Transformada
A los nueve años, tras el suicidio de su madre, Daniel comenzó a vivir en la calle, en el Medellín de los ochenta, las décadas más duras del narcotráfico. Tenía hambre y robó lo que creía era una bolsa con comida, pero dentro encontró el vestido de una niña que parecía hecho a su medida con el que efectivamente empezó a ganarse el pan. Tras sobrevivir a 57 puñaladas y tres disparos se fue a Europa y vivió en varios países. Hace dos años llegó a Barcelona, donde forma parte de la Asociación Santa María Magdalena: “Ahora apoyo a mis amigas, otras transexuales prostitutas, a dejar ese mundo”. Ignacio Sánchez ha puesto palabras a su increíble historia en Transformada, de la sombra de Pablo Escobar a la luz de Medjugorje.
Usted nació varón.
Sí, pero mi padre siempre quiso tener una niña, así que cuando nací yo, el cuarto varón, mi padre nos abandonó en la misma puerta del hospital y no volvimos a verlo.
¿A qué se dedicaba su padre?
Era cocinero en la hacienda Nápoles de Pablo Escobar. Mi madre tuvo que hacerse cargo de nosotros, tuvo que repartir a mis hermanos mayores entre la familia y yo me quedé con ella.
¿Lo superó?
Nunca, estaba frustrada y descargaba su ira contra mí. A los cinco años me quemó la mano en el fogón. Mire.
Tiene los dedos pegados.
Yo me escapaba y a menudo dormía en la calle, dentro de las cajas de cartón que desechaba una casa de electrodomésticos. A los 6 años me violó un sicario de Pablo Escobar. Acabé en un centro de menores donde siguieron abusando de mí, entraba y salía.
¿Y qué fue de su madre?
Cuando yo cumplí los nueve años se suicidó con matarratas. Yo vivía en la calle con los travestis, robaba para comer. Un día le pegué un tirón a una señora que salía de una pollería, pero en la bolsa no había un pollo sino un precioso vestido de niña que me quedaba perfecto.
¿Y se vistió de niña y se dedicó a la prostitución?
Yo había observado lo que las locas hacían en la calle y decidí imitarlas, aunque desde el primer momento preferí robar a los hombres que prostituirme, pero era muy ingenua.
¿A qué se refiere?
Cuando hice mi primer servicio le robé a un tipo y fui corriendo a contárselo a las locas, que, por supuesto, se quedaron con el dinero, pero entré a formar parte de su durísimo clan. Había otros muchos menores, sólo queda uno vivo.
¿Cómo sobrevivió usted?
Aprendí a engañar, a chantajear, a manejar el cuchillo en una escuela de artes marciales y a humillar a los hombres, pero llevo tres tiros y 57 puñaladas repartidos por mi cuerpo. Eran los años ochenta, la época de Escobar, he vivido explosiones, he visto cerebros desparramados, han ido a por mí, pero era listo.
Salió de la calle.
Sí, pronto pude pagarme una habitación y los estudios de mis hermanos. A los diez años me tomaba cartones de pastillas anticonceptivas para que me crecieran los pechos, y lo conseguí. Debías ser bonita y mala.
¿Cómo le trataba la policía?
Era socio de un policía. Yo a los hombres les encantaba porque era menor. Cuando los tenía desnudos aparecía el policía, y les amenazábamos y nos repartíamos el dinero. De ahí pasé a darle el soplo de dónde vendían drogas. El policía se quedaba con el dinero y yo con la droga, que luego revendía.
¿Montó su propio negocio?
Sí, y a los 13 años ya tenía un hotel con 48 habitaciones en el que recogía a gente de la calle que mantenía. Pero no me quedó más remedio que aceptar a algunos tipos muy malos en mi hotel, y fui estúpida y arrogante.
¿Qué pasó?
Les desafiaba, les decía que ganaba mucho más que ellos: “Tú te crees la muy muy”, me decían, y yo les contestaba: “Yo soy la muy muy”, y les demostraba que ganaba más que ellos. Así que me saqueaban. Un día enloquecí.
¿Qué hizo?
Los amenacé con una pistola, vacié un cargador, pero no los maté. Fue un error, volvieron y me aplastaron la cabeza con una piedra.
Sobrevivió.
Yo nunca fui a la escuela. Conocí unas cuantas cárceles de Colombia, pero entraba y salía, y ganaba muchísimo dinero. Pero un día un tipo me secuestró e hizo conmigo lo que le dio la gana, y yo me enamoré perdidamente.
¿Síndrome de Estocolmo?
Era tal la falta de afecto en mi vida que los golpes me parecían amor. Estuvimos juntos hasta que lo metieron preso. Fue entonces cuando me deprimí y caí en la droga.
¿Cómo salió de ahí?
Fui a rogarle a la Virgen de Pereira, que hacía milagros, y lo hizo: no volví a consumir. Me fui de Colombia. A los 19 años llegué a Roma con una red que entraba travestis en el país.
¿Y cómo le fue?
Seguí robándoles a los hombres y me fue muy muy bien. Decidí irme a Tailandia a hacerme una vaginoplastia y me convertí en Astrid.
¿Es lo que deseaba?
Me sigo considerando un hombre. Lo que pasa es que los hombres me hicieron tanto daño y me violaron tantas veces que decidí entrar en el personaje que ellos creían que era: una mujer.
¿Mujer por venganza?
Hormonándome me convertí en una adolescente muy bella y lo aproveché, no para darles placer sino para robarles, siempre he sabido encontrarles el punto débil: si quieres comprender a la gente, mírate al espejo.
¿Cuándo llegó a España?
Hace dos años. Y entonces conocí la Asociación Santa María Magdalena, que se dedica a sacar prostitutas de la calle. Me fui a una peregrinación al santuario de Medjugorje con ellos, y la Virgen me volvió a ayudar y me cambió.
Y ahora colabora con la asociación.
Vivo modestamente y cuento a las chicas de la calle que hay otras posibilidades para ellas; si quieren, les buscamos trabajo.
Fuente: https://www.lavanguardia.com/lacontra/20180808/451249030567/si-quieres-comprender-a-la-gente-mirate-al-espejo.html