“Queridos hijos, orad por mis intenciones, porque Satanás quiere destruir mi plan que tengo aquí y robaros la paz. Por eso, hijos míos, orad, orad, orad para que Dios, a través de cada uno de vosotros, pueda actuar. Que vuestros corazones estén abiertos a la voluntad de Dios. Yo os amo y os bendigo con mi bendición maternal. ¡Gracias por haber respondido a mi llamada!”
“Pero ¡ay de vosotros los ricos! Porque ya habéis recibido vuestro consuelo” (Lc. 6, 25). El Señor quiere que nos desprendamos de todo para que Él pueda ser el todo de nuestra vida. Ni el dinero, ni las cosas materiales, ni las vanas satisfacciones sensuales, ni los elogios personales. Él nos quiere despojados de todo. Quiere que nuestro abandono sea total. Únicamente de esta forma el Señor puede actuar en nuestras vidas: si nos abandonamos confiadamente a su amor misericordioso. Él, que nos ha hecho por amor, que nos conserva la vida por amor, que nos muestra su providencia por amor, necesita de nosotros para hacerse presente en el mundo a través de nuestros corazones y de nuestras acciones. Estamos llamados a ser portadores del amor de Dios, esa es nuestra más segura vocación y el centro de todo. “Como niños recién nacidos, desead la leche espiritual pura, a fin de que, gracias a ella, crezcáis con vistas a la salvación, si es que habéis gustado que el Señor es bueno” (1Pe 2, 2). Si no deseamos el alimento espiritual que Dios nos da y nos entregamos con corazón, inteligencia y determinación no podremos tener la salvación que nos ofrece gratuitamente el Rey de la Gloria y nos secaremos. Nuestra alma quedará triturada, destrozada y gobernada por el rey de las tinieblas. Alejar el pecado de nosotros y buscar al Señor con todas nuestras fuerzas. Somos capaces, por nuestro interés, de desfallecer luchando por conseguir aquello que nos interesa, ¿qué más puede apetecernos que vivir la vida de la gracia con Cristo Jesús? ¿Cuántos esfuerzos e intereses dedicamos a esa inmensa empresa? ¿No es, al fin, por nuestro interés y salvación? El Señor tiene toda una historia de amor para escribir con nosotros, respetando nuestra libertad, pero siempre esperando que confiemos y nos abandonemos a su amor. “Señor, tú me sondeas y me conoces; me conoces cuando me siento o me levanto, de lejos penetras mis pensamientos; distingues mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares” (Ps. 138, 1-3). El problema es que el demonio nos dice que planifiquemos, que no nos fiemos de que Dios lo puede todo, “El hombre planea su futuro, pero Dios le marca el rumbo” (Proverbios 16,9). Si el abandono no es total, el maligno encuentra su resquicio para colarse en nuestras almas. “Hasta que no tengamos un perfecto abandono en manos de Dios, no habremos hecho nada”. (San Rafael Arnáiz). O nos fiamos y tenemos fe o nos dejamos llevar por nuestro orgullo y nuestro pecado, la elección es siempre nuestra. Somos responsables de lo que elijamos. El que se abandona al Señor sabe que su único cometido es hacer la obra de Dios. Si hacemos algo bueno es Dios quien lo hace a través nuestro: “no os engañéis, hermanos míos queridos: toda dádiva buena y todo don perfecto lo recibimos de lo alto” (1Sant 1, 16). ¡Si supiéramos todo lo que Dios espera de nosotros, si comprendiéramos las cosas grandes que quiere hacer a través de nosotros! ¡No podemos estar ciegos por más tiempo!
“Las obras que hago en nombre de mi Padre son las que dan testimonio de mí; pero vosotros no me creéis porque no sois mis ovejas” (Jn. 10, 25b-26). Debemos dar testimonio con nuestra palabra y la vida. Unir palabra y vida o pensamiento y actuación solo lo podemos hacer si somos personas de oración. Algunos de los frutos de la oración son la unidad de vida, la valentía y el ir configurando nuestra vida al Evangelio. Esa es la coherencia que cambia el mundo. Para hacer las obras de Dios debemos juntar pensamiento y actuación. Solo los hipócritas piensan una cosa y hacen otra o viceversa. Si creemos en el evangelio debemos llevarlo a la práctica. Con valentía, no nos podemos dejar amedrentar por la persecución, no podemos renunciar al anuncio porque nuestra sociedad anuncia otras cosas. Valientes siempre, ¿cuántos cristianos en Irak, Palestina, Pakistán, Nigeria, Siria… mueren por fidelidad a Cristo? ¡Y nosotros nos empeñamos en vivir una fe mediocre! Triste, muy triste. Ser valientes en el anuncio a pesar de que se burlen de nosotros es del todo imprescindible. El Evangelio es fuerza que transforma nuestras vidas y la sociedad. Si no nos convertimos es porque no hacemos caso del mensaje de Cristo. Esa transformación en Cristo es una gracia, un don que hay que pedir pero que hay que suscitar con la lectura frecuente del Evangelio. “Con la oración conocemos nuestro puesto en presencia de Dios, quién es Dios y quiénes somos nosotros”. (San Maximiliano Kolbe). En la oración se nos da todo. Debemos orar y actuar, llenarnos de Dios y abocarlo en nuestra existencia después. Cristo nos llama a cristificarnos, eso es, ser otros Cristo en el mundo y dar Su amor.
¡Que la Gospa nos cubra con su manto maternal y nos bendiga para poder vivir sus mensajes!
P. Ferran J. Carbonell