¡Queridos hermanos y hermanas!
¿Quién primero vio y encontró a Jesús vivo y resucitado? Fueron mujeres piadosas que le acompañaron y le sirvieron. Ellas se pusieron de acuerdo en visitar su sepulcro, en ir allí y agradecerle. Sí, ellas, que recibieron tanto bien, no pudieron dormir ni descansar en paz. Muchos obstáculos había ante ellas, pero el amor es más fuerte. Tantas dificultades en los pensamientos y sentimientos. Había una gran piedra en la puerta del sepulcro. ¿Cómo levantarla, cómo abrir el sepulcro? Esas preguntas angustiosas cesan cuando ven que la piedra ya está retirada. ¿Alguien Le llevó? Y fue necesaria solo una palabra que pronuncia Él, que nos ha llamado por nuestro nombre. (Is 43)
Se abrieron los ojos y el alma, el corazón y el conocimiento, que se convierte en la seguridad. “¡Maestro! – ¡Rabí!”. Ese grito de María Magdalena resuena en cada canto pascual. Esa gracia y seguridad se transfunden del sacramento de la confesión y la comunión en nuestra vida. Resuena a través de nuestra oración de agradecimiento –¡Rabí! Aquí esta la mujer más feliz que pisa la tierra dura en esa mañana de la resurrección: María Magdalena. La mujer que reconoció al Resucitado. La mujer que llevó la mejor noticia a los discípulos. Qué afortunada eres Magdalena, benditos sean tus pasos que se convirtieron en apostólicos, que difunden la Buena Nueva sobre el Resucitado. Los apóstoles están consternados con esa noticia. María Magdalena no desiste. Inspira a Pedro y a Juan para que vayan personalmente hasta el sepulcro. Y entraron, pero no encontraron al cuerpo. ¡Cuanta paciencia debe de tener esa mujer feliz, Magdalena! Su experiencia lo movió todo. Ya el problema no es la piedra en el sepulcro, ni los sudarios, ni los lienzos, sino quién se llevó al Maestro. Pacientemente, Magdalena repite su experiencia, que de la noticia se convierte al anuncio, de la incertidumbre a la noticia alegre de la Resurrección.
Jesús confirma con las señales su evangelización de los apóstoles espantados. Entra por la puerta cerrada y se pone en medio de ellos. Todos le vieron, pero no le reconocieron… Cuando les dio la paz y les enseñó las llagas en sus manos y pies, creyeron. Y todo se hizo nuevo y diferente.
Nuestro grupo de oración tiene la misión de María magdalena. Os habéis animado a ir a las fuentes, a la Madre. Ella se dirige a vosotros y os da siempre y de nuevo unas nuevas gracias que hay que testimoniar a los demás. No se trata de difundir el material de propaganda, sino de la experiencia personal de Medjugorje. Si amas a la Reina de la Paz, tú no puedes estar callado. Si has recibido la gracia, no puedes estar callado. Tu estás llamado a dar testimonio. Todos los discípulos supieron qué vida había detrás de María Magdalena. A ella eso no le molesta. Su apostolado empieza primero entre los discípulos, y luego entre todos los demás.
Hoy, en nuestro mundo, en la época de la técnica y medios, la Gospa te llama a ti. Tú has respondido. Te fue dada una gran gracia y hay que dar testimonio de ella.
¡Queridos hermanos y hermanas! En estos días de la Pascua escuchamos los informes de los discípulos sobre el encuentro con el Señor Resucitado. Leemos siempre y de nuevo la incapacidad humana y los límites de cada apóstol. Especialmente tenemos a Tomás en nuestro corazón. Sus características las tiene todo hombre –sólo con mi propia experiencia puedo llegar a la fe. Por eso somos importantes en el testimonio. Nosotros no contamos cuentos, ni ofrecemos teorías. No damos testimonio de algo que tal vez hayamos leído, sino de aquello en lo que creemos, lo que vivimos y que protegemos con nuestra vida. Nuestro apostolado es positivo. Nosotros no le ponemos a prueba al Señor, no le ponemos condiciones. Nuestro apostolado simplemente lo vivimos. Nuestra vida es como el árbol que debe crecer, florecer y dar frutos.
Los frutos hablan de nosotros, de Medjugorje, de los mensajes de la Virgen. Estos no son una nueva teoría de la familia, de los sacramentos y de la Iglesia. Los mensajes son la llamada a cada uno de nosotros a que ordenemos nuestra vida y así demos frutos. La levadura no es más abundante que la masa, pero su poder transforma a toda la masa. Nosotros no somos más numerosos que los demás, pero somos enviados a los demás.
Ante nosotros esta nuestro encuentro, en el que veremos a tantos hermanos y hermanas. Compartiremos nuestras experiencias. Oraremos y celebraremos la Eucaristía juntos. Ese encuentro con Jesús Resucitado está justamente en esas fuentes. Mientras le escuchamos, mientras parte el pan de su cuerpo, se nos abren los ojos. Este tiempo es para que todo ciego vea. Este tiempo es en el que todo paralítico tiene la oportunidad de andar y sanar completamente.
Me alegra siempre cuando la Iglesia, a través de sus testigos, quiere examinar y ver los frutos de Medjugorje. En este tiempo de Pascua tenemos la obligación de examinarnos a nosotros mismos, nuestros frutos, nuestro corazón abierto, nuestra humildad y perseverancia. No persiguen a la Virgen los que buscan frutos, sino los que dicen que han aceptado Medjugorje, y no traen ningún fruto. Nuestras palabras vacías son el humo que disipa el viento. A lo largo de veintiocho años la Virgen nos enseña cómo vivir los mensajes. No tomemos de manera superficial aquello a lo que estamos llamados. Aceptemos con amor el camino al que estamos llamados.
Que esta Pascua sea un nuevo comienzo nuestro. Igual que en la naturaleza. Todo lo vivo brota, reverdece, crece, florece y da frutos. Esta es nuestra primavera. Si cada árbol reverdece, y tú permaneces dormido, ¿de qué te sirve? Este tiempo es el tiempo de nuestro gran despertar, de nuestro crecimiento, de nuestra responsabilidad.
Mientras estoy pensando en todo lo que podemos hacer por la Virgen y sus planes, con amor pienso en vosotros a los que ha escogido. Oro por vosotros para que perseveréis. Oro por vosotros para que vuestros sufrimientos, sacrificios y oraciones pongáis en sus planes e intenciones.
Que os aliente y os colme con su gracia el Salvador Resucitado, que nos dice:
“¡No tengáis miedo, yo soy! Mi paz os dejo, mi paz os doy!”.
Salvador Resucitado, igual que alentaste y confirmaste en la fe a tus apóstoles, ¡sé misericordioso con nosotros para que seamos unos testigos fieles!
Os saludo a todos cordialmente y orando, y os deseo a todos una Feliz Pascua.
Fray Jozo
Notícia extraida de la página web www.vamosamedjugorje.com.ar