“Queridos hijos, vengo a vosotros como Madre y deseo que en mí, como Madre, encontréis refugio, consuelo y descanso. Por lo tanto, hijos míos, apóstoles de mi amor, orad. Orad con humilde devoción, con obediencia y con plena confianza en el Padre Celestial. Tened confianza como yo la tuve, cuando me dijeron que iba a traer la Bendición prometida. Que de vuestro corazón a vuestros labios llegue siempre un: “¡Hágase Tu voluntad!” Por lo tanto, tened confianza y orad, para que pueda interceder por vosotros ante el Señor, a fin de que Él os dé la bendición celestial y os llene del Espíritu Santo. Entonces podréis ayudar a todos aquellos que no conocen al Señor; vosotros, apóstoles de mi amor, los ayudaréis a que con plena confianza puedan llamarlo “Padre”. Orad por vuestros pastores y confiad en sus manos benditas. ¡Os doy las gracias!”
El mensaje del 2 de cada mes, está relacionado con una intención especial que la Virgen ha pedido a través de Mirjana: orar con Ella «por quienes no experimentan el amor de Dios en sus corazones». Pero además, en el mensaje de cada 2 de mes, la Virgen pide oraciones especiales por los pastores de la Iglesia, a tal punto que se podría deducir que así como el día 2 de cada mes «se ora por quienes no experimentan el amor de Dios», también es día de oración por aquellos que, en primer lugar, tienen la obligación —inherente a su ministerio—, de ocuparse esas almas.
En el mensaje de este 2 de mes, la Virgen dice: «Queridos hijos, vengo a ustedes como Madre y deseo que en mí, como Madre, encuentren refugio, consuelo y descanso.» Estas primeras palabras de la Madre expresan profundos sentimientos maternos. Es un lenguaje amoroso, tierno, característico de las madres buenas. Sabido que no hay una como María. Sin embargo, muchos no la conocen aún, no experimentan como deben su calor maternal. Por eso es importante escuchar estas palabras: «Queridos hijos, vengo a ustedes como Madre y deseo que en mí, como Madre, encuentren refugio, consuelo y descanso.» Entonces, la Virgen María estaría contenta si todo hijo suyo, que presta atención a esas palabras, se abriera a Su amor materno y se decidiera a caminar con Ella. Y considérese, así mismo que la pedagogía materna de María en el alma del justo, en nada disminuye la gloria y dignidad de las personas de la Santísima Trinidad. En caso tal es lo contrario: aprender a caminar con María contribuye a la gloria a Dios. Es otra manera de honrarlo, de exaltarlo, de reconocer su grandeza, por cuanto es María es obra Suya y por Ella llegamos a Él: Dios la predestinó para ser la Madre de Su Hijo y la Madre de los creyentes y del mismo modo, ahora le ordena interceder de una manera extraordinaria por la humanidad. Entonces, corresponderle a María sería obedecer a Dios, que quiere que todos la tengamos por Madre, Maestra y Reina de los corazones.
María dice en el mensaje: «deseo que en Mí, como Madre, encuentren: refugio, consuelo y descanso», toda vez que Ella sabe responder, sabe auxiliar, sabe interceder, y el camino para ir a Ella, también es la oración. Porque cuando se ora, no sólo se está en comunión con la Santísima Trinidad sino además con la Virgen. Por eso dice: «Por lo tanto, hijos míos, apóstoles de mi amor, oren.» Luego, con la oración nos acercamos a Dios y Él nos permite que también María se acerque a nosotros nuestro refugio, nuestro consuelo, nuestro descanso.
Ahora, obsérvese que en el mensaje la Virgen también nos enseña a orar con el corazón, de tal manera que se podría afirmar que el mensaje de este mes, representa una extraordinaria ayuda para desarrollar la forma correcta de la oración con el corazón, dice: «Oren con humilde devoción, con obediencia y con plena confianza en el Padre Celestial.» Considérense pues, estas 3 actitudes a fin de adquirir el recogimiento interior que dispone al diálogo amoroso con Dios.
– Orar con humilde devoción. La primera actitud que la Virgen enuncia para orar es la de la devoción humilde. Y esta indicación dirige la atención a la parábola evangélica del fariseo y el publicano: dos hombres subieron al Templo a orar, pero sólo uno oró correctamente: quien se humilló delante de Dios y reconoció su pecado. Por tanto, para orar correctamente todos los días, hay que saber humillarse ente Dios y reconocer los pecados. La devoción humilde conlleva siempre sentimientos de pequeñez, de minoridad, de infancia espiritual ante el Creador. Sería gravísimo error no dejar el orgullo siquiera al momento de orar. Más aún, se podría afirmar que el verdadero secreto para crecer en la humildad es saber orar con el corazón, porque si cada día se ora con espíritu de humildad, necesariamente crecería también dicha virtud en el corazón. Así el ser humano se haría más pequeño, más sencillo, más “infante”. El problema es que muchos no dejan el orgullo ni siquiera al momento de orar.
También hay que recordar que los “materiales” auxiliares que se lleven a la capilla o a la habitación para hacer la oración no son tan importantes como el corazón mismo. ¡No! Lo importante es abrir el corazón, no tanto los libros o las oraciones impresas. Eso significa «orar con devoción humilde», es decir: confiar en que Dios en la oración va actuar en el corazón, va a derramar todo Su amor. Por lo tanto, hay que prestar atención a Él y no a nosotros: saber callar la mente, el alma, el espíritu; dejar toda forma de estrés, de agitación interior y estar al corriente de abrir el corazón.
– orar con obediencia. Este segundo elemento que la Madre destaca sobre la oración con el corazón, también es importante, porque cada vez que se ora se va a una escuela, y nadie va a la escuela para no aprender; en tal caso perdería tiempo, dinero, recursos… Igual ocurre con la oración. Si se ora y no se cultiva el espíritu de la obediencia a Dios, se pierde tiempo, recursos, energía, incluso se podría perder dinero porque el tiempo que se le dedica a la oración se podría utilizar en algo más productivo económicamente. Y con estas actitudes internas equivocadas no se puede avanzar. Por el contrario, podría conllevar al desánimo, a la desidia y a la falta de interés por la oración misma. Y todo, por no haber cultivado el espíritu de obediencia a Dios en la oración misma.
Decíamos, que la oración es una escuela y cada vez que se ora se aprende algo, y para poder aprender con la oración hay que ser obediente, porque sin el espíritu de la obediencia en la oración, es imposible escuchar a Dios. Más aún: no se sabría cómo escucharlo. Orar con obediencia es orar con el ejemplo de Samuel cuando se dirigió a Dios porque sentía que lo llamaba: «habla Señor que tu siervo escucha», lo mismo de la Virgen en la Anunciación: «He aquí la esclava del Señor: hágase en Mi según tu Palabra». Y sólo entonces, cuando se ora en obediencia a Dios, Dios puede hablar al corazón: cuando observa que sus hijos tienen el corazón abierto y obediente. Muchos se quejan que Dios nos les habla cuando oran, y con este mensaje la Virgen ha respondido: el problema es la falta de obediencia, porque si Dios sabe que el hombre no le va a responder ¿para qué entonces hablarle? Dios, por tanto, habla al corazón humilde, a aquel corazón que sabe humillarse. Es correcto prestar atención a los mensajes de la Virgen y meditarlos, pero también cada quien debe esforzarse por escuchar a Dios es su corazón. Los mensajes de la Virgen son ayudas, guías, luz; una especie de brújula que señala el norte dónde y cómo a Dios se le encuentra. Pero, no todo termina en los mensajes de la Virgen. ¡No! Sería una especie de profanación de la espiritualidad de Medjugorje pensar: «Dios me habla por medio de María cada mes y por lo tanto ya tengo suficiente» Si así fuera la Madre no invitaría más a la oración y podría haber dicho: «Queridos hijos: a ustedes les es suficiente con escucharme a Mí. No oren demasiado porque ustedes tienen muchas ocupaciones, responsabilidades y he venido en esta ocasión a la tierra, para ahorrarles tiempo. Con mis mensajes ya tienen suficiente energía espiritual, por lo tanto: no vayan a Misa todos los días porque no es necesario, no recen el rosario demasiado, no es necesario ayunar tanto, basta que me escuchen a Mí y me acepten como Madre.» Sin embargo, es todo lo contrario: entre más nos habla la Virgen, más nos compromete el tiempo, el trabajo, la vida familiar. También se podría afirmar algo más: si quienes hoy practican la fe católica oraran como la Virgen ha pedido, quizá terminarían de una vez las apariciones de Medjugorje, se modificarían para el bien los «secretos» que la Virgen ha confiado a los videntes y multitudes volverían a Dios, habrían conversiones masivas a diario, desaparecerían las epidemias, no habrían más guerras, ni calamidades naturales, se daría la inversión de los elementos que calientan el planeta, se acabarían los abortos, la eutanasia, los matrimonios se abrirían generosamente al don de la fecundidad, no abrían tantas infidelidades matrimoniales, los jóvenes conservarían la virginidad hasta el matrimonio eclesiástico establecido por Jesucristo, tendríamos muchas más vocaciones para la vida consagrada, los ricos y poderosos compartirían sus bienes con los pobres y se acabarían las desigualdades sociales. Pero la realidad es otra: estos milagros no se dan porque hace falta más oración y sacrificios, porque no hay conversión, porque se ora como se debe, toda vez que muchos al orar, en lugar de humillarse ante Dios busca sus propios intereses. Y como se ha afirmado con estos sentimientos Dios no habla al corazón, y la Virgen nos corrige.
– orar con plena confianza en el Padre Celestial. El tercer elemento de la oración con el corazón también es esencial. Pero recuérdese la trilogía: se ora con humildad, se ora con obediencia y se ora con plena confianza en Dios Padre Celestial. Pienso que el mejor ejemplo es Jesús mismo, porque cuando estuvo frente al sepulcro de Lázaro dijo: «Padre, yo se que tu siempre me escuchas…». No dudo y así siempre debemos orar todos. En realidad cuando el hombre ora Dios siempre escucha, pero el problema que se da es otro: el hombre no siempre se siente escuchado. Y es cuando la virtud de la confianza desempeña un papel predominante: orar con confianza, en espíritu de abandono, es siempre un acto de la voluntad humana, una decisión, pero también un acto de fe. Es creer. Creo que Dios está conmigo, que me escucha y que me ayuda, que me responde. Jesús enseña que cuando se ora hay que orar como si lo que se está pidiendo se estuviera recibiendo en el momento. Jesús oraba de esta manera y del mismo modo oraba María, los apóstoles. También así enseñaron los santos. Y esta manera de orar es un don que Dios concede cuando observa el esfuerzo de sus hijos que poco a poco aprenden a poner toda su confianza en Él.
La oración de la plena confianza en el Padre Celestial, entonces, es abandono, entrega, saber rendirse a Dios cada día. Es orar con palabras similares a estas: «Padre aquí estoy delante de Ti, Tu me conoces perfectamente, conoces cada uno de mis pasos. En este momento mi corazón se abre de par en par a Tu amor incondicional, sé que me amas como soy, sé que estás conmigo siempre, sé que jamás te separas de mí; que por mucho que te ofenda o descuide mi vida de oración siempre podré confiar en Ti, porque jamás te separas de mi. ¡Gracias Padre! Reconozco hoy, delante de toda la corte celestial, que soy tu hijo y como hijo tuyo quiero vivir en este mundo, por eso me entrego una vez más a Ti. En este momento, con este acto de entrega comienzo a experimentar tu ternura paternal, la que no me dio mi padre de la tierra, la que no me da mi esposa, la que no me da mi marido, mis hijos, nadie en este mundo. ¡Gracias Padre porque siento que tu amor invade mi corazón! ¡Gracias Padre porque me cuidas, me proteges, me guías, me acompañas en todo momento. Por eso te dono me corazón, mis proyectos, mis planes, mi historia, mi futuro y mi presente. Nada temo porque Tú están conmigo. Nada me turba. ¡Gracias Padre!
Para terminar, la Virgen también dice en su mensaje del 2 de marzo, que si se ora como se debe se podrá «ayudar a todos aquellos que no conocen al Señor… se ayudará a que con plena confianza puedan llamarlo “Padre”» Esto en realidad es hermoso. Es lo que sucede cuando el hombre, por medio de la oración, se “diviniza”, “encarna” a Dios. María quiere que se lleve con la vida a los demás el fuego del Espíritu Santo, especialmente a quienes no conocen a Dios; por eso pide orar con el corazón, toda vez que la oración con el corazón —la que se hace en humildad, en obediencia y en plena confianza— es la que transforma el corazón del creyente. La oración del corazón viene a ser como el eje principal de toda la vida espiritual, la principal herramienta del proceso de conversión. Así lo describió Santa Teresa de Ávila y lo vivió san Francisco de Asís, santa Clara, San Pío de Pietrelcina y tantos otros.
Luego al final del mensaje la Virgen pide que se ore por los pastores y se tenga confianza en sus manos benditas. En casi treinta tres años de apariciones diarias de María no se encuentra un solo mensaje donde se haya expresado descortésmente de los pastores de la Iglesia católica; a pesar de tantos escándalos a través de los medios de comunicación social. Por el contrario, María pide que se ore y que se tenga confianza en ellos. Además a dicho: «que la boca permanezca cerrada frente a las críticas contra los pastores de la Iglesia». ¿Y por qué? Naturalmente porque ella es Madre y doblemente Madre: Madre del sacerdocio común de los bautizados y Madre del sacerdocio ordenado de Jesús. Y una buena madre, por muy mal que se comporten sus hijos, jamás hablará mal de ellos. Y en ese Corazón Inmaculado de María debemos inspirarnos todos. Por lo cual, no queda más que aprender a amar a los pastores de la Iglesia como María los ama y orar y confiar en ellos. Nótese como María dice en este mensaje que hay que «confiar en sus manos benditas». Se recuerda que las manos de los Obispos y de los Sacerdotes absuelven del pecado, consagran el Cuerpo y Sangre de Cristo, Ungen con el Oleo Santo a los enfermos, Bautizan, Confirman, asisten los matrimonios, bendicen las personas y los objetos religiosos. ¿Y por qué? Porque están ungidas con oleo santo perfumado de la ordenación, con el suave aroma del Espíritu Santo. Benditas sean esas manos y que ¡sean alabados los Sagrados Corazones de Jesús y de María Reina de la Paz!
P. Francisco A. Verar