Ser cristiano es ser alegre. No estarlo, ni sentirse, ni hacer que. Digo serlo.
Ser cristiano es ser alegre. Así lo he entendido yo después de… de… después de todo.
Un cristiano no puede esperar que le sonría la vida para estar alegre, sino que debe sonreir a la vida aunque esta no sea alegre. ¿Es esto una teoría? No, es una vivencia. El que ha conocido a Cristo Resucitado, el que lo ha saboreado aunque solo haya sido una décima de segundo de su vida…
Me sientan fatal los cristianos tristes, grises y aburridos, los que andan por las iglesias como si tuviesen una inmensa ampolla en las plantas de los pies.
Me siebntan fatal los cristianos enfadados que cuentan con el entusiamos de una almeja en una lata que Cristo ha resucitado.¡Qué no! ¡Que no cuela! La Buena Nueva es eso, buena.
En mis tiempos jóvenes me alejé de la Iglesia porque no soportaba que me contaran esa historia tan alucinante de que Dios se ha hecho hombre y tal, que me ha querido tanto incluso que ha muerto por mí, con el entusiasmo de quien cuenta una tesis doctoral sobre la resina fosilizada de los abedules preshistóricos. No los creí, y me alejé.
El cristiano que te dice con cara de amargado que Dios te ama, mejor que no te dijera nada.
¿Lloramos? claro que sí. Tenemos nuestros ratos. El pecado también nos hiere y lo notamos, que no somos de plástico.
De eso -de alegría cristiana y de lloreras pasajeras- saben mucho los chicos del Cenáculo, y mirad cómo se lo toman.
Conocí la Comunidad del Cenáculo en marzo de 2006, en mi primer viaje a Medjugorje. Se trata de una realidad de la Iglesia fundada por sor Elvira Petrozzi en 1985.
Según su propia descripción, se trata de una escuela de vida en la que se enseña a vivir en la Verdad. Acoge en la actualidad a casi tres mil miembros de más de treinta países diferentes. La mayoría de todos ellos, jóvenes rescatados de las calles de Occidente. La mayoría de ellos han sido drogadictos, callejeros y delincuentes.
Sor Elvira les propone un plan para vivir en una comunidad que más bien parece una cartuja. Oración y trabajo. Mucha oración y mucho trabajo. Nada de metadona. Ningún sustitutivo, nigún tranquilizante.
Los chicos del Cenáculo rezan al día tres partes del rosario, leen la Bibilia y la comparten en comunidad, rezan cada día la coronilla de la Misericordia y todas las noches, en todas su casas, rompen la noche para adorar al Señor en la Eucaristía. Un turno a las 2 de la mañana. Otro a las cinco.
Mario, un chico que vagó dos años por las calle de Bolonia, me contó como ese rato de adoración por la noche, en silencio, a oscuras, es para él el momento más importante del día. “Rezamos por los jóvenes que se divierten de una manera poco acertada. Ya te he contado mi vida, puedes imaginar lo que siento”.
De los jóvenes de la comunidad, tóxicos y delincuentes, salen luego familias, sacerdotes y religiosas. Tiene sus propias vocaciones.
Son gente seria, que se toma esto de ser cristiano muy en serio. Una sola cosa más. Cuando veas el video, fijate en ellos, en sus rostros. Imaginalos tirados a dos portales de tu casa, en medio de la noche, junto a un charco de vómito y con una jeringuilla clavada en el brazo. Imagina a sus madres. Imaginales en su tristeza antes de ser cristianos.
Aquí les tenéis en acción. Fue este verano, en Medjugorje. Son para mí el mejor ejemplo, vivo, de que Cristo ha resucitado. ¡Cristianos! ¡Fuera ampollas!
Jesús García. Autor del libro “Medjugorje”. (Ed. LibrosLibres)