Queridos hijos, también hoy los invito a orar con todo el corazón y a amarse los unos a los otros. Hijitos, ustedes han sido elegidos para testimoniar la paz y la alegría. Si no hay paz, oren y la recibirán. Por medio de ustedes y de su oración, hijitos, la paz comenzará a fluir en el mundo. Por eso, hijitos, oren, oren, oren porque la oración obra milagros en el corazón de los hombres y en el mundo. Yo estoy con ustedes y doy gracias a Dios por cada uno de ustedes que ha acogido con seriedad la oración y la vive. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!
Queridos hijos, también hoy los invito a orar con todo el corazón y a amarse los unos a los otros
Orar con todo el corazón es querer comunicarse con Dios por la fuerza del amor, “hablar de amores” como decía Santa Teresa de Ávila. Es tener necesidad constante de Dios, de su presencia. Por eso, quien ora con todo el corazón es porque ama a Dios con todo el corazón y éste es el primer mandamiento. Luego viene el otro mandamiento del amor: amarnos los unos a los otros. Es decir, hacernos hermanos, acercar al que teníamos lejos en nuestro corazón y en nuestra mente atrayéndolo para hacerlo cercano, prójimo, en nuestras vidas. Debemos proponernos despojar nuestro corazón de enemistades y perdonar. Dejar de ser jueces de los otros y amarlos tal como son. Cuando oramos con todo el corazón, porque amamos a Dios con todas nuestras fuerzas, con toda nuestra alma, con todo nuestro ser y cuando nos amamos entre nosotros, estamos cumpliendo con la Ley de Dios, con el mandamiento del amor.
Hijitos, ustedes han sido elegidos para testimoniar la paz y la alegría
El ser elegidos para tan noble misión nos llena de gran alegría y de consuelo y alimenta nuestra esperanza. “Porque muchos son los llamados, mas pocos los elegidos”, dice el Señor (Mt 22, 14). Y nos preguntamos: ¿quiénes son los elegidos? Son aquellos que responden al llamado. Por eso al finalizar el mensaje nuestra Madre agradece a quienes han acogido con seriedad la oración y la viven. Son los que viven los mensajes.
Orar con todo el corazón es vivir seriamente el llamado, vivir la oración. Es recoger con el corazón abierto el don que nuestra Madre nos trae del Cielo, y este don es la oración misma por la que se alcanza la gracia de la paz. Esa paz que no termina en uno sino que, por lo contrario, comienza en uno y debe irradiarse.
Pero, no se es escogido solamente para ser portador de paz, para dar testimonio de ese gran don recibido y por tanto dado, sino también para vivir en la alegría de hijos de Dios, que se da por medio de María.
Cuando somos conscientes que, pese a toda nuestra fragilidad y pequeñez, estamos respondiendo al llamado, siguiendo los mensajes, esforzándonos por vivirlos, ello debe ser, en sí mismo, motivo de una gran alegría, porque Dios tiene puestos sus ojos en nosotros, porque nuestra Madre nos escoge para enviarnos al mundo a llevar los dones recibidos por medio de la oración.
La Santísima Virgen usa el término paz, el mismo con el que comenzó a hablarnos en Medjugorje aquel 26 de junio de 1981. Paz en hebreo es “shalom”, que significa estar colmado de todos los bienes espirituales y temporales, y –en un sentido cristiano- colmado de todos los bienes mesiánicos. Por eso ser portador de paz es ser portador de Cristo. No se trata de llevar una buena intención de no beligerancia, de tolerancia. No, es infinitamente mucho más, es llevarlo a Cristo, es dar testimonio de Aquel por quien viene toda paz y todo bien al mundo.
Si no hay paz, oren y la recibirán
Muy sencillamente nuestra Madre nos está diciendo que la paz se alcanza con la oración. Es el bien que Dios nos da como fruto de la oración de súplica.
Con la oración de súplica nos reconocemos necesitados, dependemos de Dios, pero también con ella reconocemos que Dios es capaz realmente de hacer aquello que le imploramos, darnos la paz.
Por medio de ustedes y de su oración, hijitos, la paz comenzará a fluir en el mundo. Por ello hijitos, oren, oren, oren porque la oración obra milagros en el corazón de los hombres y en el mundo
Dios –y esto viene a recordarnos la Reina de la Paz- no quiere hacer nada sin nosotros. Santa Teresita decía que “el Creador del universo está aguardando la oración de un alma pequeña y pobre para salvar a los demás, que fueron rescatados lo mismo que aquélla al precio de su propia sangre” (LT 135/ 19-08-1892).
Por medio de nuestras obras, de nuestras acciones, cooperamos con la Providencia de Dios. Por medio de nuestra oración podemos cooperar para que Dios obre algo todavía más grande de lo que nosotros somos capaces de lograr. Aquí está la grandeza de la oración. Por eso el gran don de la paz, que sólo viene de Dios, viene por medio de la oración. Pero, para entender qué es la oración, qué poder se oculta en ella, es necesario volverse pequeño, pobre. Pobre de espíritu, que es aquel que –como decía San Francisco de Sales- no tiene el corazón en las cosas ni las cosas en el corazón. Sólo tiene a Dios y todo lo espera de Él.
Éste, debemos entenderlo, es tiempo de gracia. Tiempo de llamado y de envío de los que acogieron la gracia del llamado con su respuesta generosa.
Éste es un tiempo particular de intenso llamado a la oración para que los hombres se conviertan.
Desde la venida del Verbo, la Pasión y Resurrección de Cristo, estamos viviendo el tiempo mesiánico. Pero, en la historia de la salvación, este hoy es muy singular porque está caracterizado por la constante presencia de la Madre de Dios entre nosotros y por su búsqueda incesante de esos hijos generosos que respondan al llamado, para convertirse en instrumentos de salvación mediante sus ofrecimientos, su vida ejemplar y su oración del corazón.
Es por medio del don que nos convertimos en don, en portadores de paz y en intercesores.
Es la oración la que libera el poder de Dios que obra el milagro de la conversión, que trae la paz al mundo sin paz.
Yo estoy con ustedes y doy gracias a Dios por cada uno de ustedes que ha acogido con seriedad la oración y la vive
Palabras éstas de gran consuelo. La Madre de Dios está con nosotros, junto a nosotros. Ella agradece a Dios por los hijos que han dado su respuesta al llamado. Ahora, nuestro compromiso debe ser orar con todo el corazón, amar y dejarnos ser instrumentos de María, nuestra Madre Santísima, para dar testimonio de paz y de alegría al mundo.