Llevo varios días queriendo escribir una breve crónica sobre mi visita a este pueblecito de nombre impronunciable que tanto me recuerda al impronunciable nombre de Medjugorje. Me voy a extender en un par de capítulos o tres, tal vez más, porque la presencia de María en él me ha recordado la fortísima presencia de María en Medjugorje.
Oziornoye no es un lugar de apariciones marianas, pero sí de milagros, de signos que llevan impresa la firma de Dios sin que ningún hombre la pueda suplantar.
Para empezar a hablar de Oziornoye hay que hablar de la inmensidad llena de nada en medio de la que se encuentra: la estapa kazaja. Y es que Oziornoye es un pequeño pueblecito fundado en 1936 por los polacos que fueron deportados allí por aquellos comunistas que decidieron utilizar Kazajstán como basurero humano donde tirar a toda persona que no les sirviese para nada o que les molestase.
El primer milagro de Oziornoye es la supervivencia de la población. La estepa kazaja es una inmensidad tan grande como Europa en la que la vida es muy difícil. Para empezar, por los extremos climas que soporta en invierno y en verano. Segundo, por la dificultad que presenta su entorno para cultivar nada. Las fuertes nevadas de invierno convierten el suelo en un patatal a partir de abril, que hace impracticable el suelo hasta bien entrado el verano, formando neveros, lagunas y barrizales difíciles de distinguir en un terreno tan grande como España, Polonia y Francia unidas por charcos más o menos grandes.
Es precisamente de uno de estos charcos o lagunas pequeñas, de donde parte el primer milagro. Y eso es lo que quiere decir Oziornoye: el pueblo de la laguna. ¿De qué Laguna? De una que aparece en primavera bajo un nevero gigante, que llega a cubrir cuatro metros de profundidad a finales de marzo y que desaparece absolutamente, sin que quede nada de agua, al acabar el verano. Solo un signo, una señal humana, te hace pensar que ese cuenco seco –que yo conocí con un poco de agua-, es en ocasiones, profundo como un pozo natural en medio de la nada.
Pero como es lógico, en esos charcos temporales, llenos de lodo y agua estancada, la vida no surge, no progresa, no perdura.
Sin embargo, una imagen de la Virgen en lo alto de un poste de metal -el signo humano del que hablaba-, lo suficientemente alto para que el agua del invierno no la tape, señala la laguna cercana a Oziornoye en la que, aquel invierno de 1937 -el primero de los deportado polacos en el que murieron millares de ellos-, vieron los lugareños, polacos católicos que rezaban a nuestra Madre, como desde lejos, saltaban cientos de peces enormes como perros.
Efectivamente, en esa laguna hubo una tercera pesca milagrosa no descrita en el Evangelio, ocurrida en los años 30, que dio de comer a todos los hambriento polacos durante un durísimo invierno kazajo, lo que les dio un verano más de tiempo para asentarse y sobrevivir hasta nuestros días, en esa maravilla en medio de la nada que es Oziornoye, donde no llegan las carreteras, donde la población se aísla absolutamente durante cuatro mese al año, donde no hay alumbrado urbano ni calles asfaltadas, y donde unos cuatrocientos hijos y nietos de deportados polacos honran a la Virgen de los Peces, y guardan en el corazón de su pueblo un misterio no revelado que une el cielo con la tierra y hermana el impronunciable pueblo kazajo de Oziornoye con el impronunciable pueblo herzegovino de Medjugorje. Os seguiré contando.
Jesús García. Periodista.