¡Reciban hoy y siempre la paz y la alegría de Jesús y de María!
Seguramente algunas personas se preguntarán: ¿cómo es posible tener alegría en tiempos de pandemia? ¿cómo puedo tener alegría cuando la pandemia y las malas decisiones de los gobernantes de algunos países nos han llevado a perder tanto en tan poco tiempo?
La respuesta nos la da la misma Reina de la Paz cuando dice: “Queridos hijos, que este tiempo sea para ustedes tiempo de oración. Sin Dios no tienen paz…” (25 de noviembre, 2019).
En estas pocas palabras, y con la profunda simplicidad que siempre caracterizó a la Virgen María, ella nos indica el camino -no sólo para no perder la paz y la alegría interior-, sino también para acrecentarla y madurarla en medio de las dificultades.
La Reina de la Paz nos está recordando una vez más, es que si bien debemos orar en todo momento, este es un tiempo de la historia en que debemos intensificar nuestra intimidad con Dios, para poder ver aquello que necesitamos convertirnos y que de este modo nuestra oración sea más poderosa y pueda traer salvación y liberación sobre toda la tierra.
Ya sabemos que en sus mensajes la Reina de la Paz no dice nada diferente a lo que nos ha enseñado su hijo Jesucristo a través de los evangelios, por lo tanto cuando ella nos recuerda que: “Sin Dios no tienen paz…”, lo hace en sintonía con la enseñanza de Jesús: “Les digo esto para que encuentren la paz en mí. En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo”. (Juan 16: 33)
A continuación, reflexionaremos sobre algunos otros puntos que son importantes para acrecentar la alegría en estos tiempos de pandemia, así como también en otros momentos difíciles que podrían presentarse a lo largo de la vida.
El perdón de los pecados
Nuestra Madre nos enseña que para quién cree: “La oración será una alegría y un descanso” (30 de marzo 1985). Y esto se produce en nosotros cuando oramos, porque descubrimos cuáles son los pecados escondidos que aún no hemos entregado a Dios, y que por lo tanto nos están pesando y tensionando.
Por eso, la oración nos ayuda a recorrer el camino del perdón de los pecados, lo cual es fuente de honda alegría, tal como lo expresa en repetidas ocasiones el Sal 51: “Anúnciame el gozo y la alegría: que se alegren los huesos quebrantados” (v.10). “Devuélveme la alegría de tu salvación” (v.14); y “aclamará mi lengua tu justicia” (v. 16)
El Papa Francisco nos recuerda: “El perdón es una fuerza que resucita a una vida nueva e infunde el valor para mirar el futuro con esperanza”. (Bula Misericordiae Vultus, n.10)
Nuestra alegría está en Dios
Al ser conscientes de que no somos huérfanos, y que pertenecemos a Dios y a María, nuestra confianza se va acrecentando y también va madurando la alegría: “Que en sus corazones haya alegría y paz, y testimonien la alegría de ser míos” (25 de abril de 2018).
Dios es la fuente de la verdadera alegría, por eso las Sagradas Escrituras nos recuerdan: “Vayan y coman de lo mejor, beban vino dulce e inviten a quienes no tengan nada preparado, porque hoy es un día dedicado a nuestro Señor. No estén tristes, porque la alegría del Señor es nuestro refugio”[1]; y esta alegría puede tenerse aun cuando escasean los bienes de la tierra (Hab. 3,16-19). “Pero yo me alegraré en el Señor, me regocijaré en Dios, mi Salvador” (v.18).
Por lo cual, la alegría que se da en la madurez espiritual, no depende de los bienes materiales, ni cuando todo nos va bien, sino de la seguridad de ser amado y cuidado por Dios, aun cuando en ocasiones se atraviese por momentos difíciles.
El Papa Francisco nos enseña que: “No podemos, olvidarnos de aquello que ha hecho el Señor por nosotros, regenerándonos a una nueva vida” (28 de mayo de 2018).
La fe, la esperanza y la entrega
Esta alegría también se basa en la confianza que ha sido puesta en Dios y en la esperanza de que el Señor traerá el consuelo que sus hijos necesitan; al punto de que aun antes de que llegue lo que tanto se anhela, el corazón, los labios y todo nuestro ser prorrumpirán en cantos de alegría: “¡Griten de alegría, cielos, regocíjate, tierra! ¡Montañas, prorrumpan en gritos de alegría, porque el Señor consuela a su pueblo y se compadece de sus pobres!”.[2]
Y recordemos lo que afirmaba San Agustín: “Dios no manda cosas imposibles, sino que al mandar te enseña a que hagas cuanto puedes, y a que pidas lo que no puedes”.
Por eso, la alegría y la paz profunda, también requiere entregar a Dios el control de la vida y de responder a sus indicaciones, tal como nos enseña el siguiente relato.
Relato
Entregando a Dios el manubrio de la vida
Al principio veía a Dios como si él fuese mi observador, mi juez, tomando nota de todas las cosas que hacía mal, como para saber si merecía el cielo o el infierno cuando partiese de esta vida. Realmente no le conocía.
Pero más adelante, cuando conocí a Cristo pareció como que si la vida fuera como andar en bicicleta. Pero era como una bicicleta tándem, para dos personas, y vi que Cristo estaba atrás ayudándome con los pedales.
No sé cuándo fue que El sugirió que cambiáramos los lugares, pero la vida no parece ser la misma desde entonces.
Cuando yo tenía el control, sabía el camino, pero era un poco aburrido y predecible. Era la distancia más corta entre dos puntos.
Pero cuando Jesús tomo las riendas (o mejor dicho, el manubrio) todo cambió. Él sabía de caminos largos, hermosos y placenteros por las montañas de la vida y me empezó a llevar a través de lugares rocosos, a velocidades tremendas, siendo que es el único en quien me podía sostener. Aun cuando parecía una locura, Él me decía: «ánimo continúa pedaleando!». Me preocupé y estaba ansioso y pregunté, «¿A dónde me llevas?». Se rio y no me contestó, y comencé a aprender a confiar. Me olvidé de mi vida aburrida y me entregué a la aventura de hacer su voluntad. Y cuando yo decía, «Tengo miedo» Él se inclinaba hacía mí y tocaba mi mano.
Me llevó hasta gente con regalos que yo necesitaba, regalos de sanidad, aceptación y gozo. Ellos me dieron regalos para llevar en mi jornada, la de mi Señor y la mía. Y nuevamente nos íbamos. Él dijo, «Entrega los regalos; son bagaje extra, mucho peso.» Así lo hice con la gente que conocíamos, y encontré que al dar sanidad, aceptación, gozo y otros dones, yo recibía aún más, y a pesar de ello nuestra carga era ligera.
Debo reconocer, confesar y pedirle perdón, pues al principio no tenía la suficiente confianza, en entregarle totalmente el control de mi vida. Pensaba que chocaríamos…; pero él conoce secretos de bicicletas de la vida, que yo desconozco; Sabe cómo hacerla doblar en las esquinas y curvas difíciles que encontraba algunos días, en medio de algunas actividades o con ciertas personas; sabe cómo saltar para sortear rocas grandes, que para otros sería un impedimento para continuar adelante; sabe cómo volar para acortar los caminos tenebrosos y las fuerzas del mal… Y ahora estoy aprendiendo a callar los pensamientos de la vieja desconfianza, a no dudar y a pedalear en lugares extraños. Cada día aprendo a disfrutar más del paisaje, y de la brisa fresca en mi cara, con mi grato compañero constante, Jesucristo. Y cuando me asalta el cansancio y pienso que ya no puedo, entonces sonríe, vuelve a posar su mano sobre la mía, lo que restaura mis fuerzas y la alegría y me dice…. «vamos, sigamos pedaleando, aún hay muchos que necesitan que llevemos los regalos de la fe, la esperanza y el amor».
Te envío a la distancia un gran abrazo y la Bendición del Señor, que es: + Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Me encomiendo a tus oraciones, junto a los sacerdotes, seminaristas y servidores laicos de mi comunidad.
Padre Gustavo E. Jamut omv
https://www.youtube.com/c/CEMPSanRoque/videos
[1] Neh. 8,10
[2] Is. 49, 13