Queridos hijos, hoy los invito a renovar la oración y el ayuno, aún con mayor entusiasmo, hasta que la oración se convierta en alegría para ustedes. Hijitos, quien ora no teme el futuro y quien ayuna no teme el mal. Les repito una vez más: sólo con la oración y el ayuno hasta las guerras pueden ser detenidas, las guerras de la incredulidad y del miedo por el futuro. Estoy con ustedes y les enseño, hijitos: es en Dios que está su paz y su esperanza. Por eso, acérquense a Dios y pónganlo en el primer lugar en sus vidas. Gracias por haber respondido a mi llamado.
Queridos hijos, hoy los invito a renovar la oración y el ayuno
Son innumerables las veces que la Santísima Virgen, Reina de la Paz, nos ha llamado a la oración y al ayuno. Ora separadamente ora conjuntamente como en este mensaje. Lamentablemente quienes basan su crítica de las apariciones de Medjugorje sobre la gran repetición de mensajes están desconociendo al menos dos cosas: la naturaleza humana y que María es Madre de todos los hombres. Y si nuevamente nos repite que debemos renovar la oración y el ayuno es porque sabe perfectamente que nuestra oración a veces se vuelve rutina y decae, y nuestro ayuno se convierte en dieta cuando no se va diluyendo hasta desaparecer. María es Madre y muy atenta de sus hijos, de estos hijos que ha decidido conducir a través de los años para prepararlos y preparar el mundo a un tiempo nuevo, a la primavera del Espíritu, al triunfo de su Corazón.
La clave del pedido insistente de nuestra Madre es el amor; ante todo del amor inconmensurable que Ella nos tiene y luego del amor al que nos llama a ejercer en nuestras vidas, porque la oración que nos pide renovar, igual que el ayuno, son ambos del corazón.
Y agrega:
aún con mayor entusiasmo, hasta que la oración se convierta en alegría para ustedes
Apela a nuestra voluntad para que conscientes de la presencia del Señor con quien nos comunicamos, y de su propia presencia, nazca en nosotros el entusiasmo. No se trata de un simple querer sino de un querer “con todas las fuerzas, con toda el alma, con todo el corazón”, tal como le era y le es mandado al pueblo judío en la Torah, el recuerdo de que el Señor es el Dios de Israel y que debe ser amado con todo el ser, es el Sh’ ma Israel (Dt 6, 4-9).
Cuando ponemos toda nuestra mejor disposición el Señor hace todo el resto y la alegría no surge como consecuencia de la autosugestión sino de la gracia.
Nuestra Madre nos llama a la oración porque sabe que ésta nos conduce por un camino de felicidad. Recordemos también que en el mensaje anterior nos decía: “Oro por todos ustedes para que nazca la alegría en vuestros corazones”. Ahora nos pide la otra parte, la nuestra: la renovación con el corazón de la oración para que ésta se convierta en alegría porque el corazón experimenta el verdadero encuentro con Dios y rebosa de felicidad.
Hijitos, quien ora no teme el futuro y quien ayuna no teme el mal
Pese a la insistencia, la oración que nos pide está tan lejos de la rutina como el Rosario del mantra. Nosotros no oramos para conjurar el futuro sino para estar más cerca de Dios y cuando estamos más cerca de Él aprendemos a abandonarnos a su Providencia y experimentamos su Misericordia. Entonces, no hay lugar para los miedos. El futuro no nos asusta porque estamos en sus Manos y Dios nos cuida. Por medio de la oración vivimos la certeza de que el mal no es más fuerte que el amor y que jamás podrá vencer al bien.
Les repito una vez más: sólo con la oración y el ayuno hasta las guerras pueden ser detenidas, las guerras de vuestra incredulidad y de vuestro miedo por el futuro
La oración y el ayuno: dos armas formidables en poder del creyente. Con la oración y el ayuno se detienen ejércitos. Con oración y ayuno no hay daños que nos puedan infligir porque el mal se detiene ante el poder espiritual que Dios ha generado como respuesta. Todo mal, toda guerra son detenidos.
También es detenida, nos dice, la guerra causada por nuestra falta de fe, que nos hace debatir en lucha espiritual. Es decir, quien tiene fe ora y ayuna pero también quien tiene poca fe, orando y ayunando recibirá de Dios la gracia de ver aumentada su fe.
Asimismo podemos, con oración y ayuno, parar la guerra del miedo al futuro que a tantos lleva a enfermedades como la depresión o sume en angustia continua. El futuro por medio de la imaginación puede proyectar imágenes terribles, sombras gigantescas que oscurecen toda esperanza.
Tengamos en cuenta que la mera lectura de los periódicos, los noticieros televisivos y una miríada de programas y de publicidad constantemente atacan a la imaginación. Esta facultad sólo es sanada cuando se le permite a Dios entrar y tomar el señorío de nuestras vidas. La puerta de acceso, nos enseña la Santísima Virgen, es la oración y el ayuno.
En verdad, todo nuestro ser debe ser sanado y purificado: nuestro intelecto, nuestros afectos, nuestra memoria, nuestra voluntad, nuestros sentidos, nuestra imaginación.
Toda nuestra vida debe cambiar, debe cambiar la tristeza, la preocupación constante y la angustia por la alegría de quien se siente libre porque el Señor lo liberó, porque Cristo es el Salvador de su vida, porque el Resucitado vive en él.
El camino es único: oración y ayuno del corazón para alcanzar la felicidad de la vida en Dios.
Por providencia divina el Santo Padre acaba de tocar el tema del miedo al futuro. «El miedo al futuro -dijo el Santo Padre- atenaza con frecuencia a las generaciones jóvenes, llevándoles por reacción a caer en la indiferencia, a claudicar ante los compromisos de la vida, al embrutecimiento de la droga, de la violencia, de la apatía». Un miedo que en la sociedad actual ofusca «la alegría por todo niño que nace».
«No debemos tener miedo al futuro», reafirma. Es tarea de la Iglesia apuntar a la esperanza. La cultura auténtica de la libertad –la que sólo Cristo puede dar- debe ser construida y “al hacerlo, podremos darnos cuenta de que las lágrimas de este siglo han preparado el terreno para una nueva primavera del espíritu humano”.
Estoy con ustedes y les enseño, hijitos: es en Dios que está vuestra paz y vuestra esperanza. Por ello acérquense a Dios y pónganlo en el primer lugar en sus vidas
Al decirnos que sólo en Dios está nuestra paz y nuestra esperanza, nos reitera el llamado a la conversión. Parece muy oportuno recordar que precisamente en este día, 25 de Enero, en que nuestra Madre nos da este mensaje, celebramos, como Iglesia, la conversión de San Pablo. Celebramos la conversión de alguien que por la aparición del Señor, en su camino a Damasco, cambia su vida y, de lleno de sí mismo, de su celosa religiosidad y del seguimiento de reglas y preceptos, se convierte en el gran Apóstol de los gentiles y le da a la Iglesia la dimensión de la catolicidad. Quien estaba cerrado sobre sí mismo, sobre su secta, hace a la Iglesia –que hasta ese momento parecía solamente una secta judía- universal y le abre infinitos horizontes.
Por aquella aparición el viejo Saulo se convierte en Pablo: el hombre nuevo. Por esa misma aparición podrá él decir que “si Cristo no hubiese resucitado vana sería nuestra fe”. Y si da testimonio de Cristo Resucitado es porque lo vio, por aquella y otras apariciones que Pablo tuvo del Señor.
Pablo vio y escuchó. Escuchó que el Señor le decía: “Levántate, ponte en pie; te he aparecido para constituirte en ministro y testigo de las cosas que has visto y de aquellas por las que aún he de aparecerte” (Hch 26,16).
Y Pablo obedeció. Él es el Apóstol, el enviado a abrirle los ojos a los paganos para que éstos pasen de las tinieblas a la luz, del poder de Satanás a la salvación.
Hoy María aparece para que demos testimonio de Ella, con nuestras vidas de conversión, para que podamos abrir los ojos de aquellos que están cegados por el mundo de corrupción o hundidos en las oscuras tinieblas de la vida sin Dios. Todo depende de la respuesta que demos a su llamado.