“¡Queridos hijos!, de modo especial hoy os invito a la oración. Orad, hijos míos, para que comprendáis quiénes sois y a dónde debéis ir. Sed portadores de la Buena Nueva y gente de esperanza. Sed amor para todos aquellos que están sin amor. Hijos míos, podréis ser y realizar todo solamente si oráis y estáis abiertos a la voluntad de Dios, a Dios que desea conduciros a la vida eterna. Yo estoy con vosotros e intercedo día tras día por vosotros ante mi Hijo Jesús. Gracias por haber respondido a mi llamada”
“Sabéis, en efecto, las instrucciones que os dimos de parte del Señor Jesús. Porque esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación; que os alejéis de la fornicación, que cada uno de vosotros sepa poseer su cuerpo con santidad y honor, y no dominado por la pasión como hacen los gentiles que no conocen a Dios” (1Tes. 4,2-5). No podemos comportarnos como si no conociéramos a Dios, como si no se nos hubiera revelado su amor inefable. Si no actuamos conforme a su voluntad es porque no lo hemos conocido interiormente. Nos llamamos o no cristianos pero la palabra no cambia la cosa: no hemos descubierto la alegría del amor de Dios. No hemos descubierto a Dios porque no amamos, no buscamos nuestra santidad por encima de todo. Nos dejamos dominar por las pasiones y hasta inventamos ídolos. Somos especialistas en ocultar a Dios. Más adelante nos recuerda san Pablo: “Acerca del amor fraterno, no es necesario que les escriba, porque Dios mismo les ha enseñado a amarse los unos a los otros, y así lo están haciendo con todos los hermanos de Macedonia. Pero yo los exhorto, hermanos, a hacer mayores progresos todavía. Que sea cuestión de honor para ustedes vivir en paz, cumpliendo cada uno sus obligaciones y trabajando con sus manos, de acuerdo con mis directivas. Así llevarán una vida digna a la vista de los paganos y no les faltará nada” (1Tes. 4, 9-12). Existe una conexión entre el amor del que habla san Pablo y el progreso en el que insiste. Si el amor no progresa, no se da incansablemente, es que, en realidad, no es amor. Como nos dirá la santa: “Amor saca amor” (Santa Teresa de Jesús) o también de modo similar dice otro santo, “en el camino del amor divino nunca se puede decir «Basta»” (san Pío de Pietrelcina). El amor siempre pide más y del amor se obtienen más fuerzas para amar. Siguiendo con el pensamiento de la santa: “Con la fuerza del amor, el alma siente poco cuanto hace y ve claro que no hacían mucho los mártires en los tormentos que padecían porque, con esta ayuda de parte de nuestro Señor, es fácil” (Santa Teresa de Jesús). En definitiva, el amor todo lo puede, todo lo alcanza porque es de Dios y Dios es amor. Tenemos que romper la dinámica de muerte instalada en nuestro mundo, una dinámica que nos lleva a no amar, a ser egoístas, a volver mal por mal. Romper eso significa empezar a amar. Ese es el ejemplo que nos dan los cristianos perseguidos de tantos países que rezan por la conversión de quienes les persiguen i matan pero que no generan más odio y muerte. Pudiendo vengar tanta muerte injusta optan por el amor, por la oración. Los cristianos perseguidos optan por la oración. ¡Qué gran ejemplo! Como dijo acertadamente el papa Francisco (30 de junio del 2014): “Hoy en día hay tantos mártires en la Iglesia, muchos cristianos son perseguidos. Pensemos en el Medio Oriente, los cristianos que deben huir de las persecuciones, los cristianos asesinados por sus perseguidores. También los cristianos expulsados de manera elegante, con guantes blancos: esta también es una persecución. Hoy en día hay más testigos, más mártires en la Iglesia que en los primeros siglos”. Frente a todo eso nuestra respuesta debe ser rezar y amar. Sin duda eso es ser testigos, anunciar la Buena Nueva con las palabras, con las acciones, con toda la vida. Debemos convertirnos, buscar la santidad, vivir de Dios y con Dios. Estamos llamados a ser como Él y a estar con Él. “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre” (Jn. 14, 6-7a).
“Eleven constantemente toda clase de oraciones y súplicas, animados por el Espíritu. Dedíquense con perseverancia incansable a interceder por todos los hermanos, y también por mí, a fin de que encuentre palabras adecuadas para anunciar resueltamente el misterio del Evangelio, del cual yo soy embajador en medio de mis cadenas. ¡Así podré hablar libremente de él, como debo hacerlo!” (Ef. 6, 18-20). La oración permite que, aun encadenados, nos sintamos libres, aun despreciados, nos sintamos amados, aun mudos, encontremos las palabras. La insistencia en la oración no es vana. Rezar es una forma de amar. Rezar es amar a Dios y la posibilidad de amar en profundidad al hermano. Precisamente el servicio del cristiano debe estar imbuido de oración. No podemos conformarnos con poco. La oración nos ayuda a entender la dignidad que tenemos a causa de nuestro bautismo y nos ayuda a descubrir cuál es la voluntad de Dios sobre nuestras vidas. Sin oración estamos perdidos. “Conformarse con la voluntad de Dios es la oración más hermosa del alma cristiana” (San Alfonso María de Ligorio).
¡Que la Gospa nos ayude a comprender y a vivir su mensaje de vida!