“Queridos hijos, el Altísimo me da la gracia de poder estar aún con vosotros y de guiaros en la oración hacia el camino de la paz. Vuestro corazón y vuestra alma tienen sed de paz y de amor, de Dios y de Su alegría. Por eso, hijos míos, orad, orad, orad y en la oración descubriréis la sabiduría del vivir. Yo os bendigo a todos e intercedo por cada uno de vosotros ante mi Hijo Jesús. ¡Gracias por haber respondido a mi llamada!”
“Llegado Jesús a la región de Cesárea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?” Ellos dijeron: “Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas”. Les dijo él: “Y vosotros ¿quién decís que soy yo?” Simón Pedro contestó: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo” (Mt. 16,13-16) ¿Cómo responder a la pregunta de Jesús si no dedicamos nuestra vida a conocerlo, amarlo y hacer su voluntad? Esa pregunta hoy nos la dirige a nosotros y solo daremos clara respuesta si lo conocemos. Nuestra sociedad no quiere que conozcamos a Cristo. Nos habla de dinero, de cosas materiales, de poder. Pero ahí no está Cristo. Podemos afirmar con Pedro pero ¿es realmente nuestra respuesta personal? Pedro responde después de haber conocido al Señor, después de haber compartido con Él su vida. Nuestra respuesta ¿es después de haberlo conocido? No podemos afirmar con Pedro si nuestra respuesta no nace del amor y de la relación personal con el Resucitado. Ese es el problema de muchos bautizados: no han conocido realmente a Jesús, no se han relacionado con Él. Tenemos que llenarnos de oración sin ella no podemos responder nada, no podemos comunicar nada, no podemos ser misioneros del amor de Dios. Vaya lástima de vida si no hemos conocido el verdadero sentido del amor de Dios. No hay ni riqueza ni estudios capaces de hablar del amor de Dios, solo el alma del que ha conocido a Dios en la oración puede expresar la belleza y la profundidad de lo que es la presencia del Señor en nuestras vidas. Muchas almas ingenuas piensan que se encontrarán al Señor por casualidad o que Él vendrá a ellos si no preparamos con la oración nuestros corazones. Es cierto que Cristo lo puede todo pero debemos unirnos a Él con los medios que Él ha previsto desde la eternidad. “Alegría, oración y comunión son el secreto de nuestra resistencia” (San Juan Bosco). El alma que busca al Señor está siempre alegre, sabe que el Señor se deja encontrar siempre. La oración es el fundamento de ese encuentro y de la proclamación de nuestra fe en Cristo. La comunión nos abre a toda la Iglesia, a Cristo para proclamar su santidad y nuestra propia llamada a la santidad. “En todo el mundo la gente está hambrienta y sedienta del amor de Dios. Satisfacemos esa hambre derramando alegría” (Madre Teresa de Calcuta).
“Dichoso el hombre que ha encontrado la sabiduría y el hombre que alcanza la prudencia; más vale su ganancia que la ganancia de la plata, su renta es mayor que la del oro” (Pr. 3, 13-14). La sabiduría es conocer a Dios. No hay otra sabiduría en el mundo que valga la pena. Algunos se atreven a afirmar que la fe en Dios es cosa de ignorantes. ¡Vaya tontería! La fe es cosa de sabios, de aquellos que han conocido a Dios. Nuestra sociedad occidental no puede conocer a Dios porque vive cegada por realidades pasajeras: dinero, materia, poder, sexualidad, hedonismo de todo tipo, drogas… Para ser sabio el hombre debe despojarse de todo y dejarse llenar solo de Dios. La humildad marca que “si te parece que sabes mucho y entiendes muy bien, ten por cierto que es mucho más lo que ignoras” (Tomás de Kempis). Lo cierto es que sabiduría es conocer a Dios y, por tanto, oración. “Te diré, plagiando la frase de un autor extranjero, que tu vida de apóstol vale lo que vale tu oración” (San Josemaría Escrivá de Balaguer). Si no oramos no conocemos y si no conocemos ¿para que vivimos? Pidamos el don de la oración.
¡Que la Gospa nos ayude a vivir con alegría nuestro encuentro con Cristo y nos haga permanecer para siempre en su amor!
P. Ferran J. Carbonell