2 de marzo de 2013
Dado a Mirjana
Queridos hijos, maternalmente los llamo de nuevo: no sean duros de corazón. No cierren los ojos a las advertencias que por amor el Padre Celestial les manda. ¿Lo aman ustedes por encima de todo? ¿Se arrepienten de que a menudo olvidan que el Padre Celestial por su gran amor envió a su Hijo para redimirnos por la cruz? ¿Se arrepienten por no haber aceptado el mensaje? Hijos míos, no se resistan al amor de mi Hijo: No se resistan a la esperanza y a la paz. Junto con sus oraciones y ayunos, por su cruz mi Hijo expulsará la oscuridad que quiere rodearlos y dominarlos. Él les dará la fortaleza para una vida nueva. Viviendo según mi Hijo serán ustedes una bendición y una esperanza para todos aquellos pecadores que vagan en la oscuridad del pecado.
Hijos míos, ¡vigilen!. Yo, como Madre, estoy velando con ustedes. Estoy orando y velando especialmente por aquellos a quienes mi Hijo ha llamado para que sean para ustedes portadores de luz y portadores de esperanza: por vuestros pastores. Gracias.
Es necesario –y se verá porqué- comenzar la reflexión de este mensaje tan importante con una retrospectiva de estos más de 31 años de presencia manifiesta de la Santísima Virgen entre nosotros caracterizados por, diríamos, un estilo definido. Ese estilo ha sido el de nunca acusar a nadie, nunca asustar tampoco, nunca hablar de calamidades ni inminentes ni futuras. No se encontrará entre todos los muchísimos mensajes ni siquiera uno de esos. Su tono ha sido siempre de confianza y de exhortación e invitación, se ha lamentado sí de nuestra falta de respuesta, y siempre con paciencia ha repetido lo esencial para nuestra salvación, comenzando por la oración, que es nuestra relación con Dios y que si falta nada es posible. Por cierto que quien rastree todos los mensajes tampoco encontrará nada que mínimamente pueda significar una desviación a la fe o a la moral cristiana. Ha dicho lo que la Iglesia conoce, pero que –justo es reconocerlo- en la gran mayoría de los casos ha dejado de decirlo. En varias ocasiones, Ella ha hablado también de la acción y del poder del Enemigo. Constantemente nos llama a las realidades trascendentes y a vivir y obrar para la eternidad. Nos trae la esperanza, nos llama a la fe y nos muestra el camino del amor. Ese mismo camino que le hace recorrer la distancia infinita desde su realidad de eternidad a la nuestra. Viene de este modo extraordinario en todo sentido (1) porque nos ama muchísimo más de lo que podamos nosotros imaginar. “Si supieran cómo los amo llorarían de alegría”, ha dicho. Su señal es el viento. Viene traída por el Espíritu. Viene a enseñarnos, a advertirnos, a llamarnos a obrar en la salvación junto a Ella. Viene la Santísima Madre a llevarnos a su Hijo, a rescatarnos y salvarnos. No hay dudas: su presencia nos ha abierto a los tiempos de la gran batalla entre Ella, la Mujer, y el Enemigo de Dios y de nosotros, Satanás, su enemigo.
No es posible objetar nada de los mensajes que ha dado y sigue dando en Medjugorje. A la vista están los ingentes frutos de conversión y las gracias que se derraman. Están a la vista de quien quiera verlo. Cuando se intenta dar explicaciones a la gracia se frustran en el absurdo y no se explica nada. Como por ejemplo, decir que donde se reza pasan esas cosas. Pero, ¿Por qué no se responde que allí se reza como en ningún otro lado? ¿Y que eso es fruto de la gracia no de la simple voluntad? Fue la corriente de gracia la que generó el fenómeno Medjugorje y no al revés. En y por Medjugorje cada día hay nuevos milagros de conversión. Conversión de la vida a Dios es un milagro de orden moral. ¿Por qué no se responde que allí se confiesa como en ninguna otra parte, incluyendo otros santuarios marianos? Y no sólo confesiones en cuanto a cantidad sino también a calidad. Personas que después de toda una vida, 30, 40 años y hasta más, acuden penitentes con el alma dolorida a la reconciliación con Dios. Si eso es tan explicable, entonces que quienes los explican no pierdan tiempo e imiten a Medjugorje. Que se pongan a rezar y a esperar que haya verdaderas conversiones. Y esto dicho sin ironía. Porque por cierto que si se reza, si los sacerdotes dan el ejemplo de oración, si tienen sus iglesias abiertas, si pasan horas delante del Santísimo y del confesonario, grandes cosas ocurrirán. Eso es así y hay demostraciones de esta evidencia.
El Cardenal Schönborn declaró que decidió finalmente ir a Medjugorje porque “desde hace veinte años que gozo de sus frutos y ahora he decidido conocer el árbol”. El gran teólogo suizo Hans Urs von Balthasar decía que para conocer la autenticidad de Medjugorje había que ir allí a confesar y eso es lo que le recomendaba a los sacerdotes.
¿Por qué recordar todo esto? Ciertamente porque muchas veces lo olvidamos o se desconoce. Como, por ejemplo, olvidamos que cuando comenzaron las apariciones la aldea estaba en un país comunista, hostil a la religión (y eso lo experimentábamos los que íbamos allí en aquellos tiempos) y que unos chicos trataran de engañar a la gente cuando tenían al régimen en contra y hasta a la iglesia (porque al inicio el párroco no les creía, pensaba que los comunistas habían montado todo para desprestigiar a la Iglesia), no sólo no hubieran podido sacar ningún beneficio de fama, dinero o lo que fuere, sino que corrían el riesgo ellos de ser encerrados en una cárcel o manicomio y sus padres de ser severamente castigados. Sí, todo esto hay que recordarlo, pero el propósito va más allá. Es la guerra que se va a desatar cada vez más contra Medjugorje porque hay que acallar a la Virgen. Acallarla pese a que, como vemos, nada hay que lo justifique. Ni mensajes hostiles para nadie, ni desviaciones de ningún tipo o zonas grises, ni ánimo de fama o de lucro de parte de los actores principales (2), sino –por lo contrario- conversiones, personas que rezan y ayunan y aprenden a amar a la Iglesia y a comprometerse con ella, retorno a la sacralidad, adoraciones, grupos de oración, familias que rezan el Rosario, vuelta a los sacramentos. Por tanto, nada hay que justifique silenciar a la Virgen, ni siquiera que dé razón a cambiar la praxis de seguir con las peregrinaciones -no oficiales (3) pero acompañadas de guía pastoral- cuando demostrado está que grandes son los frutos.
La Iglesia hasta ahora –hay que subrayar el “hasta ahora”- no ha reconocido el origen sobrenatural de los acontecimientos. Queda en pie la última declaración oficial, la de Zara de abril del 91 (pocos meses antes que se desatara la inesperada guerra balcánica, de la cual la Virgen sí ya venía advirtiendo desde hacía 10 años). No ha oficialmente reconocido la sobrenaturalidad porque no puede hacerlo mientras las apariciones están en acto. Pero, tampoco niega la sobrenaturalidad. Deja la cuestión abierta. Quedan sólo los hechos.
Sin embargo, Satanás tiene prisa, mucha prisa. Le queda poco tiempo. La Iglesia ahora está con la sede vacante. Acabar con Medjugorje es la prioritaria intención diabólica. Estas apariciones y la propagación de los mensajes y de los frutos por todo el mundo, los varios millones de fieles que han pasado por allí y los quizás aún más que siguen lo que dice la Santísima Virgen aunque sin haber ido, ponen de manifiesto que en estos tiempos sólo Ella se alza en esta guerra contra el Enemigo y que Ella es portadora de gracias sobreabundantes. Acallarla es entenebrecer el mundo, acrecentando la confusión para desviar del recto camino. Acallarla implica que se hacen fuertes las voces de falsos profetas, de falsas apariciones.
La oscuridad, las tinieblas, nos dice en este mensaje, quieren rodearnos y dominarnos. Pero también, nos recuerda que la victoria es de Cristo. La cruz vence y vence en nosotros cuando nosotros oramos y ayunamos. Vence cuando unimos nuestros pequeños sacrificios y nuestras súplicas al Sacrificio redentor del Señor. Podrá ser el futuro, incluso el próximo futuro, caótico y no seremos nosotros quienes disiparemos las tinieblas sino que Cristo vencerá en nosotros y con nosotros.
La Santísima Virgen nos pide también fe y nos llama a confesarla, pero no simplemente recitando los artículos de fe, sino interpelándonos para que sepamos si nuestra fe es sólo declamada o es una fe vivida. Por eso nos pregunta si amamos y ponemos a Dios por encima de todo. De ese modo también nos está exhortando a que nada exterior, ningún acontecimiento, ninguna preocupación acerca del futuro, ninguna distracción, ninguna oscuridad nos desvíe de lo más importante: amar a Dios por sobre todas las cosas. Amar, adorarlo, darle continuamente gracias. Nuestro principal “hacer” es hacer que Él haga en nosotros: dejarnos transformar, dejarnos convertir el corazón. Para ello nuestra comunicación y acercamiento deben intensificarse.
Tenemos que ser sinceros con nosotros mismos y responder en nuestro corazón cuánto amamos a Dios y cuánto nos amamos a nosotros mismos o sentimos más atracción por las criaturas y ponemos a Dios en segundo lugar.
Nos sigue interpelando para que seamos conscientes de la grandeza del amor de Dios que en el Padre da el Hijo y el Hijo su vida de hombre para nuestra salvación. ¿Le agradecemos? Lo olvidamos a menudo. Pues, ¿nos arrepentimos de ello? ¿En qué consiste nuestro agradecimiento? ¿Pasamos, por ejemplo, tiempo con el Señor en adoración al Santísimo Sacramento? ¿Respondemos a su amor amándolo y amando a todos y sobre todo cuidando a los más débiles? ¿Qué hacemos en concreto como respuesta a su amor?
“No se resistan” repite. Palabras que suenan a súplica, porque Ella sabe muy bien que esas resistencias se volverán tragedia. “No se resistan al amor de mi Hijo: No se resistan a la esperanza y a la paz” . Ello significa que resistir al amor de Jesucristo, a reconocerlo como único Salvador y hacerlo Señor de nuestras vidas, implicará caer en la desesperación y no encontrar ni la luz ni la paz por ninguna parte.
No aceptar el mensaje es no aceptar el Evangelio, no aceptarlo al Señor, no aceptar ahora esta llamada extraordinaria de la Virgen para el momento actual. No aceptar el mensaje es permanecer en la dureza del corazón, en la ceguera que impide ver los signos de los tiempos que el Padre, desde su amor, nos envía. Signos grandes como esta larga y constante presencia de la Santísima Virgen con sus mensajes de amor.
Por eso, seamos –como nos pide nuestra Madre- vigilantes, velemos (4) con las lámparas siempre encendidas de la oración, de la permanente adoración. Estemos alertas.
Aún cuando en este mensaje no pide rezar por los sacerdotes, dice que vela y ora por ellos, especialmente para que sean -¡seamos!- portadores de luz donde hay oscuridad, portadores de la luz de la verdad y de la fe, y portadores de esperanza cuando la situación en que debamos vivir haga que ésta se debilite.
Abramos aún más nuestro corazón al amor de Dios y amémoslo con con todas nuestras fuerzas, con toda nuestra alma, con todo nuestro ser y así podremos también servir, junto y guiados por nuestra Madre, a la salvación de tantos otros hermanos que están sumidos en las tinieblas. Esas tinieblas que amenazan envolvernos y dominarnos. Por eso, velemos con nuestra Madre. Estemos alerta en continua oración y ofreciendo sacrificios agradables a Dios.
P. Justo Antonio Lofeudo
www.mensajerosdelareinadelapaz.org
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(1) Extraordinario por la duración y la frecuencia, porque si bien en Laus la Virgen le apareció a Benoîte Rencurel durante 54 años, no lo hizo diariamente como en Medjugorje. Extraordinario porque no se limita al lugar sino que acompaña a los videntes y ellos así pueden “llevar a la Virgen” (es decir tener sus apariciones) en distintas partes del mundo. Extraordinario también por el alcance mundial.
(2) Eso no quita que luego muchos hayan cambiado su situación económica y que algunos puedan aprovechar la gran afluencia de peregrinos y por ende de dinero para mejorar su situación económica. De ese peligro advertía el P. Slavko Barbaric. Pero, queda en pie, que por años, desde el 81 y durante toda la guerra, hasta el 95 es de excluir intención de lucro cuando lo que acarreaba al sostener las apariciones y más el ser actor principal, era la persecución.
(3) Peregrinaciones oficiales de parroquias o diócesis implicarían reconocimiento oficial de las apariciones lo que no corresponde.
(4) Fijémonos, de paso, que no nos dice que está velando “por” nosotros sino “con” nosotros. Velar por nosotros podría suponernos un dejarse estar: “total la Virgen vela por mí”.