“Queridos hijos: También hoy deseo llamaros a todos a que seáis fuertes en la oración y en los momentos en que las tentaciones os asalten. Vivid en la alegría y en la humildad vuestra vocación cristiana y dad testimonio a todos. Yo estoy con vosotros y a todos os llevo ante mi Hijo Jesús, y Él será para vosotros fuerza y apoyo. ¡Gracias por haber respondido a mi llamada!”
Ser fuertes en el espíritu, fuertes en la oración. Tener fortaleza eso nos pide nuestra Señora. En un momento en que los medios de comunicación exaltan el pecado en la Iglesia es necesario ser fuertes. Claro que el pecado nos escandaliza. Pero debemos presentar la santidad de la Iglesia en todo su esplendor. La Iglesia es pecadora por culpa de nuestro propio pecado el de cada uno. Ese es el pecado que más debe escandalizarnos. Pero la Iglesia es al tiempo santa porque su cabeza es Cristo; y esa cabeza la inunda toda de luz y de vida. Tantos cristianos que han dado y dan su vida por los demás, los ancianos, los huérfanos, los enfermos, los pobres, las familias… En este momento de ataque es más necesario que nunca ser fuertes en la oración, renovarnos espiritualmente para estar más cerca de Cristo. Sin Él nada podemos. Hay pecado pero sobretodo hay santidad.
“El que escandalice a uno de esos pequeños que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar” (Mc. 9, 42). Escandalizar se puede hacer de muchas maneras. El escándalo es algo vergonzoso, terrible y desviado de su camino recto. Pequeño se puede referir a un niño y, también, a los que están creciendo en la fe y se mantienen como un niño en la mano de su padre. Es decir, a todos los cristianos. Debemos preguntarnos si todo lo que hacemos está en el recto camino de la fe. Algunas veces los ataques a la Iglesia tienen por objeto destruir su doctrina moral. En un mundo sin valores la Iglesia nos recuerda continuamente nuestra obligación de ordenar nuestra vida para la eternidad. Eso para el demonio es lo peor, él quería que todos los hombres se doblasen. Pero para los que tenemos fe el escándalo del pecado (aunque nos duela) debe llevarnos a renovar y fortalecer nuestra fe. El escándalo del pecado no puede ser la excusa para perder la fe.
Existe otro tipo de escándalo para el que no cree: la Cruz. No debemos escandalizarnos de la cruz de Cristo. “Los judíos piden señales y los griegos buscan saber, nosotros predicamos un Cristo crucificado, escándalo para los judíos, locura para los paganos, en cambio para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Mesías que es portento de Dios y sabiduría de Dios: porque la locura de Dios es más sabia que los hombres y la debilidad de Dios más potente que los hombres” (1 Cor. 1, 22). Aborrecemos el escándalo que lleva el pecado pero ese nos lleva a aceptar con amor la Cruz de Cristo. Esa Cruz salvadora, esa Cruz que ilumina. “Jesús escandalizó sobre todo porque identificó su conducta misericordiosa hacia los pecadores con la actitud de Dios mismo con respecto a ellos (cf. Mt. 9, 13; Os 6, 6). Llegó incluso a dejar entender que compartiendo la mesa con los pecadores (cf. Lc. 15, 1-2), los admitía al banquete mesiánico (cf. Lc. 15, 22-32). Pero es especialmente, al perdonar los pecados, cuando Jesús puso a las autoridades de Israel ante un dilema. Porque como ellas dicen, justamente asombradas, “¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?” (Mc. 2, 7). Al perdonar los pecados, o bien Jesús blasfema porque es un hombre que pretende hacerse igual a Dios (cf. Jn. 5, 18; 10, 33) o bien dice verdad y su persona hace presente y revela el Nombre de Dios (cf. Jn. 17, 6-26)” (CEC. 589).
Pongámonos en las manos de Nuestra Madre, pidamos por la Iglesia y seamos fuertes para luchar contra el pecado como nos dice el mismo Jesús: “Esta clase de demonios sólo se expulsan con la oración” (Mc. 9, 29). Vivamos nuestra vocación cristiana que es una llamada a la alegría, al amor. Nos lo recuerda el Papa en estas palabras referidas al pueblo romano pero que son para cada uno de nosotros: “Quiero rendir homenaje públicamente a todos aquellos que, en silencio, sin palabras pero con hechos, se esfuerzan por practicar esta ley evangélica del amor, que saca adelante al mundo. Son tantos, incluso aquí, en Roma, y pocas veces hacen noticia. Hombres y mujeres de todas las edades, que han comprendido que no sirve de nada condenar, quejarse, echar la culpa, sino que es mejor responder al mal con el bien. Esto es lo que cambia la realidad; o mejor dicho, cambia a las personas, por consiguiente, mejora la sociedad.
¡Queridos amigos romanos y todos los que vivís en esta ciudad! Mientras estamos ocupados por las actividades cotidianas, escuchemos la voz de María. Escuchemos su llamamiento silencioso, pero apremiante. Ella nos dice a cada uno de nosotros: ¡que donde ha abundado el pecado pueda sobreabundar la gracia, a partir precisamente de tu corazón y de tu vida! Y la ciudad será más hermosa, más cristiana, más humana.
Gracias, Madre Santa, por este mensaje de esperanza. Gracias por tu silenciosa pero elocuente presencia en el corazón de nuestra ciudad. Virgen Inmaculada, Salus Populi Romani, ¡reza por nosotros!” (Benedicto XVI, Homenaje a la Inmaculada Concepción 8 de Diciembre de 2009, plaza de España).
P. Ferran J. Carbonell