Entonces, Jesucristo Nuestro Señor reinará en todos los corazones quedando todas las cosas restauradas en Él, según la sentencia de san Pablo (Ef 1, 9-10). Entonces, se cumplirá plenamente y se realizará la segunda petición del Padre Nuestro: “Adveniat regnum tuum”. Es decir, “Venga a nosotros tu Reino”: el Reino de la Divina Voluntad en el que “se haga Tu Voluntad en la tierra como en el cielo”.
El triunfo del Corazón Inmaculado de María significará el fin de la civilización actual con su “cultura de la muerte”, del mundo como lo conocemos, y el inicio de una nueva civilización a la que san Juan Pablo II denomina “la civilización del amor”. Civilización que será expresión social del Corazón triunfante de María y que hará que se establezca en la tierra una paz universal tal y como está profetizado en la Escritura (cf. Is 2, 4-5). Entonces, “los montes destilarán mosto y todas las colinas abundarán de fruto” (Am 9,13) y “habitará el lobo con el cordero, el leopardo se tumbará junto al cabrito; el ternero y el león pacerán juntos (…). El niño de pecho meterá la mano en la madriguera de la serpiente” (Is 11, 6–8).
El Triunfo del Corazón Inmaculado de María está íntimamente unido al triunfo del Sagrado Corazón de Jesús y será también el triunfo de la Iglesia: un triunfo universal que instaurará el Reino glorioso del Sagrado Corazón de Jesús en toda la tierra. Esto es, precisamente, lo que enseña san Luís María Grignion de Montfort (considerado como “el profeta de la victoria de María” en el gran combate de los últimos tiempos), en sus libros “Tratado de la verdadera devoción a la Virgen María” y “El Secreto de María”.
A estas tres mariofanías hay que añadir la que se sigue dando en Medjugorje donde la Bienaventurada Virgen María ha asegurado que lo que comenzó en Fátima lo cumplirá en Medjugorje: “al final, mi Corazón Inmaculado triunfará” (Fátima, 13.07.1917). En efecto, el 25 de agosto de 1991, la Gospa, Reina de la Paz, nos invitaba “a comprender la importancia de mi venida y la seriedad de la situación” y nos llamaba a todos a ayudarla con nuestras oraciones y sacrificios “a fin de que, con la ayuda de ustedes, todo lo que Yo quería que se realizara por medio de los secretos que comenzaron en Fátima pueda cumplirse”. Ella solicita nuestra ayuda: nos necesita. No desea triunfar sin nosotros.
En Sus mensajes, muchas veces, nos llama “queridos apóstoles míos” y nos pide con insistencia: “ayuden a mi Corazón Inmaculado a triunfar en este mundo tan pecador. Yo les imploro a todos ustedes que ofrezcan oraciones y sacrificios por mis intenciones” (25.09.1991). “Hijitos, los invito a ser mis apóstoles de paz y de amor en vuestras familias y en el mundo” (25.06.2005). Una petición que nos recuerda a “los apóstoles auténticos de los últimos tiempos” profetizados por el santo de Montfort consagrados totalmente a Ella, esclavos de su amor, que prepararán el retorno glorioso de Cristo para instaurar Su Reino en la Tierra. Recientemente (el 2.05.2016) nos decía por medio de Mirjana en la Cruz Azul: “Os invito, hijos míos, a mirar bien los signos de los tiempos, (…) a ser apóstoles de la Revelación”. Precisamente el último libro de la Escritura se llama “Revelación” o “Apocalipsis” por lo que la relación con los apóstoles de los últimos tiempos del “Tratado de la verdadera devoción” es más que evidente.
La Gospa le ha revelado a la vidente Mirjana que los pastores de la Iglesia (obispos y sacerdotes) serán el puente que una este tiempo que vivimos ahora (el de Sus Apariciones desde 1981) y el del Triunfo de Su Inmaculado Corazón. Por eso, nos invita continuamente a “la oración por vuestros pastores” asegurando que: “con ellos triunfaré” (2.10.2010).
Como hemos visto en la primera parte de este artículo, Nuestra Señora de Todos los Pueblos prometió en Amsterdam un nuevo Pentecostés, una nueva efusión del Espíritu Santo, que renovará toda la Iglesia y concederá la verdadera Paz al mundo (31.05.1959) cuando, finalmente, la Iglesia proclame su quinto Dogma de María Corredentora, Medianera y Abogada. Títulos que son expresión y fruto de Su Maternidad espiritual recibida al pie de la Cruz (cf. Jn 19,25). Desde esta misión maternal entendemos su función en la Redención (como “Corredentora” Nuestra), en la mediación (como “Mediadora” o “Medianera” nos alcanza todas las gracias de la redención, secundaria y subordinadamente a Su Hijo, en cuanto asociada a la mediación única y eterna de Cristo) y en la intercesión (interviniendo como “Abogada” en nuestra defensa).
Reflexionemos, ahora, sobre la verdad de la “corredención”, es decir, sobre uno de los tres títulos que conforman el futuro quinto Dogma mariano, sin duda el más debatido y estudiado, a saber, el de “Corredentora” que teológicamente sustenta a los otros.
Lo primero que hemos de afirmar es que la expresión “María Corredentora” expresa el papel único de María colaborando con Cristo (Su Hijo, Nuestro Señor), Único Redentor del mundo, en la obra de la Redención. El título mariano “Corredentora” de larga tradición en la Iglesia jamás pretende disminuir la unidad y la universalidad de la obra de mediación de Cristo: se refiere a la participación totalmente particular de María en la obra de nuestra Redención llevada a cabo por Jesucristo. El prefijo “co” viene de la palabra latina “cum” que significa “con” y “no igual a” por lo que la “Corredención de María” es Su participación subordinada (y secundaria) a la Redención de Cristo, Único Redentor del hombre. María comparte con Jesús el camino de la Redención (las lacrimaciones y los estigmas sangrantes de la estatua de Akita muestran Su Compasión en paralelo a la Pasión del Hijo): por eso es “Corredentora”. No se trata de una verdad periférica a nuestra Fe, sino central, porque toca la esencia del dogma de la Redención.
Esta verdad es totalmente coherente con la Sagrada Escritura: está anunciada desde el Principio. Después del pecado original (cf. Gn 3), Dios era libre de redimirnos o no y de elegir cualquier modo de redimirnos. Ya que decidió libremente redimirnos mediante la Encarnación del Verbo en el seno de la Virgen, asoció íntimamente a María a la Redención, haciéndola Mediadora (Corredentora y Dispensadora). De esta suerte, en el mismo momento en que entró el pecado en el mundo, Dios anuncia la victoria definitiva sobre su causante, el diablo (cf. Sab 2, 21-24), dirigiéndole estas palabras: “Pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia; esta te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talón” (Gn 3,15). Así como Cristo venció al demonio con su Pasión, así María lo venció con su Compasión. Por tanto, María, junto y subordinadamente a Cristo, venció a satanás y nos “corredimió”. De esta suerte, desde el inicio de las Escrituras (cf. Génesis 3, 15) hasta el final (cf. Apocalipsis 12), se nos revela a la Santísima Virgen en enemistad y en batalla contra satanás, sus secuaces y sus obras.
En efecto: en el Evangelio encontramos vaticinada la “Corredención” de María que se convierte en “Corredentora” por su obediencia y libre consentimiento en la Anunciación (cf. Lc 1, 28). Su íntima asociación a la Pasión y Muerte de Cristo es profetizada por el anciano Simeón, con ocasión de la presentación del Niño Jesús en el Templo, cuando le dice a Su Madre: “Este niño está destinado a ser causa de ruina y de resurrección de muchos en Israel y a ser un signo de contradicción, y a ti misma una espada te traspasará el alma” (Lc 2, 34-35).
Por su parte, san Juan pone de manifiesto el papel de la Virgen María como intercesora y mediadora de las gracias de Su Hijo en las bodas de Caná (cf. Jn 2, 1-12) y nos la presenta en el Calvario, junto al discípulo amado, a los pies de la Cruz (cf. Jn 19, 26-27).
María ha sido asociada a la mediación única y eterna del Hijo (y por tanto también a su mediación histórica durante la existencia de la Iglesia) cuando en la Cruz nos ha sido entregada como Madre (cf. Jn 19,25). De hecho, Su maternidad espiritual recibida de Cristo al pie de la Cruz, es la confirmación por parte de su Hijo de Su ministerio de “Corredentora”. Y, como Madre espiritual de todos los fieles, es la “nueva Eva”, Madre de los que viven por la fe y la gracia.
San Pablo presenta un contraste entre el primer Adán y Jesucristo, “nuevo Adán”: todos morimos por el pecado de Adán, pero todos recobramos vida en Jesucristo (cf. Rm 5, 12-21; 1 Cor 15, 21-22). Los Santos Padres de la Iglesia (especialmente san Ireneo de Lyon) profundizaron en este paralelo y lo aplicaron a la Virgen Santísima, la “nueva Eva” que, con su inmaculada cooperación, participa en la Redención como “Corredentora”.
Finalmente, el capítulo 12 del Apocalipsis nos presenta también tres personajes: la Mujer vestida de sol y coronada de estrellas (María), Su Hijo (Jesús) y el dragón rojo (satanás), que intenta dañarlos: pero satanás es derrotado y la Mujer y Su Hijo son puestos a salvo.
Sea como fuere, la participación de María en el sacrificio de Su Hijo culminó en Jerusalén, en el momento de la Pasión y Muerte del Redentor: ofreció a Jesús y se ofreció a Sí misma en el Calvario. María nunca fue más Madre que al pie de la Cruz: allí fue donde su Corazón Doloroso e Inmaculado fue “traspasado con una espada” al contemplar y compartir los sufrimientos de Jesús; y allí fue, asimismo, donde Su Maternidad se extendió a todos los miembros del cuerpo de Cristo, que nacía de su costado abierto al brotar incontenibles los líquidos de la vida: sangre y agua, manantial de gracia y misericordia.
“Redimir” significa rescatar o pagar un rescate para recuperar una cosa poseída antes y perdida después. En el caso de la Redención de la humanidad, Cristo pagó, con Su Sangre derramada en la Cruz, la gracia que Adán había perdido: hemos sido rescatados por la preciosa sangre de Cristo Jesús (1 P 1, 17-21). Él pagó un precio infinito por nuestra Redención. Pues bien, María cooperó formalmente en la Redención del género humano de manera subordinada y secundaria con Cristo, consintiendo a la Encarnación del Verbo en Su Seno y ofreciendo Su Hijo en la Cruz al Padre para rescatar o redimir a la humanidad, sufriendo indeciblemente y “con-muriendo” místicamente con Él. Afirma el Concilio Vaticano II: María, “sufre cruelmente con su Hijo único, y se unió a su sacrificio con corazón de Madre que, llena de amor, daba su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima” (Lumen gentium, 58). Con estas palabras, el Concilio nos recuerda, precisamente, la “Compasión de María”, en cuyo Corazón repercute todo lo que Jesús padece en el alma y en el cuerpo, subrayando su voluntad de participar en el sacrificio redentor y unir su sufrimiento materno a la ofrenda sacerdotal de su Hijo. Por tanto, María es Corredentora secundaria y subordinada a Cristo.
Santo Tomás de Aquino enseña (cf. S. Th., III, q. 48) que la Pasión de Cristo obró nuestra Redención de tres modos diversos: 1º) a modo de mérito, al merecernos la gracia santificante perdida con el pecado original; 2º) a modo de satisfacción, pagando a Dios la deuda por el pecado, reparándolo e intercediendo por nosotros; 3º) a modo de sacrificio, ofreciéndose a Sí mismo al Padre como víctima en la Cruz.
Pues bien: también María cooperó subordinadamente a Cristo de estos tres modos en nuestra Redención. Aunque los teólogos dicen que lo que Cristo nos mereció de condigno o por estricta justicia, María nos lo mereció de congruo o por pura liberalidad de Dios.
El modo de esta cooperación es inmediato, o sea, Dios decretó que la Redención del género humano fuera operada directamente, además de por los méritos de Cristo (Redentor principal), también por los méritos de María (Corredentora secundaria), de modo que los méritos de ambos constituyen el “precio” establecido por Dios para rescatar a la humanidad perdida por Adán. En verdad, sólo Jesús redime al género humano: María subordinadamente a Cristo “corredime” a la humanidad de manera eminente.
Además, según San Pablo, todos podemos cooperar de algún modo, misterioso pero real, en la obra de la Redención completando en nosotros lo que falta a la Pasión de Cristo (cf. Col 1,24).
De esta suerte, el próximo Dogma sobre el carácter corredentor de María, no estaría únicamente vinculado a una prerrogativa especial de Nuestra Madre (como es el caso de Su Inmaculada Concepción): todos los cristianos podemos ser (en cierto modo) “corredentores” y compartir con Ella (aunque en mucho menor grado), el formar parte activa del acto redentor y en la dispensación de la gracia de la redención. Ahora bien: como quiera que en la obra redentora de Cristo (que todos estamos llamados a aceptar y cooperar), María ocupa por voluntad divina el lugar más alto y el más eminente, sólo Ella (a título único), es, y puede ser llamada, propia y verdaderamente: “Corredentora”.
A partir del Dogma de la Asunción y de los títulos y fiestas que proclaman su coronación en el Cielo (como Reina de los Ángeles y de entera creación) se comprende que María no sólo es “Corredentora” por su colaboración en la encarnación y en el misterio pascual. Así, durante el período histórico de la Iglesia, por estar inseparablemente asociada a su Hijo Sumo Sacerdote realiza su función maternal recibida en la Cruz, en cuanto corredentora, intercediendo sin descanso por la humanidad (especialmente por los pecadores). Y, como quiera que, en su condición de “Asunta”, participa plenamente, en cuerpo y alma, de la gloria de Su Hijo Resucitado, puede “aparecerse” como lo hace actualmente en Medjugorje y viene haciendo en tantos lugares del mundo durante toda la Historia de la Iglesia, especialmente durante el último siglo.
En síntesis:
El futuro quinto Dogma de María Corredentora, Medianera y Abogada que la misma Virgen pidió en Amsterdam y que el Papa proclamará solemnemente un 31 de mayo, abrirá las gracias del Triunfo de Su Corazón Inmaculado sobre satanás y el pecado. Se inaugurará, entonces, con este Triunfo, un nuevo tiempo de paz en una nueva tierra renovada y transfigurada por el Espíritu Santo, en la que Cristo reinará sobre todos los pueblos.
En Medjugorje, desde hace casi cuarenta años, la Gospa, nuestra amantísima Madre, está preparando Su Triunfo anunciado en Fátima y nos llama a participar en él, asegurando que desea triunfar con nosotros, que nos necesita. Por eso, nos instruye con Sus Mensajes y nos invita a ser Sus manos extendidas y apóstoles de Su amor. Por eso, nos pide con tanta insistencia que recemos por Sus intenciones, por Sus planes de paz, por Sus proyectos de salvación.
Según le reveló a Mirjana los pastores de la Iglesia (nuestros sacerdotes) están llamados a ser el puente que una estos últimos tiempos (nuestro tiempo) con el tiempo de Su Triunfo que será también el de todos Sus hijos, el de la entera Iglesia: el tiempo del reinado universal de Su Hijo, Cristo Nuestro Señor. Por eso nos pide que recemos por ellos y les ayudemos.
Fátima, al fin, se cumplirá.
¡Corazones triunfantes de Jesús y de María, reinad en nuestra vida y en nuestro corazón!
Fuente: www.centromedjugorje.org