“¡Queridos hijos! También en este tiempo de inquietud les invito a la oración. Hijitos, oren por la paz para que en el mundo cada hombre sienta amor por la paz. Sólo cuando el alma encuentra paz en Dios, se siente satisfecha, y el amor comenzará a derramarse en el mundo. De manera especial, hijitos, estáis llamados a vivir y dar testimonio de paz; paz en vuestros corazones y familias, y a través de vosotros, la paz se derramará también en el mundo. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!”
Y en este último mensaje la Bienaventurada Virgen María nos habla de que camina con nosotros, sin cesar de invitar y llamar los corazones humanos y las almas a volver a Dios, la fuente de la vida. Casi todos los mensajes de la Virgen comienzan con un llamado a la oración, a una conversación con Dios. La oración no es una fórmula mágica para solucionar problemas personales, familiares o mundiales. Es un llamado a una relación en amor con Dios. La oración nos acerca a Dios. La oración tiene el propósito de que nuestros corazones se hagan humildes y dependientes de Dios. El hombre por naturaleza tiende a la autonomía y a la independencia, y Jesús nos dice: “…, porque separados de mí, nada podéis hacer.” (Jn 15,5b). Sólo cuando a través de la oración nos hemos convertido en amigos de Dios, cuando nos hemos acercado a El, entonces El nos puede dar todo. El fruto de esa cercanía es la paz de la cual la Virgen habla en este mensaje. Dios no quiere darnos migajas o una parte de El sino que se nos da completamente. También nosotros debemos primeramente buscar el encuentro con El, antes de pedir algo de El. Sólo cuando hemos encontrado a Dios, entonces tenemos todo: la alegría, la paz, la salud, la vida. Es cuando todas las tragedias, padecimientos, cruces y enfermedades no son ya tan horribles ni terribles, sino que con Dios todo se llena de sentido.
La Virgen habla de un tiempo de inquietud. El tiempo de inquietud nace en los corazones humanos inquietos en los cuales Dios no está presente. Estamos conscientes de que reina demasiada inquietud en nosotros y en torno de nosotros para estar en condiciones de creer fácilmente en las palabras de Jesús: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da” (Jn 14,27).
“Sólo cuando el alma encuentra paz en Dios, se siente satisfecha, y el amor comenzará a derramarse en el mundo” – nos dice la Madre María. La Madre Teresa acostumbraba decir: “Las obras de amor son obras de paz”. El amor crea la paz. Hay mucha inquietud porque no hay amor. Y Dios es amor. Dios es necesario para el corazón humano, para la familia y para este mundo como la tierra seca necesita de la lluvia.
Nadie como la Madre de Dios amó a Jesús. Por eso, Ella es la única que conoce la mejor manera de amarlo. Ella no lo conservó de manera egoísta para sí, sino que lo llevó a su prima Isabel. Y cada uno de nosotros, cuando recibimos a Jesús en la Santa Comunión, es llamado a llevarlo a sus seres queridos, a aquellos que Dios ha puesto en nuestro camino. Conservar a Jesús para sí, significa perderlo. En este caso no son necesarias grandes cosas y obras, ni milagros y curaciones sensacionales. La Madre de Dios no fue grande por algunas obras humanas y milagros, sino que llegó a ser grande porque permitió a Dios, que El en Ella y por medio de Ella, realizara Su voluntad. Ella se vació completamente a fin de que Dios pudiera morar completamente en Ella. Ella renunció a su voluntad y deseos para que la voluntad y los deseos de Dios pudieran realizarse en Ella, y a través de Ella, se realizaran en nosotros y en este mundo. Si deseamos amor, si deseamos a Dios, entonces nos encontramos ante un camino de sacrificio, un camino estrecho y empinado que conduce a la vida. Tal como Dios en Su Hijo Jesús nos ha dado todo, así también de nosotros no nos pide solamente un poco: un poco de oración, de ayuno, de tiempo, de sacrificio, sino que nos pide a nosotros mismos. Nuestro Dios es un Dios exigente como la Madre María es aquí exigente. Ella es exigente con nosotros porque nos ama, porque somos importantes para Ella. Es mucho más fácil no aceptar sus mensajes, pero no es mejor. La Madre María viene a visitarnos hoy, a ti y a mí, para decirnos que este mundo no está hambriento de riquezas ni de dinero, sino de amor, es decir, de Dios. Hay tantos ricos que son verdaderamente pobres de corazón.
La Virgen ha venido a este lugar trayendo la riqueza abundante de Su Corazón, para darnos esa riqueza. Seamos los primeros en comenzar a seguir su voz maternal, no esperando que otros empiecen a hacerlo, porque sucederá entonces que nunca comenzaremos.
Fr Ljubo Kurtovic
Medjugorje, 26.09.2002