“¡Queridos hijos! Hoy os invito a todos a orar por la paz y a testimoniarla en vuestras familias, a fin de que la paz se convierta en el tesoro más grande en este mundo sin paz. Yo soy vuestra Reina de la Paz y vuestra Madre. Deseo conduciros por el camino de la paz que solamente proviene de Dios. Por eso, orad, orad, orad. ¡Gracias por haber respondido a mi llamada!”
La Gospa da una importancia fundamental a la familia. En la medida en que trabajamos para fortalecer nuestras familias aproximándolas al Dios de la vida, hacemos presente el tesoro que, gratuitamente, nuestro Creador derrama a toda la humanidad. La familia es la célula de la sociedad, pero es más, es también “iglesia doméstica” (cf. Familiaris Consortio, 21). Presencia del Espíritu del Señor en nuestro mundo. Por eso la Virgen insiste siempre en que debemos convertir a las familias en testimonio de fe. El mismo Espíritu Santo que guía a la Iglesia hacia su fin de salvación se hace presente en las familias cristianas. Por eso la familia confía y espera siempre en el Señor, sabe que el Amor se hace presente a través de ella.
Pero ¿cómo empezar a ser verdaderos testimonios? El principio es muy claro, sólo hay que escuchar a la Virgen. Para ser testimonio hay que permanecer en Cristo. Testigo es aquel que como dice el apóstol: „En efecto, yo por la ley he muerto a la ley, a fin de vivir para Dios: con Cristo estoy crucificado, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mi“ (Gal. 2, 19). Por eso el primer elemento a renovar, vitalizar e impulsar es la oración familiar. La familia, la Virgen también lo sabe, es lugar de educación, de encuentro, de confianza… de Dios. En la familia es donde se aprende a rezar. Si la familia no reza pierde su fuente, destruye su verdadero objetivo salvífico: „ser imagen de la Trinidad“. “La familia cristiana es una comunión de personas, reflejo e imagen de la comunión del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo. Su actividad procreadora y educativa es reflejo de la obra creadora de Dios. Es llamada a participar en la oración y el sacrificio de Cristo. La oración cotidiana y la lectura de la Palabra de Dios fortalecen en ella la caridad. La familia es evangelizadora y misionera” (C.E.C. 2205).
Si no logramos que en las familias se rece entonces la paz no será nunca posible, la salvación quedará para unos pocos privilegiados y nuestro mundo se ahogará en el orgullo y el egoísmo. Si sólo Dios puede darnos la paz, entonces únicamente la alcanzaremos si rezamos, si asistimos en familia a la Eucaristía. No es extraño que Dios bendiga de manera tan excelsa la vida matrimonial y que sea en el verdadero matrimonio sacramental el lugar donde Él quiera hacer presente su amor.
Es cierto que nuestro mundo intenta desnaturalizar la familia y el amor. Es cierto que el matrimonio no es entendido correctamente por las leyes de los países. Se respira una debilidad demoníaca en la vida familiar. La familia está dejando de ser la fuente de la espiritualidad para nuestros jóvenes y adultos. ¿Dónde sino se puede transmitir la fe? Esto se sabe. Seguramente es el motivo por el que se ataca más que nunca a la familia, todo para que Dios no se pueda hacer presente en nuestro mundo de esa manera tan elocuente. La lucha está clara: o ponemos a nuestras familias del lado de Dios, o ya sabemos donde están.
Este panorama debiera ser un acicate para avivar la vida espiritual de nuestras familias. Preguntémonos si rezamos en familia y cómo es nuestra oración. Ahora es el momento de cambiar o de empezar. ¡No dejemos pasar de largo el mensaje de María!
Ojala María Reina de la paz nos ayude a que este mensaje enraíce en nuestros corazones y vivifique nuestras familias. “La familia cristiana es el primer ámbito para la educación en la oración. Fundada en el sacramento del matrimonio, es la ‘iglesia doméstica’ donde los hijos aprenden a orar como Iglesia y a perseverar en la oración. Particularmente los niños pequeños, la oración diaria familiar es el primer testimonio de la memoria viva de la Iglesia que es despertada pacientemente por el Espíritu Santo” (C.E.C 2685). ¡Pongámonos en camino, Cristo no llama!
P. Ferran J. Carbonell