“¡Queridos hijos! Con gran alegría también hoy les traigo en brazos a mi Hijo Jesús, quien los bendice y los invita a la paz. Oren hijitos y sean testigos valerosos de la Buena Nueva en cada situación. Solamente así, Dios los bendecirá y les dará todo lo que le pidan con fe: Yo estoy con cada uno de ustedes hasta que el Altísimo me lo permita. Intercedo por cada uno de ustedes con gan amor. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!”
María está alegre porque viene a nosotros de la alegría, de la gloria, de la Patria celestial a la que aún debemos llegar. Por eso se aparece y desea que también nosotros podamos llegar a donde está Ella. Su deseo maternal de que lleguemos a donde está Ella es tan grande como la alegría que lleva en su corazón. Como en el primer día de la aparición, el 24 de junio de 1981, también hoy lleva en sus brazos a su Hijo y a nuestro Salvador Jesús. En sus brazos y en su corazón lleva a Dios, nos lo da y nos conduce a El. La Madre María desea que también nosotros podamos escuchar y acatar las palabras del Angel a los pastores: “No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor” (Lc 2,10-11). Nació el Salvador del mundo para ti y para mí, para cada hombre. Dios nació a fin de que todos los que reciben, recibieran el poder de llegar a ser hijos de Dios (cfr. Jn 1,12).
Jesús es una persona única en la historia de la humanidad, del género humano. Solamente por el hecho de que El ha existido, porque ha vivido, no tenemos derecho a desesperarnos, cualesquiera sea la cruz, la enfermedad y el sufrimiento que recaigan en nosotros.
“Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.” (Jn 3,16). Dios ha dado a su hijo Jesús para salvarnos, a ti y a mí. Dios amó de tal forma al hombre que deseó también hacerse hombre y asumir su vida, sus dolores y la muerte misma para finalmente vencerla.
Nosotros celebramos la Navidad, el cumpleaños de Jesús. Es un día de alegría y bendición para esta Tierra, para toda la humanidad. A partir de su venida ya nada es igual en la historia de la humanidad.
“El pueblo que andaba a oscuras vio una luz grande. Los que vivían en tierra de sombras, una luz brilló sobre ellos.” (Is 9,1). También nosotros podemos salir de nuestra oscuridad, de las enfermedades y del miedo porque Dios ha venido a nuestra oscuridad, a nuestros pecados y enfermedades para destruir todo eso en nosotros.
El nacimiento de Jesús no fue placentero ni idílico. Nació en un pesebre entre animales, “porque no había lugar para ellos en el albergue” (Lc 2,7). El establo es un lugar en que viven los animales. Es un área que preferiríamos esconder de nosotros y de la gente. Nos avergonzamos porque es un lugar que no está limpio ni huele bien. También hoy desea nacer en el pesebre de nuestro corazón en el que todo no está perfumado ni ordenado. Pero Jesús desea venir a nuestro corazón, a nuestro corazón para iluminar todo con su bendición, con El mismo.
Ese y tal Dios, la Madre María desea también hoy traernos y darnos. También nosotros podemos unirnos a Jesús, porque El está en nosotros. En nosotros existe la posibilidad de llegar a ser por la fe en El también omnipotentes porque El es el Todopoderoso y el Altísimo. Entonces podremos convertirnos en testigos valerosos de la presencia y la omnipotencia de Dios en esta Tierra, en las situaciones y circunstancias en que vivimos.
La Madre está con nosotros y con Ella nos sentimos seguros. Estamos bajo su protección e intercesión. Hagamos todo lo que esté de nuestra parte por estar día tras día cada vez más cerca de los corazones de Jesús y de María. Permitamos a Ella que nos tome de la mano y nos conduzca a la paz que Dios da.
Fr. Ljubo Kurtovic
Medjugorje 26.12.2004