Me había dicho a mí misma que no escribiría sobre esto, porque cualquier palabra se quedaría corta. Porque el lenguaje humano no alcanza a explicar con precisión lo que ocurre en ese lugar. Porque no basta con que te lo cuenten; hay que vivirlo.
Me había dicho a mí misma que no escribiría, pero va a ser que sí. Mi alma está revoloteando y no me deja dormir, pues me pide que encienda el ordenador y me las apañe como pueda para dar forma a esto que llevo dentro desde que volví de Medjugorje. Así que allá voy. Eso sí, insisto de nuevo: lo que voy a contar es solo la gota de todo un océano. Para comprenderlo bien hay que sumergirse en él.
Estrenando el mes de agosto, mi grupo y yo aterrizamos en Dubrovnik. No sé los demás, pero nada más poner un pie en aquel lugar yo ya me sentía diferente. ¿Diferente, cómo? No lo sé, diferente de mejor, diferente de tranquila, diferente de que los problemas se veían de lejos y no de cerca. Diferente ¨de esa manera¨.
Después de algo más de dos horas de trayecto en autobús llegamos a Medjugorje, ese lugar de nombre complicadito que significa ¨entre montañas¨. De camino hacia el hotel vi que de cada 4 tiendas que había, 3 estaban dedicadas a la venta de artículos religiosos de todo tipo. Esos comercios que algunos comparan a los de los mercaderes en el templo, ese ¨merchandising¨ que quiere sacar tajada del fenómeno Medjugorje, como algunos dicen. Pues gracias a aquellos mercaderes yo tengo ahora en mi habitación una figurita bellísima de la Virgen María junto a la cual estoy frecuentando el Rosario más que en toda mi vida, oigan. Bendito “merchandising”.
Día 2, día de la aparición de la Virgen a Mirjana, una de las videntes. Lo siento, pero no añadiré un ¨supuesta¨ delante de aparición. Sería contradecir todo lo que viví durante esa semana, todo lo que han vivido quienes me precedieron durante los últimos 30 años en su peregrinación a Medjugorje y todo lo que han testimoniado los videntes.
A las 6 de la mañana nos pusimos en camino hacia el Podbro, la colina de las apariciones. Muchos ya llevaban horas allí, cantando y rezando el Rosario mientras nacían los primeros albores del día. Nos unimos a los cantos y a la oración. Allí no había caras largas por el sueño, ni quejas ni bostezos: solo una plácida alegría y un sentimiento de unidad que difuminaba los límites de los idiomas y un italiano sonreía con complicidad a un español, o un francés ofrecía algo de desayuno a un coreano. Mirjana llegó sin hacer ruido, pero no por ello sin saludar a quienes querían hablarla, seguramente con una envidia sanísima hacia ella. La vidente rezó con nosotros un rato, hasta que dejó de hablar y dirigió su mirada al cielo con una sorpresa y una alegría dulcísimas. Yo jamás había visto un semblante como aquel. Entonces todos guardamos silencio, y desde nuestro lugar oramos a la Madre de Dios, la pedimos que nos bendijera, o simplemente tuvimos el alma callada, degustando Su presencia. Era un silencio bendito, precioso, celestial, irrompible. Irrompible hasta que un demonio, rabioso por la potente oración que estaba teniendo lugar allí, utilizando a una pobre muchacha a la que tenía poseída soltó al aire unos gritos de rechazo. Nos dejó sin aliento, a mí al menos lo hizo porque jamás le había visto manifestarse. No me giré a los lados con terror, no me puse a comentar con los de al lado. Lo que hice fue lo que todos hicimos: seguir rezando con todo el corazón. A pesar de lo extraordinario del suceso, amigos, allí no había morbo: allí había devoción.
Cuando terminó la aparición, y mientras sonaban cantos de agradecimiento a la Madre, vi bajo la sombra de un árbol, y acompañada por un sacerdote, a una chica agotada, cabizbaja y empapada de lo que solo podía ser agua bendita; era la que había sufrido la manifestación diabólica. Ella sería un caso de los 5 en total que yo presenciaría durante esa semana, buena parte de ellos ante Jesús Eucaristía en la Adoración (…) Una cosa que he aprendido en Medjugorje es que los demonios no soportan a la Virgen María y a Jesús. Lo que pasa en esta aldeíta no es teatro, no es exageración, sino la consecuencia de una verdad como una catedral: cuando se invoca fuerte, sincera y constantemente a la Virgen o al Señor, tal y como pasa en Medjugorje, estos se hacen presentes pero también lo hace el Maligno quien, si tiene poseída a alguna persona allí presente, no puede callar su horror ante lo sagrado. Personalmente, fue bastante doloroso ver las caras de sufrimiento de algunos de los poseídos. No sabría explicar el agotamiento espiritual y físico que mostraban los rostros de dos chicas tras manifestarse el demonio que les atenazaba. Pero verme con muchas personas rezando por ellas, cantando para ahuyentar al ¨patas¨ (que es como algunos le llamamos a veces al Demonio), y contemplar cómo aquellas pobres jóvenes se fundían en un abrazo con el sacerdote tras la (temporal) liberación, me hizo entender el inmenso poder de la oración. Si supiéramos cuánto mal está haciendo el Demonio en estos tiempos…¡qué poco tardaríamos en ponernos a rezar! Y si supiéramos lo que podemos lograr rezando…¡cuánto más rezaríamos!
Precisamente el poder de la oración fue el motor de los testimonios que escuchamos en Medjugorje. Como el de unos jóvenes que llegan a la comunidad del Cenáculo tras coquetear con la muerte consumiendo drogas o alcohol, tras haber pasado una estancia en la cárcel…En el Cenáculo se han desintoxicado mediante trabajo y oración. Sí, esas han sido sus únicas medicinas. Cuando les escuchábamos hablar, ninguno diríamos que hubieran tenido ese pasado infernal; irradiaban salud, alegría y paz. Y tan contagiosas, que con una bendita paciencia y ternura nos dejaron, uno a uno, darles un abrazo. Quién viera ese momento, ¡parecía un reencuentro entre hermanos!
O como Patrick y Nancy, el matrimonio más santo que he conocido jamás. Él era millonario, devoto del dios dinero, y nada le importaba que pudiera haber un Dios con mayúscula. Su vida amorosa transcurrió entre matrimonios que siempre acababan rotos, y de los cuatro hijos que tuvo uno se hizo drogadicto, otro alcohólico y otra, a temprana edad, ya cargaba con dos divorcios a sus espaldas. Cuando Patrick conoció a Nancy, no le importó que ella fuera católica. Pero él no contaba con que Dios tenía planes para su vida y los iba a realizar ipso facto: a través de la que se convirtió en su mujer, Patrick descubrió los mensajes de la Virgen de Medjugorje y tardó muy poco en enamorarse de lo que estos contenían. Así que, de la mano de Nancy, empezó a vivir esos mensajes, y uno de los requisitos era el rezo del Rosario, esa oración que no había pronunciado en su vida. Pero la Gospa dijo que la oración hace milagros, y su familia necesitaba uno bien grande…Así que empezaron a rezar, a frecuentar la Misa y la Confesión. Y como María no se equivoca, el milagro sucedió. Y tanto que sucedió: su hijo drogadicto se liberó de la droga, el hijo alcohólico abandonó la bebida y la hija que sufría las consecuencias de dos divorcios se casó con un maravilloso hombre de Dios.
Ellos han vivido el milagro de la oración. Y han conocido la voluntad de Dios para con sus vidas: vendieron todo lo que tenían y se mudaron a Medjugorje, donde construyeron un precioso castillo en el que reciben a los peregrinos y dan cobijo y alimento a los sacerdotes que lo necesitan; no os podéis imaginar CUÁNTO aman a los sacerdotes. “Ellos salvaron mi vida y mi familia”, dice Patrick.
Él nos cautivó con su profunda confianza en el Señor y su irresistible sentido del humor. Nancy es como un reflejo de la Virgen María: nos atravesó de dulzura y de amor con su mirada, y bastaron cuatro palabras suyas para que una amiga y yo pareciéramos un par de fuentes de agua salada. Amor y gratitud que hacen llorar.
Y hubo más lágrimas. Serenas, que sanan, que renuevan. Lágrimas en la Eucaristía, redescubriendo un gozo que siempre estuvo presente pero que vivido con hermanos de todo el mundo, compartiendo cantos, oraciones y esperando a recibir el bendito cuerpo de Jesús de manos de los cientos de sacerdotes allí presentes, se crece, se enerva, estalla.
Lágrimas en la Adoración, donde 80.000 personas, en silencio o cantando, miramos, hablamos y amamos cara a cara a Cristo. Lágrimas con el Rosario en la mano, rezándolo todos a la vez en 70 idiomas distintos, diciendo todos lo mismo: te amamos y confiamos en ti, María. O te queremos amar más y queremos confiar más en ti, María. Daba igual el “grado” de fe de los presentes, el caso es que todos nos abandonamos en Ella.
Y hablando de la gente…¡qué gente! Me pasó en Medjugorje lo que nunca antes: iba por la calle y no había persona que no vistiera una bonita sonrisa. Y que la regalara a los demás. Pero no solo regalaban sonrisas, no; que de repente alguien te tendía la mano con una pulsera-rosario para ti. Así, porque sí.
Mi grupo estaba formado de personas maravillosas con historias maravillosas. Y “maravilloso” no quita de doloroso, de difícil. Tampoco de admirable, de sorprendente. Como la de un chico que estuvo consumiendo droga en el pasado y, ya en proceso de recuperarse, amaba a su familia y nos amaba a nosotros sin escatimar en detalles. Este chico planea hacer una visita al Cenáculo para vivir con quienes conocen de primera mano lo que él ha vivido.
O la de otro joven cuyo plan inicial era hacer un crucero con su familia y parar un par de días a Medjugorje, que nos sorprendió a todos cuando al tercer día le dijo a sus padres: “seguid sin mí, aquí me quedo”. Ahí que se quedó; y tuvo su conversión. De cero a cien en siete días, y ese fuego que ha nacido en él no ha hecho más que empezar.
Conversión, una palabra imposible de desligar a Medjugorje. Solo en mi grupo de jóvenes hubo tres; a nivel global, ni me imagino cuántas habría. ¿Que por qué? Hay que venir para comprobarlo.
Han sido regalos de la Virgen todas estas vivencias de Medjugorje. Y uno que siempre rondaba en el aire, un regalo apreciadísimo, necesario como el respirar y que si estás alejado de Dios cuesta encontrar: la paz. En este lugar era algo constante, la paz. Como aquella que sentí agarrada al Cristo resucitado, una escultura de la que salen gotitas de un líquido identificado como agua humana, de cuyo origen nadie ha logrado saber nada por mucho que intentaran desmantelar el supuesto truco escrutando el interior de la escultura, y que han curado a personas enfermas. Paz también en misa, paz en la Adoración, paz rezando el Rosario, paz escuchando los testimonios, y paz sin escuchar nada. Continuamente, incesante, imparable e indescriptible (por mucho que la intente describir en estas líneas) paz.
Y todos estos regalos, unidos a un redescubrimiento de cuánto nos ama María (tanto, dice ella, que si lo supiéramos lloraríamos de alegría), me los he traído de vuelta a casa. Que de eso se trata. Aunque no quita que la vuelta al mundo sea dificilita, pues como magistralmente describió un compañero de mi grupo, Medjugorje es el monte Tabor en el que los discípulos exclamaron: ¡Maestro, qué bien se está aquí! Pero Jesús les mandó de nuevo a tierra firme, a seguir dando testimonio de la Verdad. La subida al Tabor era necesaria para recargar las pilas de la fe; de igual modo lo es Medjugorje.
Por lo que a mí respecta, la Iglesia va a dar pronto un comunicado sobre Medjugorje. Veo venir lo siguiente: se aceptarán las gracias que allí se dan (conversiones, curaciones…) pero no las apariciones. Tal y como ocurrió en su día en Fátima o Lourdes, hoy lugares marianos reconocidos, y tal y como les ocurrió a, por ejemplo, Teresa de Jesús o el padre Pío de Pieltrecina, que vivieron momentos de rechazo y negación y que hoy son grandes santos reconocidos por la Iglesia. Por eso estoy tranquila.
Y a quienes tal comunicado les quite las ganas de ir a Medjugorje, les digo las palabras que el Señor dijo una vez: “venid y veréis”.
Ay, Mamá, la estás liando parda en ese pueblito de Bosnia… y ¡bendito lío!
Fuente: www.religionenlibertad.com