“¡Queridos hijos! También hoy los invito a la conversión. Hijitos, que su vida sea un reflejo de la bondad de Dios y no del odio ni de la infidelidad. Oren, hijitos, para que la oración se convierta en vida para ustedes. Así podrán descubrir en su vida la paz y la alegría que Dios da a aquellos que tienen el corazón abierto a Su amor. Y ustedes, que están lejos de la misericordia de Dios, conviértanse para que Dios no desatienda sus oraciones y no sea tarde para ustedes. Por eso, en este tiempo de gracia, conviértanse y pongan a Dios en el primer lugar en su vida. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!”
Las palabras maternales de la Virgen son palabras del Evangelio dichas con palabras simples, maternales. En este mensaje se siente el eco de las palabras de Jesús al principio del Evangelio: “Conviértanse y crean en el Evangelio.” La conversión es un proceso permanente. Es el caminar diario con Jesús, siguiendo Su Palabra que exige, y en que está presente Dios mismo, la vida de Jesús. La Virgen Maria se vació a sí misma, sometió su voluntad a la voluntad de Dios. La Virgen no esperó un mensaje de Dios para renunciar a su voluntad y, por consiguiente, pudo entender muy claramente que Dios la había llamado para ser la Madre de Su Hijo Jesús. Su vida se convirtió en vida de Dios. Ella está llena de Dios y toda orientada hacia Dios. Ella persevera con nosotros porque sabe que no hay otro camino más fácil o más rápido que nos pueda conducir a Dios y a sus regalos, que son la alegría y a paz que El desea concedernos. Sus mensajes revelan Su determinación y Su amor maternal que desea nuestro bien, la salvación de nuestras almas y la vida eterna en Dios. Maria se ha convertido en el reflejo de Dios y por eso nos llama a que nuestras vidas se conviertan en un reflejo de la ternura de Dios, y no del odio ni de la infidelidad.
“Oren, hijitos, para que la oración se convierta en vida para ustedes.” Algunos dicen que no les gusta rezar, pues no soportan entrar en el propio interior. La oración no es solamente mirarse a sí mismo. Es mirar a Dios. Orar significa dirigir un reflector hacia Cristo. Lo que debo hacer, se va revelando a mí gradualmente. Eso sucede dentro de mí. Conociendo a Cristo, me voy conociendo a mí. El misterio del hombre se revela solamente en Jesucristo. Sin Jesús no sabemos quiénes somos. Quién conocía mejor a Jesús que la misma Virgen Maria que lo llevó bajo su corazón, que lo educó y creyó en él hasta el final de su vida, al pie de la cruz en el Calvario. Ella también sigue siendo hoy quién nos conduce a Jesús a través del Calvario hacia la Resurrección.
El Evangelio no es algo pasado. Dios no nos amó solamente una vez. Él nos ama cada día, cada momento a través de toda nuestra vida. Este mismo momento también está lleno del amor y de la presencia de Dios. Esa es la razón por la cual la Madre María, la Reina de la Paz, está viniendo a animarnos, a despertarnos, y a abrir los ojos de nuestra alma, para que nosotros podamos abrir nuestros corazones y encontrar la fuente de la vida, de la paz y de la alegría, Dios. Dios nos lleva a la verdad con amor, y si es necesario – con el sufrimiento también. Él hace todo por la salvación de nuestras almas. No puede permanecer inmóvil e indiferente hacia nosotros – la humanidad – que es la corona de Su creación.
Este es un tiempo de gracia, un tiempo regalado, en que la Virgen Maria viene a nosotros y se nos aparece. Por eso nos dice: “En este tiempo de gracia, conviértanse para que Dios no desatienda sus oraciones y no sea tarde.” Somos libres de pensar que además de este período de gracia, existe también una época en que Dios niega su gracia y retira su mano extendida. Escuchemos la voz y las palabras de María, nuestra Madre Celestial, que sean para la salvación de nuestras almas y llenen de alegría nuestra vida, de modo que no sea demasiado tarde para nosotros entrar en el banquete de la vida.
Fr. Ljubo Kurtovic
Medjugorje, 26.08.2007