro espíritu! De ahí que la Gospa nos insista en la necesidad de la oración. Sus palabras en estas Navidades nos tendrían que ser un estímulo: ¡Ustedes no oran! La oración es fundamental para poder reconocer a Dios hecho hombre en Belén. La Navidad es la eternidad de Dios que se hace finita para que nosotros podamos entrar en la eternidad de Dios. ¡Qué gran misterio! Y nosotros no lo merecemos. Nos olvidamos de Dios, nos olvidamos que los bienes que hemos de acumular son bienes espirituales. Debemos desoír la voz de nuestro mundo que nos llama a vivir la Navidad como el tiempo del gasto y de la superficialidad. La llamada de la Virgen María debiera mover nuestros corazones. Ella nos da a Jesús, nos lleva a Jesús, rebosa de gracia para regalarnos su amor. ¿Cuál es nuestra respuesta?
“Como si estuviera presente…”, nos enseña a orar san Ignacio de Loyola. Esa es la oración que nos quiere enseñar la Virgen. Orar ante el pesebre e imaginar que estamos allí, en Belén. Imaginar que somos alguno de los personajes del nacimiento. Sentir como lo hicieron los pastores que lo dejaron todo para adorar a Nuestro Salvador; encarnarnos en los Magos que ofrendaron todo lo mejor a Jesús; el buey y la mula que le dieron calor; la Virgen María siempre humilde y orante; san José silente pero profundo… ¡Cuánta oración podemos hacer ante el portal de Belén y como perdemos, a menudo, nuestro tiempo! Detenernos ante el portal y meditar. Nuestras vidas, demasiadas veces, no se parecen ni a la humildad de las figuras navideñas ni a su entrega confiada. Sin la confianza absoluta en Dios ¿qué futuro podemos tener? Ya se ve: sólo la oscuridad y el pecado. Pero nosotros queremos confiar, queremos la luz y la felicidad que vienen de lo alto. Es necesario cambiar nuestras vidas, mejor: dejarlas transformar por nuestro Salvador. Poner nuestras vidas en manos de Jesús que en Navidad significa dejar que Él nazca en nuestro interior y nos renueve. Por eso es necesario rezar ante el nacimiento. Rezar y meditar, involucrar nuestra imaginación en ello y sentir la presencia de Dios encarnado.
Estamos en un tiempo de gracia, un tiempo de revisar y de mejorar. La presencias de Dios, el recuerdo de su nacimiento es un canto de amor que nos lleva a cambiar. ¿Cómo estamos pasando estos días santos? Pasémoslos desde la oración, desde la familiaridad con Dios. No olvidemos las cinco piedras, ellas nos ayudan a estar en Belén.
Dejad que acabe el comentario a lo que nos dice la Gospa con un poema de Gerardo Diego, “¿Quién ha entrado al portal de Belén?” nos podría servir para hacer una primera oración. Santa Navidad y Año Nuevo.
¿Quién ha entrado en el portal,
en el portal de Belén?
¿Quién ha entrado por la puerta?
¿quién ha entrado, quién?
La noche, el frío, la escarcha
y la espada de una estrella.
Un varón -vara florida-
y una doncella.
¿Quién ha entrado en el portal
por el techo abierto y roto?
¿Quién ha entrado que así suena
celeste alboroto?
Una escala de oro y música,
sostenidos y bemoles
y ángeles con panderetas
dorremifasoles.
¿Quién ha entrado en el portal,
en el portal de Belén,
no por la puerta y el techo
ni el aire del aire, quién?
Flor sobre impacto capullo,
rocío sobre la flor.
Nadie sabe cómo vino
mi Niño, mi amor.
P. Ferran J. Carbonell