«Queridos hijos, abrid vuestros corazones y tratad de sentir cuánto os amo y cuánto deseo que améis a mi Hijo. Deseo que lo conozcáis lo más posible, porque es imposible conocerlo y no amarlo, porque Él es amor. Hijos míos, yo os conozco. Conozco vuestros dolores y vuestros sufrimientos porque los he vivido. Me río con vosotros en vuestras alegrías. Lloro con vosotros en vuestros dolores. Nunca os abandonaré. Siempre os hablaré maternal y dulcemente. Y yo como Madre, necesito vuestros corazones abiertos, para que con sabiduría y sencillez difundáis el amor de mi Hijo. Os necesito abiertos y sensibles al bien y a la misericordia. Os necesito unidos a mi Hijo, porque deseo que seáis felices y me ayudéis a llevar la felicidad a todos mis hijos. Apóstoles míos, os necesito para que a todos les enseñéis la verdad de Dios, a fin de que mi Corazón, que ha sufrido y también hoy padece tanto sufrimiento, pueda triunfar en el amor. Orad por la santidad de vuestros pastores, para que en nombre de mi Hijo puedan hacer milagros, porque la santidad hace milagros. ¡Os doy las gracias!»
Una vez más, la Virgen María se acerca a nosotros con una gran delicadeza y gracia, que es más propia de alguien de la nobleza, que de una campesina, como lo fue en su vida terrena. ¡Y no es para menos, ya que ella es la Reina de la Paz, quien transmite esa misma nobleza, amabilidad, y realeza a quienes la contemplan para imitar sus virtudes e incorporan a la propia vida la enseñanza que nos brinda a través de sus mensajes!
Ella misma reafirma esta actitud, cuando nos dice: “Siempre les hablaré maternal y dulcemente” Y aun quienes no han tenido una gran formación intelectual, al acercarse a Maria, son transformados en sus actitudes desde el interior.
De esta manera ella nos enseña como mirar a quienes están a nuestro lado y a quienes encontramos circunstancialmente en el camino de la vida, ella nos enseña a tratarnos entre nosotros, cada día un poco mejor.
A la luz de este mensaje puedo preguntarme: ¿Cómo es mi modo de mirar, hablar y tratar a cada uno de los miembros de mi familia, a mis vecinos, con quienes comparto las actividades de la parroquia, del grupo de oración, con mis compañeros de estudio o de trabajo, a quienes encuentro de manera imprevisible en algunos momentos?
El camino no es fácil; necesitamos ser reeducados por el Espíritu Santo, quien quiere cambiar nuestro modo de mirarnos, de hablarnos, de tratarnos, con el poder de la caridad que de él procede, y que nos llevará a ser más compasivos, comprensivos, pacientes y misericordiosos, los unos con los otros.
En otro momento la Reina de la Paz parece querer prepáranos para vivir de manera anticipada el año de la Misericordia, a la cual nos llama el Espíritu Santo por medio del Papa Francisco, ya que ella nos recuerda: “los necesito abiertos y sensibles al bien y a la misericordia.”
Esto solo podemos lograrlo, no por medio de una imitación exterior, sino siguiendo su consejo de anhelar y esforzarnos para abrir, un poco más cada día, el propio corazón, tratando de sentir y gustar cuánto nos ama, y como con la fuerza de su amor nos impulsa para amar a su Hijo, cada día un poco más, y cada vez de un modo mejor.
Pero como no se puede amar lo que no se conoce, entonces Ella nos manifiesta su deseo que lo conozcamos lo más posible. Y enfatiza el hecho indudable de que es imposible conocerlo y no amarlo, ya que Él es amor.
En un segundo momento del mensaje, la Reina de la Paz, nos manifiesta su empatía, lo cual consiste en la capacidad de percibir, lo que otro individuo puede sentir, su capacidad para comprender y compartir nuestros dolores, lágrimas y sufrimientos, así como también nuestras satisfacciones, risas y alegrías.
Es lo que san Pablo expresa cuando en la carta a los Romanos 12:15, él exhorta: “Alégrense con los que están alegres, lloren con los que lloran.” Lo cual es clave para la misión evangelizadora que todos nosotros, laicos, sacerdotes, obispos y consagrados/as, estamos llamados a realizar.
Este llamado a evangelizar que nos hace a todos, queda confirmado, cuando nos llama “Apóstoles míos”, y luego agrega: “les necesito para que a todos les enseñen la verdad de Dios…”
En este camino de evangelizadores, podemos mantener la confianza y la serenidad que Ella nos brinda, cuando nos promete: “Nunca los abandonaré”.
Finalmente, no dejemos de orar por la santidad de los pastores: el Papa, los Obispos, sacerdotes, para que en el Nombre de su Hijo, Dios pueda hacer milagros por intermedio de ellos. Que así sea.
P. Gustavo E. Jamut
Oblato de la Virgen María