“Queridos hijos, como en otros lugares donde he venido, también aquí os llamo a la oración. Orad por aquellos que no conocen a mi Hijo, por aquellos que no han conocido el amor de Dios; contra el pecado; por los consagrados: por aquellos que mi Hijo ha llamado a tener amor y espíritu de fortaleza para vosotros y para la Iglesia. Orad a mi Hijo, y el amor que experimentáis por Su cercanía, os dará fuerza y os dispondrá para las obras de amor que vosotros haréis en su Nombre. Hijos míos, estad preparados: ¡este tiempo es un momento crucial! Por eso yo os llamo nuevamente a la fe y a la esperanza. Os muestro el camino a seguir: el de las palabras del Evangelio. Apóstoles de mi amor, el mundo tiene mucha necesidad de vuestras manos alzadas al Cielo, hacia mi Hijo y hacia el Padre Celestial. Es necesaria mucha humildad y pureza de corazón. Confiad en mi Hijo y sabed vosotros que siempre podéis ser mejores. Mi Corazón materno desea que vosotros, apóstoles de mi amor, seáis pequeñas luces del mundo; que iluminen allí donde las tinieblas desean reinar: que con vuestra oración y amor mostréis el camino correcto, y salvéis almas. Yo estoy con vosotros. ¡Os doy las gracias!” (Mensaje del 2 de junio del 2017)
La oración es la actitud constante de María Santísima. Su vivir consiste en estar en continua unión con Dios, en la búsqueda de su voluntad Divina. El Fiat único y constante de la Reina de La Paz, es la causa de su alegría y el impulso de sus acciones e intenciones, porque siendo preservada de las carencias, vacíos y confusiones que deja el pecado, es inundada de la presencia de Dios que la lleva a vivir de la abundancia de gracia, que fluye del amor Redentor de Cristo. Esta maravillosa comunicación de gracias que recibe del Espíritu Santo, es la que nos hace cercana la presencia del Inmaculado Corazón, a nuestras almas y en toda nuestra vida.
Elevados al cielo, los Corazones de los apóstoles del amor de María, van siendo un oasis de la acción Divina en medio de un mundo árido y estéril por el pecado y la indiferencia.
Siendo testigos del poder de la virtud de la humildad y la pureza del corazón, que Dios ha mirado en “la humillación de su sierva” (Lc. 1, 41), podemos reconocer en los momentos más oscuros, la eficacia de la oración de un corazón que le pertenece a María, así como también le pertenece a Ella, el Corazón de su Hijo Jesús: “Orad a mi Hijo, y el amor que experimentáis por Su cercanía, os dará fuerza y os dispondrá para las obras de amor que vosotros haréis en su Nombre.”
“Apóstoles de mi amor, el mundo tiene mucha necesidad de vuestras manos alzadas al Cielo”. Con la actitud interior y corporal de súplica, confianza y entrega, nos presentamos ante Dios y ante los hermanos, como criaturas frágiles pero en un completo abandono a la misericordia del Señor. Entonces somos transformados en “pequeñas luces del mundo; que iluminen allí donde las tinieblas desean reinar”.
Con nuestro ejemplo de piedad, recogimiento y humildad, podemos mostrar el camino correcto, y salvar almas.
Con alegría y generosidad reconozcamos la llamada de nuestra Madre, para adherirnos en la construcción del Reino del Corazón de su Hijo. Estamos en tiempos cruciales y tenemos que estar preparados. Debemos fortalecernos en la Fe y la Esperanza. El camino es el de las palabras del Evangelio, que deben alimentar nuestra oración, nutriéndola de los sentimientos de Jesús, haciendo nuestros los anhelos del Corazón de Cristo y de la Reina de la Paz.
Fuente: www.centromedjugorje.org