Los vuelos a Bosnia no son nada fáciles. Hay que hacer escalas, precios caros… Así que para llegar a este país que suena a conflictos balcánicos, tengo que hacer escala en Amsterdam. Viajar a Zagreb. Y cinco horas hasta mi destino: un pequeño pueblo en la frontera entre Bosnia y Croacia: Medjugorje.
La zona no tiene nada de especial. Es un auténtico secarral. Pero es que en este pueblo dejado de la mano de Dios -o no-, hay un hombre que dice que ve a la Virgen María a las seis menos veinte, todos los días, desde hace cuarenta años.
No es el único, ya que hay cinco videntes más… pero la historia más pura de estas ‘apariciones’ ha sido contada en otros lugares.
El caso es que voy a pasar una semana en este lugar. Un lugar del que siempre he oído hablar de la misma forma: es un sitio especial donde ocurren cosas especiales.
Si buscas en Google «Medjugorje«, probablemente te aparezca una buena retahíla de testimonios de personas que dicen haberse convertido en este lugar y será muy común ver la palabra «milagro».
¿Aparecerá la Virgen?
Por tanto yo, como no podía ser de otra manera, me encuentro nervioso. Nunca he presenciado un milagro ni he tenido ninguna relación con nada sobrenatural.
Pero es que además mi fe siempre tiene hambre de poder recibir nuevas experiencias que corroboren mis creencias. Y saber que vas a presenciar una aparición de la Madre de Dios, de mi Madre en el cielo… pues siempre es una noticia sorprendente.
La Iglesia todavía no se ha pronunciado sobre este fenómeno. Las apariciones no han sido aprobadas pero el Vaticano ya ha mandado a un equipo para analizar la situación.
Durante esta semana he podido observar todo desde una perspectiva bastante extraña. Medjugorje no suele estar tan vacío -cosas de las pandemias- y el objetivo de mi viaje no es una peregrinación.
Así que tengo mis ojos prácticamente al cien por cien para ver, el corazón dispuesto, y un Medjugorje prácticamente ‘desnudo’, sin demasiadas distracciones.
He subido al Monte de las Apariciones. Y he rezado más rosarios que en mi vida. También he contemplado este valle de Bosnia desde lo alto del Monte Kryzewac, he asistido a la ya más que tradicional rosario-misa-adoración y he podido estar presente en dos apariciones marianas.
Mi corazón abierto -y también mi cerebro- no han parado de recibir información muy interesante durante los siete días que he pasado aquí.
Me he acordado mucho de mi familia y de mis amigos, también de los que ya no están. He hecho las tradicionales compritas de rosarios y he tenido una más que buena relación con las pivo (cerveza en croata).
El rayo que me traspasó
Y a la vuelta de todo este viaje tan apasionante, donde he rezado tanto, donde he conocido a tanta gente y he visto tantas cosas nuevas… resulta que no siento nada extraordinario.
Haciendo un resumen de esta experiencia me doy cuenta de que no he sentido nada fuera de lo normal. Ha sido bien parecido a otras visitas como Fátima, Lourdes o el Santuario de la Misericordia en Polonia.
De hecho, he tenido otras experiencias mucho más gratificantes en cuanto a la fe se refiere. No me ha traspasado un rayo, no vuelvo reconvertido -lo cual siempre viene bien-, no he visto a la Virgen, ni he olido las rosas ni he visto el sol moverse.
Y después de pensarlo mucho y llevarlo a la oración, he decidido dar las gracias porque haya sido así.
Esta experiencia y poder compartirla contigo me ha dado la oportunidad de hacer una reflexión importante, al menos para mi fe: que puede ser que vayas a Medjugorje… y no sientas nada. Y está bien. No pasa nada. Porque en la fe, resulta que no todo se trata de sentir.
Durante la aparición mariana estaba deseando poder recibir algún tipo de mensaje de María. Algo, lo que fuera. Un poco de calor, o una emoción… Pero resulta que no sentí absolutamente nada.
Y resulta, que cada vez que acudo a la Eucaristía… tampoco tengo por qué sentir algo especial. Y es el mismo Dios el que se hace presente. Y el que comulga conmigo. No sé si puede haber algo más grande…
Una historia de conversión
Entonces, ¿qué pasa con Medjugorje? Si has llegado hasta aquí para que yo te lo diga -que no creo- pues decirte que espero no decepcionarte pero lamentablemente no lo sé.
Lo que sí sé es que a este lugar han acudido millones de personas en estos cuarenta años. Y que he visto con mis propios ojos a miles y miles de personas emocionadas en este lugar. He conocido personas a las que les ha cambiado la vida lo que pasa en este sitio.
Y eso, es precisamente el milagro.
En ese pueblo perdido de Bosnia pasa algo. Yo, en mi infinita incapacidad, no puedo afirmar o negar nada. Pero sí que puedo decir que el hecho de que mi experiencia no fuera la de una profunda conversión, no significa nada.
A veces somos como Herodes, que queremos que Dios o Jesús haga milagritos delante de nosotros, para tener la certeza y no la fe. Pero Él no es así.
Y otras veces somos como el hermano mayor de la parábola. Que también queremos que maten el ternero cebado para nosotros. Y vivimos en la casa del Padre y estamos siempre con Él… pero no nos conformamos.
Por eso la experiencia en Medjugorje ha sido preciosa para mí. Porque me llevo grandes lecciones.
Dios no es un mago caprichoso, no es como nosotros queremos que sea -es mucho mejor-, y nos da a cada uno lo que necesitamos. A mí, un gran viaje, unos grandes momentos de oración, una muy buena reflexión sobre la fe y este artículo.
Fuente: aleteia