Lunes 25 de agosto. Tras 16 días encerrada en un barracón del campamento de la muerte, la hermana Paciencia sale a la calle ondeando el documento que certifica que está limpia de ébola.
-¡Estoy curada! ¡Estoy curada! -pregona triunfante la misionera.
Parece un milagro. Paciencia Melgar Ronda, 47 años, estaba prácticamente desahuciada. Eso al menos se temió el padre Miguel Pajares cuando tuvo que dejarla atrás, en Liberia, enferma de ébola, mientras él era trasladado a España. Hasta el último momento estuvo Pajares pidiendo sin éxito que la trajeran también a Madrid. Sin embargo, la guineana ha vencido en las peores condiciones al virus que doblegó al padre Miguel. Y salta de alegría mientras sujeta el documento que la declara libre de ébola. El padre Miguel fallecióhace 15 días.
Estaba tan contenta Paciencia a la salida del centro donde ha estado internada que ni se daba de que la bata marrón se le pegaba como una malla al cuerpo. La llevaba empapada de lejía y cloro. «Me rociaron varias veces con desinfectantes, me dieron la ropa y me dijeron que me fuera de allí. Salí corriendo». Sin mirar atrás. Con un rosario de la Virgen de Medjugorje entre las manos. Dejaba a su espalda el infierno, pero no las pesadillas. «Son tantas las cosas malas que he vivido en aquel barracón, que por las noches no puedo dormir», asegura.
La religiosa habla de Elwa, un lugar al que llaman hospital, en el extrarradio de Monrovia, adonde llevan a los desahuciados del ébola. La mayor parte de los que allí entran sale en bolsas de plástico camino de las fosas o son incinerados. Allí hubiera acabado el padre Miguel de no haber sido evacuado a España.
El relato que hace Paciencia Melgar Ronda de lo que sucede dentro de las cuatro paredes estremece:
-Teníamos un solo baño para todos [59 infectados] y casi siempre estaba atascado y devolvía las aguas fecales. Había que vomitar en cubos de plástico que nos daban a cada uno. No había forma de asearse. No teníamos ventanas y el aire apestaba. Era horroroso. Con frecuencia la gente usaba los cubos para hacer en ellos sus necesidades y recoger las goteras que caían del techo cuando llovía…
El techo al que se refiere no es más que una simple lámina de zinc que retumba al caer el agua en esta época de lluvias, haciendo imposible conciliar el sueño.
El martes, apenas 24 horas después de su salida del campamento de la muerte (así llaman los nativos al hospital público de Elwa donde permaneció desde el 9 al 25 de agosto), Paciencia atendía en exclusiva a Crónica. Vive en una casita pulcra destinada al personal sanitario del St. Joseph Hospital -ahora cerrado por ébola-, donde la misionera y Pajares trabajaban como enfermeros, mano a mano con Chantal, encargada de la botica. Chantal, a quien el sacerdote también quiso subir al avión rumbo a España, falleció el pasado 9 de agosto, víctima del virus.
El refugio de Paciencia es un hogar sencillo, humilde, de paredes blancas y puertas granate. Adornando el pequeño salón, donde luce un tresillo negro y una mesa marrón, un cuadro en el suelo con la imagen del futbolista del Real Madrid Xabi Alonso, de paisano. Y en su camiseta una leyenda: «Mujeres por África». Paciencia necesita tiempo. Se resiste a recordar. «Por las noches me vienen a la cabeza unas imágenes espantosas de aquel lugar», confiesa al otro lado del teléfono.
Supo del fallecimiento del padre Miguel en el barracón de Elwa, tumbada en un catre, más flaca y con la fiebre que no le bajaba. El óbito del sacerdote español (12 de agosto) tras ser repatriado a España, un dios entre los más pobres de Liberia, corrió como la pólvora por las ciudades y aldeas del país africano. «Creo que su muerte me dio aún más valor para no hundirme en la enfermedad, como si desde el cielo él estuviera dándome la fuerza que yo necesitaba para renacer».
Y lo ha logrado sin el suero milagroso que se administró al sacerdote. Fe y paracetamol han sido sus únicos remedios. Pajares, sin embargo, fue la tercera persona en el mundo en tomar el ZMapp, tras el médico Kent Brantly y la enfermera Nancy Writebol, ambos estadounidenses, infectados precisamente en Elwa, y ambos curados.
Con Miguel no pudo ser. Quizás por la edad, 75 años, o porque al ébola se sumaron los males de su corazón. O porque sus defensas ya estaban demasiado tocadas cuando llegó a Madrid. O tal vez fue el designio sobrenatural del que hablan los católicos. A él se aferra Paciencia con júbilo.
Sólo uno de cada diez
La mujer por la que Pajares se vino llorando a España, creyendo que la dejaba en manos de la muerte, hoy levanta los brazos al cielo y da gracias: «El Señor me ha rescatado del infierno, me ha dado otra oportunidad de estar entre los vivos. Es un milagro». Sí. Los que sobreviven al ébola bien atendidos en occidente rozan el 40%. En Liberia, el 10%, uno de cada 10. Y entre los elegidos, Paciencia, tal y como acredita el documento que le han dado en Elwa, y en el que se lee: «Este documento certifica que la hermana Paciencia Ronda ha superado con éxito los cuidados y tratamientos relacionados con el virus de la enfermedad (…) A. Declarada libre de cualquier signo clínico y síntomas de ébola, por examen médico. B. Confirmado negativo en análisis en laboratorio». El certificado está fechado el 25 de agosto y lo firma el doctor Jerry F. Brown, con el número de licencia 507.
–Todos los días se llevaban cadáveres, los tenía a mi lado, en los colchones -prosigue Paciencia, enfermera además de religiosa. Se iba uno y llegaba otro enfermo, extenuado, y se acostaba en la misma cama del muerto. A veces nos separaban con biombos.
Y en aquel suelo de sombras esqueléticas, los gemidos de dolor y sed. «Muchos suplicaban agua para aplacar la deshidratación de la fiebre. Yo también. Me daban medio litro al día, pero yo sacaba fuerzas y protestaba y conseguía que me dieran algo más de líquido».
-¿Qué le daban de comida?
–Alitas de pollo y arroz, a veces alguna verdura -concluye la hermana de la Inmaculada Concepción.
-¿Sabe su familia que está viva?
-No, aún no he podido hablar con nadie, las comunicaciones con Annobón son muy malas.
Annobón es la isla donde nació. Un paraíso anclado en Guinea Ecuatorial que abandonó hace 11 para dedicarse en cuerpo y alma a las misiones. Vocación que le llevaría a pasar con Miguel Pajares los siete años que él permaneció como capellán y sanitario en el St. Joseph de Monrovia. «Él era el padre para todos nosotros», dice.
Un apunte curioso de la biografía de la religiosa es que es trilliza. Cuando su madre, Milagrosa -fallecida hace un año- dio a luz, decidió ponerle a cada hijo un nombre que recordara la historia de aquel extraordinario embarazo. Llamó Milagrosa al primer bebé que sacó la cabeza, una niña; al segundo, Diosdado, porque entendía que tener un varón era un regalo de Dios; y al último, nuestra protagonista, Paciencia, por el tiempo que tuvo que esperar para que la niña asomara por fin la cara. «He sido siempre muy risueña, positiva, con mucha voluntad. Aprendí del padre Miguel que nada es imposible», dice la que llaman misionera de la alegría. Y como tal posa para las fotos, contenta a pesar de lo vivido. «Necesito descansar, pensar y ordenar mi cabeza antes de salir ahí afuera y enfrentarme de nuevo con tanta injusticia, con tanta miseria». Se queda corta.
Crónica ha intentado entrar en Elwa y retratar el horror que refiere Paciencia. Ha sido imposible. Nadie cruza sus puertas sin que la policía o el ejército le registre. Ni siquiera pasa un móvil. No quieren imágenes de lo que se esconde tras aquellos muros. Pero las historias que narran quienes lo han pisado son estremecedoras. Como las que cuenta un español, cabeza de un grupo de laicos anónimos. Pide que no demos su nombre ni su profesión. En una de sus visitas, hace dos semanas, encontró una familia separada del resto. La madre, con ébola, falleció primero. «Entonces decidieron poner a sus dos hijos con su padre y otros infectados. Al día siguiente, el padre fue al baño, sufrió un colapso y murió allí mismo. Tras una hora, uno de los niños, muy enfermo, al ver que su padre no volvía, fue en su busca. Avisó a su hermano y los dos se abrazaron entre llantos al cadáver, dentro de un baño que llevaba días sin ser limpiado ni desatrancado, lleno de heces y vómitos.Los dos huérfanos se pasaron abrazos y sollozando 24 horas hasta que alguien entró a recoger el cuerpo».
-Lo que cuenta supera la película más cruel…
-Es un alojamiento para futuros muertos. Los enfermos se desangran sin recibir las transfusiones que necesitan.
-¿Cómo dice?
-Tienen que pasar por caja si quieren seguir viviendo. Esa sangre vale mucho dinero, entre 150 y 200 dólares, más de dos meses de sueldo.
[Con ayuda de familiares y amigos, este español ha recaudado 75.000 euros, que han permitido que 23 de los 59 enfermos de Elwa hayan sido transfundidos].
-Llevamos comida, ropa, bebidas, medicamentos… Pero para que se lo den a los enfermos hay que pagar sobornos a gente de aduanas, policías, funcionarios… Se quedan con el 70%. Es inhumano.
Ocurre en un país presidido por una Nobel de la Paz 2011, la economista Ellen Johnson-Sirlef, de 75 años y licenciada por Harvard. La receta para sacar adelante a los infectados, además del barracón de Elwa, consiste en hacinarlos en un suburbio llamado West Point, a las afueras de Monrovia. Allí esperan el final de sus días 75.000 personas.
Paciencia estará con ellos. Se queda. Inmune al ébola (el riesgo de que se infecte de nuevo es prácticamente cero), ha decidido visitar a los enfermos de su barracón y llevarles personalmente su medicina: el mensaje de Miguel y el rosario de la Virgen de Medjugorje. Es su receta. El milagro de Paciencia.
Los que han estado a su lado dan fe de ello.
Fuente: www.elmundo.es