“Queridos hijos, trabajad con alegría y arduamente en vuestra conversión. Ofreced todas vuestras alegrías y tristezas a mi Corazón Inmaculado para que os pueda conducir a todos a mi Hijo bien amado, de modo que en Su Corazón encontréis la alegría. Estoy con vosotros para enseñaros y conduciros a la eternidad. ¡Gracias por haber respondido a mi llamada!”
¡La eternidad! Nuestra vida ha sido hecha para eso: para la eternidad. Para estar con Dios. Todo lo que hacemos con nuestras vidas, nuestro trabajo, ha de ser en bien del Reino. Eso no quiere decir que nuestra vida en la tierra carezca de importancia. Para Dios es fundamental. En nuestra cotidianidad debemos encontrarnos con Dios. Debemos trabajar por nuestra conversión cristificando todas las cosas y dejando que Jesús llene con su gracia nuestras vidas. En todo lo que hacemos debemos buscar la presencia de Dios, su voluntad. ¿Qué significa cristificar? Teniendo presente a Cristo en nuestras vidas llevarlo al mundo entero. Reconocerlo en cada acontecimiento de nuestra historia personal, verlo en el pobre y el sufriente, acompañarlo y amarlo. Cristo se nos da como el regalo más grande, el único que puede colmar nuestras vidas. En la eucaristía recibimos de manera extraordinaria ese gran don.
Nuestro Padre no quiere que estemos tristes, no desea que busquemos ni el martirio ni el dolor, sino que cuando éstos nos alcancen sepamos, como en los buenos momentos, ofrecerlos para nuestra conversión y la del mundo entero. Y debemos ayunar, claro. El ayuno, tal como lo plantea la Iglesia, no es para que lo pasemos mal. El ayuno nos recuerda que sólo Dios es importante, que debemos vivir de la Palabra de su Evangelio. Si el ayuno no es más que para pasarlo mal, no hemos entendido su significado. Ayunamos para encontrarnos con Nuestro Salvador. La Iglesia recomienda el ayuno (cf. Canon 1249) como ayuda al dominio de las pasiones y como reparación de los pecados. El ayuno siempre ha sido y es parte de la vida de los católicos. “Id pues, a aprender que significa Misericordia quiero y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores” (Mt. 9, 13). Así la felicidad por haber encontrado el Reino será más pura y verdadera. La alegría interior es un signo del Espíritu Santo que nos confirma que Él está ahí. Que cristificamos nuestras vidas correctamente. Como dice san Agustín: “El camino es estrecho y difícil para el que camina por él con pena y pesadumbre; pero es ancho y fácil para el que camina con amor”. En eso consiste todo, en caminar en el amor Divino. El que vive lleno de preocupaciones, temores, amargado… no anda en el amor de Dios. Signo de autenticidad de nuestra vida cristiana es la alegría.
Acabo este comentario con una magnífica oración, ¡qué la Virgen nos ayude a tener hambre y sed de Cristo!
AYUNA Y LLÉNATE
El ayuno tiene como objetivo vaciar nuestro corazón para llenarlo de algo más valioso. Es una necesaria limpieza del alma para atener la grandeza para la que Dios nos ha creado.
Ayuna de juzgar a otros; descubre a Cristo que vive en ellos.
Ayuna de palabras hirientes; llénate de frases sanadoras.
Ayuna de descontento; llénate de gratitud.
Ayuna de enojos; llénate de paciencia.
Ayuna de pesimismo; llénate de esperanza cristiana.
Ayuna de preocupaciones; llénate de confianza en Dios.
Ayuna de quejarte; llénate de aprecio por la maravilla que es la vida.
Ayuna de las presiones que no cesan; llénate de una oración que no cesa.
Ayuna de amargura; llénate de perdón.
Ayuna de darte importancia a ti mismo; llénate de compasión por los demás.
Ayuna de ansiedad sobre tus cosas; comprométete en la propagación del Reino.
Ayuna de desaliento; llénate del entusiasmo de la fe.
Ayuna de pensamientos mundanos; llénate de las verdades que fundamentan la santidad.
Ayuna de todo lo que te separe de Jesús; llénate de todo lo que a El te acerque.
Autor desconocido, adaptado por SCTJM
P. Ferran J. Carbonell