“Queridos hijos, deseo actuar a través de vosotros, mis hijos, mis apóstoles, para que al final pueda reunir a todos mis hijos allí donde está todo preparado para su felicidad. Oro por vosotros, para que con las obras podáis convertir a los demás, porque ha llegado el tiempo de las obras de la verdad, de mi Hijo. Mi amor obrará en vosotros, me serviré de vosotros. Tened confianza en mí, porque todo lo que deseo, lo deseo para vuestro bien, eterno bien, creado por el Padre Celestial. Vosotros, hijos míos, apóstoles míos, vivís la vida terrena en comunidad con mis hijos que no han conocido el amor de mi Hijo, aquellos que a mí no me llaman Madre. Pero no tengáis miedo de dar testimonio de la verdad, porque, si vosotros no tenéis miedo y dais testimonio con valor, la verdad milagrosamente vencerá. Pero recordad: ¡la fuerza está en el amor! Hijos míos, el amor es arrepentimiento, perdón, oración, sacrificio y misericordia. Si sabéis amar con las obras convertiréis a los demás, permitiréis que la luz de mi Hijo penetre en las almas. ¡Os doy las gracias! Orad por vuestros pastores, ellos pertenecen a mi Hijo, Él los ha llamado. Orad para que siempre tengan la fuerza y el valor de brillar con la luz de mi Hijo.”
Queridos hijos, deseo obrar por medio de ustedes, hijos míos, mis apóstoles, para reunir finalmente a todos mis hijos allá donde todo está listo para vuestra felicidad
En la familia de Schönstatt tienen un lema que encierra el espíritu de la alianza que hacen con la Santísima Virgen. Dicen “nada sin Ti, nada sin nosotros”. Quienes seguimos a nuestra Madre, aunque no pertenezcamos a ese movimiento fundado por el P. Kentenich, sí podemos hacer nuestro el principio. Seguir a María Santísima es seguir a Cristo por el camino más breve, más rápido y más seguro, como enseña san Luis María Grignion de Monfort. Y cuando se decide seguirla se la sigue en todo. Al mismo tiempo, como lo manifiesta en este mensaje, nuestra Madre quiere obrar por medio de nosotros –“nada sin nosotros” es su designio- y por eso nos envía al mundo como sus instrumentos de salvación para otros y cumpliendo el cometido trabajar en la propia salvación. El fin es bien claro: tenernos a todos reunidos en el Cielo, “donde todo está listo para vuestra felicidad”. En el fondo, como a sus grandes servidoras santa Bernardette, sor Lucía y otras, no nos promete la felicidad en la tierra sino el Paraíso celestial donde toda lágrima será enjugada y ,en aquel domingo sin ocaso, la dicha no tendrá fin.
Oro por ustedes, para que a través de las obras puedan convertir a otros, porque ha llegado el tiempo para las obras de la verdad, para mi Hijo
Sabemos que toda obra buena viene de Dios y que es Dios quien convierte los corazones, pero lo hace a través de hombres concretos que actúan según sus designios divinos y según sus mandamientos. Por eso, nuestra Madre ora por nosotros, para que por nuestra apertura a la acción de Dios seamos tales instrumentos. Pero, ora por algo más: al decir “ha llegado el tiempo para las obras de la verdad” no sólo se refiere a nuestra apertura a la gracia de Dios sino también a la valentía de salir a la luz cuando el mundo está invadido de tinieblas. Si recordamos aquel diálogo nocturno de Jesús con Nicodemo podremos comprender mejor el alcance del mensaje. El Señor le dice al temeroso Nicodemo que quien obra la verdad no se oculta en las oscuridades (él había ido de noche a encontrarlo) sino que sale a la luz “para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios” (Cf. Jn 3:21). Esas son las obras que incitan a la conversión de otros, las que manifiestan la verdad de nuestra fe y el camino de salvación. Entonces, nuestra Madre nos está diciendo que tiempo de actuar es el de salir a la luz, el de proclamar con valentía la única verdad, la que Cristo nos enseñó por más que seamos denostados y vituperados.
Tenemos que entender que en ese “ha llegado el tiempo”, la Santísima Virgen nos muestra su premura y nos alerta acerca de la proximidad de acontecimientos de suma seriedad, que deberíamos vislumbrar porque están a las puertas de nuestras casas. Ya no se trata de hechos lejanos. No, el mal lo está invadiendo todo rápidamente –fuera y dentro de la misma Iglesia(1) – y las tinieblas se ciernen sobre el mundo.
Cuando nos dice que ora para que a través de nuestras obras otros puedan convertirse, también, por lo que sigue a continuación, nuestra Madre ora para que tengamos anhelo de vida eterna y apreciemos más la gracia que esta vida. “¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?”, nos amonesta el Señor (Mt 16:26a). Ora Ella, además, para que grande sea nuestro celo y amor por la salvación de las almas.
Mi amor obrará en ustedes, me serviré de ustedes. Tengan confianza en mí porque todo lo que deseo lo deseo para vuestro bien, el bien eterno creado por el Padre Celestial.
Nuestras obras, por esa alianza de amor entre la Madre del Cielo y sus hijos que siguen el camino que les hace transitar, son las suyas. Esto es, por medio de nosotros la Santísima Virgen hará su obra de amor, que es de salvación en los últimos tiempos que Dios puso en sus manos. Y todo será para la gloria de Dios, que es nuestro mismo bien ahora y en la eternidad.
Porque somos desmemoriados, porque no somos lo suficientemente agradecidos, nos pide que tengamos confianza en Ella. ¡Cómo no tenerla después de todo lo que ha hecho por nosotros, por nuestra salvación, en su vida terrena con sus lágrimas y su ofrenda de sí misma y de su Hijo al Padre en toda su existencia terrenal y en el momento culminante de la cruz! ¡Cómo olvidarnos que después de su Asunción al Cielo no dejó de visitarnos, en todas las épocas y en todas las latitudes! ¡Cómo no tener muy presente lo que viene haciendo desde hace casi 34 años en Medjugorje! Nos admiramos pero también reconocemos avergonzados que al no seguir sus llamadas del corazón o al no hacerlo con toda la seriedad y constancia debida, ahora deba recordarnos lo que sería de por sí evidente: que todo lo que desea para nosotros es para el mayor bien al que podamos aspirar, a aquel que “ni ojo vio, ni oído oyó ni el corazón del hombre pudo imaginar lo que Dios tiene preparado para aquellos que lo aman” (Cf. 1 Cor 2:9)
Ustedes, hijos míos, apóstoles míos, vivan la vida terrena en unión con mis hijos que no han conocido el amor de mi Hijo, que no me llaman “Madre”, pero no tengan miedo de testimoniar la verdad.
Aún cuando los otros hijos, -los que se declaran ateos o agnósticos porque no conocen el amor de Cristo, de todo lo que hizo Dios para su bien al encarnarse y soportar toda la Pasión y muerte en la cruz para vencer para todos nosotros la muerte, el mal que destruye al hombre y el mismo Demonio, y que no saben que tienen una Madre en el Cielo que viene a la tierra por amor a ellos también- aunque ellos estén separados de la fe, sean indiferentes y hasta mismo se burlen de ella, no por eso –nos dice- debemos rechazarlos, considerarlos ajenos. Antes bien quiere que estemos unidos a ellos. No nos pide comunión porque comunión no podría haberla, ya que nada esencial hay en común pero sí unión. Unión significa estar ligados por lazos de misericordia, por el amor. Estar en unión significa no condenarlos y estarles siempre cerca en la oración y si cabe físicamente para auxiliarlos. Y por más rechazo que haya –nos dice- debemos dar testimonio de la verdad sin miedo. Miedo a la respuesta de rechazo, al qué dirán.
Proclamar la verdad y obrar de acuerdo a esa verdad no está bien visto, más aún está condenado, por aquellos que promulgan la tolerancia y el respeto hacia el otro porque no comparte nuestras creencias. Si los primeros apóstoles hubieran obrado según estos criterios humanos y no según el mandato del Señor (“Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación…” Mt 16:15) ninguno de nosotros hubiera jamás sido cristiano y por tanto conocido la verdad, el verdadero amor, la salvación.
Si no temen y testimonian con valentía, la verdad triunfará milagrosamente.
Nuevamente nos dice que no debemos tener miedo, porque además del miedo a ser ridiculizados y a ir contracorriente ya estamos viendo que hay y que habrá situaciones que harán que temamos en virtud de una persecución encarnizada. Ya se cumple, una vez más, aquello de “Si a mí me han perseguido a vosotros también os perseguirán” (Jn 15:20). Por eso, la exhortación es a ser valientes al dar nuestro testimonio porque habrá intervención divina ya que la verdad triunfará, pese a todo, milagrosamente. Es decir, la verdad no se impondrá por la fuerza de las argumentaciones sino por el poder de Dios.
Pero recuerden: la fuerza está en el amor. Hijos míos, el amor es arrepentimiento, perdón, oración, sacrificio y misericordia. Si saben amar convertirán a otros con las obras, permitirán que la luz de mi Hijo penetre en las almas.
No es posible disociar el amor de la verdad, porque esto es lo que Cristo nos enseñó con sus palabras y su misma vida. Para hacer obras de verdad, como pide nuestra Madre a sus hijos, es necesario obrar en la verdad. No es un mero juego de palabras éste. Obrar en la verdad es no omitir, como tantas veces lo hacemos, lo que sabemos pero no lo decimos porque puede molestar a alguno o irá contra la corriente dominante de pensamiento, porque vamos a ser desconsiderados y hasta despreciados por quienes ahora nos estiman. Las obras de la verdad, las de nuestro Señor, son siempre obras de amor. Del amor que ama a la persona y porque la ama no es complaciente con el mal que la aqueja y le puede ni con la mentira en la que está sumida o que le hacen digerir con palabras falsas, insidiosas y con diabólicos eufemismos y sofismas(2).
El amor no es deseo ni teoría a declamar sino que se manifiesta en lo concreto: en el arrepentimiento ante la ofensa a Dios (porque toda ofensa es ofensa cometida contra Dios) y como consecuencia deriva en la reconciliación con Dios, con el hermano y con el propio corazón. El amor sabe de sacrificios, de penurias aceptadas por el bien de otros. El amor es la inclinación ante la miseria de otros a imitación de Dios que se inclina ante nuestra propia miseria para levantarnos del lodo en el que estábamos o para solevarnos del estado penoso en el que nos encontramos. La misma misericordia exige no criticar, no murmurar ni pensar mal de los demás. No condenar porque sólo Dios es juez. Y al que se está condenando a sí mismo por su rebelión, por su odio y su maldad, ni siquiera a ése condenarlo sino -nos enseña nuestra Madre- pedir a Dios por su conversión y salvación. No sirven condenas y menos a quien está ya condenado, sino amor, como el de Cristo, como el de María, que redime con la verdad y en la verdad.
Y si bien es cierto que si no contamos con la gracia no es posible amar de verdad, también es igualmente cierto que nuestra voluntad se debe mover hacia el querer amar como Dios y la Santísima Virgen nos piden. Esto significa el aprendizaje del amor y para aprender a amar necesario es conocernos a nosotros mismos por medio de buenos, exhaustivos y continuos exámenes de conciencia que sólo lograremos llevarlos a cabo con el auxilio del Espíritu Santo.
Oren por sus pastores, ellos le pertenecen a mi Hijo, Él los llamó. Oren para que tengan siempre la fuerza y el valor de resplandecer con la luz de mi Hijo.
En tiempos en los que es difícil y hasta heroico dar testimonio de la verdad y no acallar lo que el Señor nos enseñó, y en tiempos como los que ahora se inician en que decir la verdad nos puede llevar a la cárcel porque los delitos más atroces y perversos se están volviendo derechos, necesitamos de las oraciones de los fieles que nos sostengan. Por eso, porque además hay confusión entre los pastores, porque muchos han olvidado la sana doctrina y otros enseñan y promueven herejías y blasfemias, no puede decir nuestra Madre “sigan a sus pastores” sino “oren por ellos”.
A los sacerdotes, en particular, nos está diciendo claramente que debemos tener el valor de no ocultar la luz de Cristo cuando esa luz se ha vuelto insoportable para este mundo tenebroso. La luz de Cristo es Cristo mismo. Hemos sido llamados y elegidos para reproducir a Cristo en nuestras vidas. Cristo es Luz, Amor, Verdad.
Cuando no se oye en la Iglesia más que ocuparse de las solas obras de misericordia corporal excluyendo las espirituales y cuando algunos pretenden corregir al Señor y hacer más leve la carga de su mandamiento de amor, cuando llaman misericordia a lo que no es, cuando se arrodillan ante el mundo y no ante Dios, cuando la mayoría de los pastores están callados y algunos son complacientes con el mundo o llegan hasta compartir las ideas del mundo y siembran la confusión en el rebaño del Señor(3), cuando la apostasía llegó a la misma Iglesia, cuando todo esto ocurre nuestra Madre viene a hablarnos de verdad y salvación, de lo que nunca o en el mejor de los casos raramente se escucha. Si quienes debemos hablar callamos el Cielo hace oír su voz en María. Voz dulce pero firme, Voz de Madre que no le concede nada al mal y que espera encontrarnos a todos en el Cielo.
(1) Algunos ejemplos de la gravedad de lo que acontece fuera, en el mundo, y en la misma Iglesia está en el Anexo “LO QUE ESTÁ ACONTECIENDO FUERA Y DENTRO DE LA IGLESIA” que recomiendo leerlo. Es necesario estar advertidos para que lo que está por venir no nos agarre por sorpresa.
(2) Eufemismo: Manifestación suave de una verdad dura o sea anestesiar la verdad con palabras que suenen lindo. Sofisma: argumento aparente con que se quiere defender o persuadir lo que es falso.
(3) Importante ver anexo
P. Justo Antonio Lofeudo