“¡Queridos hijos! Oren conmigo al Espíritu Santo para que, en el camino de vuestra santidad, los conduzca en la búsqueda de la voluntad de Dios. Y ustedes que están lejos de la oración, conviértanse y busquen en el silencio de su corazón, la salvación de su alma; y aliméntenla con la oración. Yo los bendigo a cada uno con mi bendición maternal. Gracias por haber respondido a mi llamado!”
La Virgen María nos llama a orar con Ella al Espíritu Santo para que podamos vestirnos de la fuerza y del poder de lo alto, de la fuerza que viene de Dios. Junto a los apóstoles fue perseverante en su oración esperando la promesa de Jesús – el Espíritu Santo. Ella está llena de gracia y es la Esposa del Espíritu Santo. Ella es quien mejor conoce la fuerza misteriosa del Espíritu Santo y por eso sabe cuán necesaria es Su fuerza para nosotros hoy. Nosotros hemos recibido al Espíritu Santo en los Sacramentos del Bautismo y de la Confirmación, y hemos oído que El existe. A pesar de eso, pareciera que todos los demás espíritus estuvieran presentes alrededor de nosotros, excepto el Espíritu Santo. Por eso, el llamado maternal de la Virgen es muy serio y tan necesario para cada corazón, cada familia y para todo el mundo. El único camino para experimentar la fuerza del Espíritu Santo es la oración.
Lo primero que debemos hacer es convertirnos. En otras palabras significa ponernos en oración ante Dios una y otra vez, reconocer nuestros pecados, perdonar a los demás, renunciar a todo lo que no nos permita aceptar la voluntad de Dios, renunciar a los ídolos, ataduras y a los propias falsas imágenes de Dios. Convertirse significa elegir a Dios como el Señor de nuestra vida, permitiendo que se haga Su voluntad. Únicamente el Espíritu Santo puede iluminar nuestros corazones para que podamos encontrar la voluntad de Dios y vivir según Su voluntad. Cuando decidamos renunciar a nuestra voluntad, planes, designios e intenciones, podremos comenzar a orar por el plan de Dios, por las intenciones de Dios para nuestra vida. Cuando renunciamos a nuestros planes, en verdad nos liberamos, y somos capaces de aceptar la voluntad de Dios. Por eso Jesús dice: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz cada día, y sígame.” (Lc 9,23). Ser discípulo de Jesús, no significa recibir de El alguna información, sino ser capaz de recibir Su gracia, Su fuerza, Sus milagros y Su Reino. Es discípulo aquel que llega a ser como su maestro. Por eso Jesús pudo decir: “El que en mí cree, las obras que yo hago también él las hará; y mayores que éstas hará;… (cfr. Jn 14,12).
En la búsqueda de la voluntad de Dios en el camino de la santidad, es necesario agradecer a Dios por cada momento de la vida, sea bueno o malo. Aceptar todo lo que sucede en nuestras vidas significa entrar en la voluntad de Dios y así recibir Su fuerza para vencer el mal en que hemos incurrido. Podemos reconocer siempre la voluntad de Dios cuando en oración nos acercamos a El, y también podemos descubrir los caminos, trabajos y vocaciones que Dios abre y cierra para nosotros. Si constantemente nos entregamos a la voluntad de Dios, entonces El cerrará los caminos y puertas no deseados por El, y abrirá aquellos deseados por El para nosotros. Raramente Dios indica expresamente, desde el interior, el camino a seguir. No en la mente, ni en la imaginación, ni tampoco en nuestros sentimientos, sino en el fondo de nuestra alma, allí donde habita Dios en nosotros, el Espíritu Santo nos inspira, ilumina y conduce. Dios se valdrá de signos para revelarnos Su voluntad. Es necesario reconocer esos signos mediante los sentidos espirituales que se han hecho más sensibles y se han desarrollado más en aquellos que, durante todos estos años de apariciones, han acogido y seguido con seriedad las palabras maternales de la Virgen. Escuchemos con el corazón las palabras de nuestra Madre Celestial, a fin de encontrar la nueva vida que únicamente Dios puede dar.
Fr. Ljubo Kurtovic
Medjugorje, 26.05.2007