“Queridos Hijos: En este tiempo de gracia, os invito a todos a renovar la oración en vuestras familias. Preparaos con alegría para la venida de Jesús. Hijitos, que vuestros corazones sean puros y acogedores, para que el amor y el calor comiencen a fluir a través de vosotros, en cada corazón que está lejos de Su amor. Hijitos, sed mis manos extendidas, manos de amor para todos aquellos que se han perdido, que ya no tienen fe ni esperanza. ¡Gracias por haber respondido a mi llamada!”
Es siempre tiempo de gracia, un tiempo de Dios. La Virgen no deja de recordárnoslo. Dios quiere hacerse presente siempre en nuestras vidas. Por eso nació, se encarnó, para estar siempre con nosotros. Forma parte de nuestra historia personal y de la historia de la humanidad. Él ha venido para cambiarlo todo: nuestras relaciones personales y nuestra sociedad. La Eucaristía es el Señor resucitado en medio de su pueblo, y a través de la Comunión forma parte de todos los cristianos. La Eucaristía es “fuente y cima de la vida cristiana” (L.G., 11), de ahí sacamos las fuerzas para caminar, ahí dejamos todas nuestras preocupaciones. No importa cuál sea nuestra situación personal, Cristo es el pan de vida. El nos da su vida eterna. “La Eucaristía significa y realiza la comunión de vida con Dios y la unidad del Pueblo de Dios por las que la Iglesia es ella misma. En ella se encuentra a la vez la cumbre de la acción por la que, en Cristo, Dios santifica al mundo, y del culto que en el Espíritu Santo los hombres dan a Cristo y por él al Padre” (CdR, inst. “Eucharisticum mysterium” 6). (CEC., 1325). Sin el Pan bajado del cielo no podemos caminar.
La Eucaristía es el centro también de nuestras familias. La vivencia de la presencia real de Jesús en el pan Consagrado une y hace orar a las familias. Algunas personas de nuestra sociedad se empeñan en destruir aquello que la constituye: la familia. Estar contra la familia es estar contra la sociedad, contra la vida, contra Dios. Debemos defenderla frente a todos, pero la mejor defensa es revitalizar la oración. Dar vida interna a nuestras familias. Hacer de Cristo el fundamento real de todo. “Por lo cual, doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra, para que os conceda, por la riqueza de su gloria, fortaleceros interiormente mediante la acción de su Espíritu; que Cristo habite por la fe en vuestros corazones…” (Ef., 3, 14-17). Podemos y debemos denunciar el mal trato que recibe la familia en nuestra sociedad pero debemos, ante todo, fortalecerlas y ponerlas en la roca que es Jesucristo. La llamada a la oración familiar no es en este sentido superficial. María lo repite casi de manera cansina: oración, oración y oración. El que ora está con Dios y el que está con Dios está en la roca. Poner a nuestras familias en la Roca que es el Amor de Dios. Preguntémonos como es nuestra oración en familia, cuánto tiempo dedicamos a enseñar a orar a nuestros pequeños. Si los padres no dan importancia a eso ¿cómo lo harán los niños y los jóvenes? Es triste oír como algunas veces los padres se quejan del alejamiento de la Iglesia de sus hijos pero ¿qué han hecho para ponerlos ante el Resucitado? ¿Qué hacemos para que el Espíritu Santo se reavive en la familia?
Acabo este comentario con un largo pero interesantísimo pasaje de la Familiaris Consortio (38), todos tendríamos que leernos este documento de Juan Pablo II y llevarlo a la práctica: “Para los padres cristianos la misión educativa, basada como se ha dicho en su participación en la obra creadora de Dios, tiene una fuente nueva y específica en el sacramento del matrimonio, que los consagra a la educación propiamente cristiana de los hijos, es decir, los llama a participar de la misma autoridad y del mismo amor de Dios Padre y de Cristo Pastor, así como del amor materno de la Iglesia, y los enriquece en sabiduría, consejo, fortaleza y en los otros dones del Espíritu Santo, para ayudar a los hijos en su crecimiento humano y cristiano. El deber educativo recibe del sacramento del matrimonio la dignidad y la llamada a ser un verdadero y propio “ministerio” de la Iglesia al servicio de la edificación de sus miembros. Tal es la grandeza y el esplendor del ministerio educativo de los padres cristianos, que santo Tomás no duda en compararlo con el ministerio de los sacerdotes: “Algunos propagan y conservan la vida espiritual con un ministerio únicamente espiritual: es la tarea del sacramento del orden; otros hacen esto respecto de la vida a la vez corporal y espiritual, y esto se realiza con el sacramento del matrimonio, en el que el hombre y la mujer se unen para engendrar la prole y educarla en el culto a Dios”. La conciencia viva y vigilante de la misión recibida con el sacramento del matrimonio ayudará a los padres cristianos a ponerse con gran serenidad y confianza al servicio educativo de los hijos y, al mismo tiempo, a sentirse responsables ante Dios que los llama y los envía a edificar la Iglesia en los hijos. Así la familia de los bautizados, convocada como iglesia doméstica por la Palabra y por el Sacramento, llega a ser a la vez, como la gran Iglesia, maestra y madre”.
¡Qué la Gospa nos ayude a edificar este Adviento nuestras familias en el amor de Dios! ¡Imitemos a la Sagrada Familia!
P. Ferran J. Carbonell