“Yo estoy con ustedes, queridos hijos, y deseo que cada uno de ustedes esté cada vez más cerca de mi corazón.” (Mensaje 25 de Abril 1990)
La Virgen Santísima no estando obligada a cumplir con la prescripción de purificarse, ya que no perdió su pureza ni al concebir ni al dar a luz, ni en toda su vida, porque fue concebida inmaculada, y es virgen antes, durante y después del parto. Pero por la filial humildad de su corazón, por su modesta actitud y para manifestar, así como Jesús con el bautizo, que es libre de la ley – no en el sentido burdo y mundano de quien por egoísmo y arrogancia piensa que contradiciendo o marginándose del decálogo es libre, pero sin embargo manifiesta lo miserable de su esclavitud a sus pasiones y cegueras-, sino que al acudir al templo para la presentación y purificación, es movida por una fuerza que supera la ley: por el ardor del corazón para hacer el bien y agradar a Dios, caminando por las sendas de Israel hacia el encuentro con la Redención. La Inmaculada no duda en ser resplandor para disipar las tinieblas, y presentarnos al que es luz de las naciones y gloria de Israel.
No hay ninguna sombra, sino solo claridad en tu modestia y sencillez Madre Santísima. Ni nebulosas externas ni internas. Mientras nosotros muchas veces nos hacemos déspotas egoístas y caprichosos con nuestras funciones, en el ejercicio de nuestra autoridad en el hogar, comunidades y trabajo, aplicándonos dispensas y epiqueyas, que por otro lado, imponemos duramente a los demás.
Tú en cambio, Madre Santísima, eres diligente y fiel en lo pequeño, porque amas a Dios y cada uno de nosotros con amor honesto, maternal y santo. Y tu mirada inundada del Espíritu Santo, mira conmovida en unión con el Señor, a los desvalidos que habitan en el polvo, y a los humildes que los poderosos no miran. Así miraste a Simeón, un anciano fiel, que esperaba, sin dudar, las promesas de Israel, reconociendo en él la sabiduría que no da la estirpe ni la fuerza humana, sino la fidelidad en el dolor, y la constancia en la Fe y los años. No rechazaste por lo mismo, el anunció de la espada que traspasaría tu corazón, sino que reconoces en el dolor de tu Inmaculado Corazón, la actitud coherente con el amor del redentor que llevas en tus brazos. Ese dolor que esta presente y por el cual nos pides con materna solicitud: “Les ruego que no permitan que mi Corazón llore lágrimas de sangre a causa de las almas que se pierden en el pecado.” (Mensaje del 24 de Mayo de 1984)
Madre nuestra Santísima, Reina de la Paz, concédenos la alegría del anciano Simeón, que hace evidente que ha sido bendecido con la plenitud para sus años, al poder ver en tus brazos al que es la “Luz de las naciones y la gloria de su pueblo Israel”. Que formados en la Escuela de Santidad de tu Corazón de Madre, seamos también luz para los que nos rodean.
Tú nos dices: “Cada uno de ustedes es querido a mi Corazón y agradezco a todos aquellos que han incrementado la oración en sus familias.” (Mensaje 28 de Marzo de 1985). Transforma nuestras familias en escuelas fe y oración. En núcleos fundamentales para transformar la sociedad y renovar el fervor, la caridad y la vida de gracia en nuestras comunidades cristianas.
Reina de la Paz, y de las familias, con aquella humildad con la que derrotas al príncipe de las tinieblas, libradnos de la tentación de la vanidad espiritual: “…No se ensorberbezcan por el hecho de vivir los mensajes. No anden por ahí diciendo: ‘Nosotros los vivimos!’ Si llevan los mensajes en el corazón y los viven, todos se darán cuenta y no habrá necesidad de palabras las cuales sirven sólo a aquellos que no escuchan. Ustedes no tienen necesidad de decirlo con palabras. Ustedes, queridos hijos, sólo tienen que vivir y dar testimonio con su vida. Gracias por haber respondido a mi llamado!” (Mensaje 20 de Septiembre de 1985). Así no seremos obstáculo para tus intenciones y la acción del Espíritu Santo.
Bajo tu mirada y en tu presencia, Madre nuestra, vivimos en la paz de Cristo nuestro Señor: “Mi Corazón sigue atentamente cada uno de sus paso. Gracias por haber respondido a mi llamado!” (Mensaje 25 de Diciembre de 1986)
Fuente: www.centromedjugorje.org