Pierangelo Sequeri, martes 23 de mayo de 2017
Milagro o profecías, el “estilo católico” garantía para la fe.
El Krizevac, el monte de la Cruz en Medjugorje, en Bosnia (Ansa)
Verdaderamente el caso de las “apariciones marianas” arroja una luz particular sobre la transparencia del estilo católico, de cuya belleza podemos estar realmente orgullosos. Todos saben, hasta el papa Francisco lo ha confirmado al regresar de Fátima hablando de Medjugorje, que estos eventos –incluso si la Iglesia dedica algún tipo de reconocimiento que los acredite como auténtica experiencia de gracia que viene de Dios– no pertenecen a las revelaciones que fundan y vinculan la fe de los creyentes. Dicho de otra forma, no estamos obligados a creer, ni en el caso de autenticidad reconocida, como si la aceptación fuera esencial para la profesión de nuestra fe católica. Por esta razón no les es lícito a los creyentes tratar con superficialidad la eventualidad de esta gracia especial, junto con los frutos espirituales que se puedan otorgar por parte de la Iglesia y del mundo. En otras palabras, a nadie de la Iglesia se le permite despreciar el regalo que nos llega de lo alto a través de esta experiencia carismática de manifestación de la Madre de Dios.
En cualquier caso, debemos procurar que nuestra opinión personal no haga sombra a nuestra fe y a nuestra veneración a la Madre de Dios, que pertenece indudablemente al dogma de la fe que profesamos. Ni siquiera se debe herir la aceptación sincera del Magisterio de la Iglesia, cuando se insiste en el reconocimiento de un auténtico regalo de gracia que sostiene la devoción cristiana de los creyentes y la conversión evangélica de la vida. De esta apreciación acerca del carisma genuino y de los frutos espirituales que se derivan, es una parte esencial el rigor adecuado con el que el Magisterio de la Iglesia procede al discernimiento acerca de los hechos, las personas y los efectos. En el ámbito de la doctrina católica, ni siquiera se puede excluir, como todo el mundo sabe, la posibilidad de que un carisma ciertamente auténtico no siempre sea honrado de forma adecuada y coherente por parte del que lo recibe. El apóstol san Pablo es clarísimo en este punto. Por tanto, el discernimiento comporta la posibilidad de un juicio muy diferenciado, como también la recomendación de ulteriores verificaciones.
La seriedad de este compromiso, que está encomendado a la responsabilidad del Magisterio oficial de la Iglesia, es ciertamente un rasgo brillante de su ejercicio, que se puede apreciar en los creyentes y también en los no creyentes. Su finalidad, de hecho, es la de custodiar la integridad de la fe y la verdad de la devoción, protegiendo al pueblo entero de Dios (y a todos los demás) de toda forma de credulidad, superstición, manipulación e instrumentalización del sentimiento religioso. Del resto, la prudencia sabia de la Iglesia, en lo que se refiere a las apariciones, milagros, éxtasis y profecías, es la habitual. Ni un entusiasmo precipitado de alabanza, ni tampoco una desconfianza racionalista preliminar, deben contaminar la honestidad intelectual del discernimiento eclesial: en interés de la auténtica fe. Hablaba, con respecto a este estilo católico del Magisterio, de una belleza de la que estar incluso orgulloso. En el momento preciso en el que la Iglesia ratifica que la aceptación de las revelaciones llamadas “privadas” no pertenece a la esencia de las revelaciones “públicas” que vinculan la fe, estas no escapan al discernimiento meticuloso de los hechos potencialmente carismáticos que acompañan la vitalidad espiritual.
De esta forma se protege la integridad de la fe de los excesos de sentimentalismo religioso, al igual que la protección contra los prejuicios del racionalismo irreligioso. Esta seriedad se honra y defiende, se sostiene y se ama: en primer lugar por todos los creyentes. El Magisterio eclesiástico que se ha comprometido, en la forma correcta y al más alto nivel, debe estar rodeado de gran respeto y gratitud. (Su competencia y su autoridad, en consideración, pertenecen ciertamente al dogma de fe). Cada uno puede entender que su proceso de discernimiento tiene derecho a estar protegido con toda la discreción necesaria. Para ser justamente “reservado”, sin embargo, este proceso no debe ser percibido como “clandestino”: como si se hubiera inspirado en movimientos oscuros y criterios inaccesibles. En su estilo simple y directo, el papa Francisco ha intentado disipar estas sombras y restituir al pueblo de Dios la percepción de esta transparencia. Por eso, ha considerado el hecho de que efectivamente ha recibido los resultados de la adecuada Comisión pontificia sobre Medjugorje, decidida por Benedicto XVI, los cuales están siendo examinados de cerca por la Congregación para la Doctrina de la Fe. (Y lo ha hecho –sin olvidarse– al término de una verdadera peregrinación mariana del Papa, donde ¡ha honrado y exaltado a la Virgen de las apariciones de Fátima!)”
Por tanto, el Papa ha confirmado, en términos coloquiales y por ahora –de forma personal– que el tema no está de ninguna manera desatendido, al más alto nivel magisterial. Ha indicado simplemente los datos relevantes que, según su percepción actual, orientan sus consideraciones: el origen carismático de esta devoción es ciertamente digno de estudio, la historia de su recepción e interpretación suscita una cierta perplejidad, los efectos de conversión y de vida cristiana que lo acompañan continuamente son un hecho que no puede negarse. Es, por tanto, un tema pastoral auténtico, que merece a partir de ahora la preocupación y el cuidado de la misma Sede Apostólica. El envío del Arzobispo Hoser, con este preciso mandato, ya tenía la confirmación por parte del resto acerca de esta evaluación.
La transparencia es, pues, valiosa en esta clave: y ciertamente no se puede poner en duda al Papa, que es el destinatario directo, ni a su derecho de comunicar, incluso de modo informal, su percepción de los elementos de interés que se han recogido en los actos de la Comisión presidida por el cardenal Ruini (que incluye cardenales y obispos, no solo teólogos y expertos). Es realmente comprensible que el pueblo de Dios y la opinión pública extraigan argumentos de esta sencilla comunicación para comprender mejor los términos de discernimiento que se siguen indicando como necesarios. Como ya se sabe, este Papa es el último que quiere meterse en esta confrontación. Sin olvidarse, no obstante, que no es competencia del Papa pronunciarse (en la forma y condiciones oficiales del Magisterio, que consideren relevantes) ni entrar en discusiones. Los mensajes de Medjugorje no tienen que decidirlos la autoridad del Magisterio de san Pedro, el cual confirma la fe y guía a la Iglesia: esta ya está a salvo del dogma católico, que se une al tratamiento de los católicos practicantes (se recomienda también mantener una actitud espiritual de simpatía y respeto que debe favorecer la aceptación compartida, en la paz y la caridad eclesial)
En primer lugar y por tanto, esta actitud se compartirá con aquellos que, adhiriéndose con fe sincera al misterio único y bendito de la Virgen María, estén listos para aceptar también los signos carismáticos de su amor, mediante el cual la Madre del Señor dirige, cada vez y siempre, nuestra devoción hacia la fe auténtica en el Hijo de Dios. No por la curiosidad de los secretos y mensajes – aunque tampoco decisivo para la fe cristiana en el misterio de María– que deberían hacer más excitante y espectacular la devoción. Sino únicamente por la conversión de nuestra vida al amor de Dios y por el gozo de cada regalo recibido para su provecho (1 Cor 12, 7)
Fuente: https://www.avvenire.it/opinioni/pagine/trasparenza-e-discernimento-cos-la-chiesa-su-medjugorje
Ttaducción del italiano a cargo del equipo de www.virgendemedjugorje.org