“Queridos hijos, así como la naturaleza muestra los colores más hermosos del año, también yo os invito a que con vuestra vida testimoniéis y ayudéis a los demás a acercarse a Mi Corazón Inmaculado, para que la llama del amor hacia el Omnipotente brote en los corazones de ellos. Yo estoy con vosotros y sin cesar oro por vosotros para que vuestra vida sea reflejo del Paraíso aquí en la tierra. ¡Gracias por haber respondido a mi llamada!”
“Si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe” (1Cor. 15,14). Algunas veces parece que olvidamos lo que es fundamental en nuestra vida. Lo importante, lo central es Cristo. Su resurrección. Ante un mundo que nos habla de reencarnaciones, energías o desapariciones, la muerte de Cristo nos pone ante la verdad de la resurrección. Esa es nuestra esperanza. Igual que Jesús resucita nosotros también resucitaremos. Esa es la gran noticia que hemos de compartir y anunciar. La Virgen, que nos lleva siempre a Jesús, nos recuerda continuamente la presencia de su Hijo entre nosotros. ¡Jesús vive! El acontecimiento Pascual se repite en cada Eucaristía y la presencia amorosa de Cristo llena nuestras vidas. Cristo es el alfa y la omega. ¿De qué manera vivimos eso en nuestras vidas? “La resurrección de Cristo es vida para los difuntos, perdón para los pecadores, gloria para los santos”. (San Máximo de Turín). Para nosotros vivir del Resucitado no es ninguna teoría bonita. Por ese anuncio muchos misioneros y misioneras han dado y dan sus vidas, y muchos cristianos son perseguidos. Cristo les pide su muerte martirial para que con su sangre y su anuncio la semilla crezca. A veces la persecución tiene otros tintes diferentes: “Pertenecer a la Iglesia, vivir en la Iglesia, ser Iglesia es hoy algo muy exigente. Tal vez no cueste la persecución clara y directa, pero podrá costar el desprecio, la indiferencia, la marginación. Es entonces fácil y frecuente el peligro del miedo, del cansancio, de la inseguridad. No os dejéis vencer por estas tentaciones. No dejéis desvanecerse por alguno de estos sentimientos el vigor y la energía espiritual de vuestro “ser Iglesia”, esa gracia que hay que pedir y estar prontos a recibirla con una gran pobreza interior, y que hay que comenzar a vivirla cada mañana. Y cada día con mayor fervor e intensidad.” (de la homilía del Santo Padre Juan Pablo II en la Catedral de la Ciudad de México 26 de enero 1979).
La Gospa no se cansa de repetirnos que hemos de ser testigos de su Hijo. Parece que tengamos miedo. Nuestra vida espiritual es, demasiadas veces, tibia y eso no puede ser. “Cristo llama a cada bautizado a ser su apóstol en el propio ambiente de vida y en todo el mundo: “Como el Padre me envió, también yo os envío” (Jn 20,21). Cristo, a través de su Iglesia, os confía la misión fundamental de comunicar a los demás el don de la salvación y os invita a participar en la construcción de su Reino.” (del Mensaje del Santo Padre Juan Pablo II para la VII Jornada Mundial de la Juventud). No podemos quedarnos con los brazos cruzados, como si nada hubiera pasado. La experiencia que tenemos de Jesús es para comunicarla a todos.
Acabo con otra cita del desde el próximo 1 de Mayo Beato Juan Pablo II, vale la pena leerla con atención y hacerla nuestra: “La Iglesia anuncia siempre y de nuevo la Resurrección de Cristo. La Iglesia repite con alegría a los hombres las palabras de los ángeles y de las mujeres pronunciadas en aquella radiante mañana en la que la muerte fue vencida. La Iglesia anuncia que está vivo Aquel que se ha convertido en nuestra Pascua. Aquel que ha muerto en la cruz, revela la plenitud de la Vida. Este mundo que por desgracia hoy, de diversas maneras, parece querer la “muerte de Dios”, escuche el mensaje de la Resurrección.
Todos vosotros que anunciáis “la muerte de Dios”, que tratáis de expulsar a Dios del mundo humano, deteneos y pensad que “la muerte de Dios” puede comportar fatalmente “la muerte del hombre”. Cristo ha resucitado para que el hombre encuentre el auténtico significado de la existencia, para que el hombre viva en plenitud su propia vida, para que el hombre, que viene de Dios, viva en Dios. Cristo ha resucitado. El es la piedra angular. Ya entonces se quiso rechazarlo y vencerlo con la piedra vigilada y sellada del sepulcro. Pero aquella piedra fue removida. Cristo ha resucitado.
No rechacéis a Cristo vosotros, los que construís el mundo humano. No lo rechacéis vosotros, los que, de cualquier manera y en cualquier sector, construís el mundo de hoy y de mañana: el mundo de la cultura y de la civilización, el mundo de la economía y de la política, el mundo de la ciencia y de la información. Vosotros que construís el mundo de la paz…, ¿o de la guerra? Vosotros que construís el mundo del orden…, ¿o del terror? No rechacéis a Cristo: ¡El es la piedra angular!
Que no lo rechace ningún hombre, porque cada uno es responsable de su destino: constructor o destructor de la propia existencia. Cristo resucitó ya antes de que el Ángel removiera la losa sepulcral. Él se reveló después como piedra angular, sobre la cual se construye la historia de la humanidad entera Y la de cada uno de nosotros”. (MENSAJE URBI ET ORBI DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II. Domingo de Resurrección, 6 de abril de 1980).
¡Qué la Gospa nos ayude a vivir y anunciar la resurrección de su Hijo!
P. Ferran J. Carbonell